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300 artículo: Qué grande es ser facha

   

Qué grande es ser facha

Si por cine facha entendemos cine de acción
cañero y del bueno como 300, bienvenido sea

Por Chema Pamundi

 

<Con Frank Miller llega un momento en el que se te acaban los superlativos. A muchos fans nos pasó justamente eso tras la publicación de "300" (a finales de los años 90), que para el que suscribe es la cima gráfica del autor de Maryland (superando a  "Hardboiled" en espectacularidad, a "Sin City" en innovación, y a "Dark Night" en concisión). Seguramente hay tebeos mucho mejores y más complejos que esta sencilla y directa crónica de la batalla de las Termópilas entre espartanos y persas (basada a partes iguales en el relato clásico de Heródoto y en la película de 1961 El león de esparta, dirigida por Rudolph Maté) pero pocos resultan más satisfactorios a un nivel puramente primario. Si uno quiere una historia de esas que te zampas de punta a cabo sin poder despegar los ojos de las viñetas, con la piel en permanente estado de gallina y la baba acumulándose en los carrillos, "300" representa una cota que todavía no ha sido superada.

   De hecho, buena parte de la grandeza de "300" nace precisamente de su simplicidad narrativa (enormes viñetas panorámicas, diálogos en constante tono de soflama, héroes y villanos de una pieza...), unida a un vanguardismo gráfico casi suicida: desde el formato apaisado para ganar en dinamismo y espectacularidad, hasta el tratamiento del color (esas acuarelas mortecinas, y esa homogeneidad cobriza) que se aleja de cualquier cosa antes vista en un tebeo. "300" es una obra que parecía concebida, desde el principio, como el story-board de un largometraje (por eso sorprende que Frank Miller se quedase tan estupefacto cuando Zack Snyder le propuso llevarla al cine). Está claro que "300", el cómic, nació con vocación de llegar a ser un día 300, la película.

 

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"Hijo mío, el día que Steven Seagal, Chuck Norris y yo no estemos, tú continuarás el cine facha"

 

   Bueno, pues casi una década después de su publicación, llegó 300, la película. Y ahora resulta que algunas luminarias de la crítica cinematográfica la tachan de ideológicamente perversa, cuando no directamente de facha (bueno, también la tachan de históricamente inexacta, pero eso es tan chorra como tachar de históricamente inexactas a Excalibur o En busca del arca perdida; si a estas alturas aún tenemos que aclarar las diferencias de planteamiento entre 300 y El último emperador, mal asunto).

   Una vez leí que una de las más fiables pruebas del algodón para saber si una película es facha o no, consiste en preguntarse si a Hitler le gustaría. Aunque evidentemente esto no es más que una coña marinera sin ningún valor estadístico (la película favorita del Führer era King Kong, así que ya me dirán ustedes), no cabe duda de que 300, con su ensalzamiento de lo ario y lo racialmente puro, su épica wagneriana y su defensa de conceptos como “honor”, “gloria” y “patria” tendría a la cúpula nazi haciendo la ola en la platea durante toda la proyección. Entonces, ¿Es facha 300? Sí, por supuesto. Es MUY facha. Ahora bien ¿Tiene eso que ser forzosamente asumido como un demérito para la película? Ah, amigos, ahí es donde vamos a tener bronca.

 

Elogio de lo facha

   Generalmente, se acusa de facha a cualquier película que justifique y aplauda el ojo por ojo como una forma aceptable de relación social, y que además obedezca a un ideario más o menos conservador o retrógrado (o sea, que al parecer las películas fachas son siempre de derechas; se ve que la superioridad moral de la izquierda la preserva de caer en tamaños comportamientos barbáricos). Si encima la película es americana, se podría decir que el apelativo de facha ya le viene de serie. Por ejemplo, en Alerta máxima Steven Seagal interpreta a un ex-navy seal americano (ya vamos mal) que dirime sus discrepancias con Tommy Lee Jones clavándole un cuchillo en el cráneo y a continuación enclastándole la cabeza contra un monitor de TV (en una clara demostración de violencia innecesaria). Así pues, podríamos catalogar a Alerta máxima de película facha sin temor a equivocarnos.

   Si damos por bueno este canon, comprobaremos que los comportamientos fachas se encuentran en el germen de casi todo el cine de acción moderno, desde las películas de tiros de Chuck Norris o Schwarzenegger (que siempre interpretan a policias o militares americanos y violentos: ¡FACHAS!), hasta las epopeyas bélicas como Salvar al soldado Ryan (con su visión panfletaria de la “guerra justa”, y la total negación del punto de vista del enemigo), e incluso los thrillers psicológicos como Hard Candy (que utiliza de forma maniquea la pederastia, uno de los crímenes que nuestra sociedad contempla con mayor desprecio, para justificar el comportamiento de una protagonista a medio camino entre Lolita y Charles Bronson).

 

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"Pues si Harry el sucio es facha por dispararle a un hippy, entonces del Cobra ya no hablemos"

 

   Lo penoso del calificativo de facha, es que a menudo se utiliza para descalificar a una película por su presunta ideología, aunque todos los demás elementos que la compongan (guión, dirección, interpretaciones, etc) estén resueltos a la perfección. La etiqueta de facha es un “totum revolutum” que deja al mismo nivel subproductos como Invasión U.S.A. y peliculones como Uno de los nuestros. Esta línea de pensamiento monocejo hubiese defenestrado en su día a películas que hoy son consideradas obras maestras absolutas, como Lo que el viento se llevó (la guerra de Secesión mostrada desde una óptica tergiversada, y el sur lleno de esclavos felices) o Centauros del desierto (el racismo del personaje de John Wayne, o la visión de los indios americanos como un pueblo siniestro, que viola mujeres y secuestra niños).

   Además, el problema de practicar el tiro al pato aplicando la etiqueta de facha sin ningún criterio, es que se suele caer en la incongruencia. No es extraño que los mismos que catalogan de reaccionarias a 300 o Independence Day, se rindan genuflexos ante personajes tan poco sospechosos de comportamientos progresistas como Batman o Superman. ¿No les convence el ejemplo? Pues tengo otro mejor: Mel Gibson dirige una película de factura artística y dramática impecable como La pasión de Cristo, y la progresía bienpensante se le echa encima acusándole de carca. En cambio, Peter Jackson nos ofrece con su trilogía de El señor de los anillos una historia igual de carca y maniquea (con un tratamiento simplista y uniformizante de la lucha entre el Bien y el Mal, y una carga moral que huele a formol), y nadie arquea una ceja.

 

"Esto por decir que los americanos son más fachas que los espartanos"

 

   La conclusión es que, de igual forma que podemos apreciar la calidad artística de un cuadro sin tener forzosamente que estar de acuerdo con sus significados, deberíamos ser lo bastante maduros como para saber valorar la calidad artística de una película sin caer en el topicazo de juzgarla por su ideología. ¿A quién le cabe duda de que El nacimiento de una nación o El triunfo de la voluntad son dos obras maestras (en el plano técnico y artístico), aunque se apoyen en la defensa de unas ideologías repulsivas? Entonces, ¿Por qué no somos capaces de disfrutar de 300 como lo que es (un TEBEO DE ACCIÓN) en vez de empeñarnos en descalificarla por lo que no es?

   Y desde luego, 300 no es una alegoría política. Su supuesto “mensaje” (si lo tuviese), es tan superfluo, genérico y ambiguo como para escapar a cualquier intento serio de análisis. ¿Es una crítica contra los imperialismos decadentes o una alabanza del despotismo ilustrado? (al fin y al cabo, la doctrina de Leónidas parece ser el clásico “todo para el pueblo, pero sin el pueblo”) ¿Es una reflexión sobre la locura de la guerra (decenas de miles de hombres enviados al matadero), o sobre la nobleza del sacrificio? ¿Es una oda a los valores de la democracia o una denuncia de su hipocresía? El propio Frank Miller declaró en una entrevista que una de las cosas que más le fascinaba era cómo las sociedades libres dependen de sus dictaduras internas para protegerse: “Cuando estamos en peligro no enviamos al Congreso de los Estados Unidos, enviamos a los marines, que están entrenados y jerarquizados como los habitantes de un estado totalitario. Pero son nuestra linea de defensa, los necesitamos. Es uno de los aspectos paradójicos de esta historia que me encantan, que los menos democráticos de los griegos estuvieran defendiendo la democracia”.

 

Orgasmo visual

   Más allá de sus significados y sus supuestas ínfulas propagandísticas (en la revista Fotogramas llegaron a catalogar a la película como “cine de guerra santa”; otra meada fuera de tiesto), lo que no hace 300 es engañar a su audiencia: promete un festival de la testosterona, una representación explícita de la batalla más espectacular jamás filmada, y una orgía del departamento de FX, y durante dos horas cumple sus objetivos con creces (quien se metiese a ver 300 esperando otra cosa, es que no entendió el tráiler). Como espectáculo, 300 es igual de simple que un castillo de fuegos artificiales, y más garrula que un lanzazo en el pecho, pero consigue convertir estas dos características en bazas a su favor, al utilizar la hipérbole, la ida de olla, como principal motor narrativo.

   De hecho, si la película se encalla en algún momento, es precisamente cuando intenta asumirse a sí misma como algo más, y busca las comparaciones con obras de ambición decididamente superior como Espartaco o Lawrence de Arabia: toda la intriga política de fondo protagonizada por Gorgo, la esposa de Leónidas, es un añadido que no aparecía en el cómic (ni puñetera falta que hacía) y que, aunque se entiende desde un punto de vista estructural y de equilibrio (una película suele ser más exigente que un tebeo, aunque sólo sea por ir dirigida a un público menos especializado, y que por lo tanto tiene menos tragaderas), queda forzada y epidérmica, y no logra aportar nada sustancial a la historia. Ahora bien, mientras 300 se mantiene en los márgenes del puro espectáculo visual, es despampanante.

 

Leónidas, el macho alfa

 

   No es sólo que 300 resulte una adaptación morfológicamente perfecta del tebeo de Frank Miller (hasta las gotas de sangre que flotan por la pantalla son “puro Miller”), sino que resulta una adaptación morfológicamente perfecta del propio lenguaje secuencial del cómic. Zack Snyder ha sabido capturar su esencia con mucha más viveza y dinamismo de lo que lo hacía, por ejemplo, Robert Rodriguez en Sin City (película que, con todos sus hallazgos visuales, a ratos caía en la mera representación de estampas estáticas; muy bonitas, pero muy poco cinematográficas). En especial, Snyder acierta en la utilización de un recurso que hoy en día muy pocos directores saben manejar sin caer en lo hortera: las cámaras lentas. Los guerreros espartanos que quedan de pronto congelados en medio del espacio y el tiempo antes de descargar un golpe (un truco que ya popularizaron los Wachowsky en Matrix), transmiten al espectador la misma sensación de “tiempo suspendido” que uno tiene cuando está leyendo un tebeo, y se detiene a saborear una viñeta en particular.

   Evidentemente, cuando la hoja de ruta de una película es la hipérbole y el triple salto mortal perpetuo, es inevitable derrapar en algunas curvas del camino. Así, entre las (pocas) notas negativas de 300 está la banda sonora (no porque sea mala, sino porque en algunas escenas resulta demasiado intrusiva), o la saturación que puede llegar a provocar el simple hecho de apilar una escena de acción encima de otra, repitiendo la misma fórmula constantemente (máxime cuando el primer enfrentamiento contra los persas es de largo el más epatante de la película). Aparte del asombroso empaque visual de 300, el resto de los elementos que componen la cinta funcionan con sobrada eficacia. El guión, aunque sencillo, está bien escrito, y ofrece unos cimientos lo bastante sólidos sobre los que edificar dos horas de masacre y escapismo que te hacen salir del cine habiendo desarrollado colmillos (éste es sin duda el tipo de película capaz de formar a toda una nueva generación de frikis).

 

Jerjes, el filogay

 

   Los actores, con un imponente Gerard Butler al frente (tal vez sin los matices interpretativos del Rusell Crowe de Gladiator, pero con su misma actitud de “macho Alfa”), salen airosos en su cometido de dar vida a iconos históricos esculpidos en mármol, encadenando frases lapidarias que en manos de un mal guionista podrían resultar hasta cómicas (en 300, dos de cada tres sentencias contienen la palabra “Esparta”), pero que en este caso consiguen la dignidad, incluso me atrevería a decir que la grandeza, de un texto clásico. Con una vuelta más de tuerca, todo el conjunto correría el riesgo de caer en la autoparodia, pero por suerte 300 tiene la suficiente inteligencia como para no tomarse a sí misma demasiado en serio. Porque en buena parte de su metraje, la peripecia del Rey Leónidas y sus 299 colegas no parece otra cosa que el típico elogio de la camaradería masculina, de las cosas divertidas que hacemos los tíos cuando nos juntamos con los tíos, y que las tías jamas han logrado entender del todo (ya se sabe, dales una pelota a diez tíos que no se conocen de nada y montarán un partido de fútbol; dales lanzas y escudos a 300 espartanos y montarán la batalla de las Termópilas).

 

Fantasía histórica

   Por si quedase alguna duda sobre la validez de la propuesta de 300, lo que la redime definitivamente como cine facha y también como cine histórico es que no pretende ser una visión objetiva y equidistante, no intenta sentar cátedra. Es, sencillamente, la puesta en imágenes del relato contado por Dilios (el único espartano que sobrevive a la fiesta), al calor de una fogata la noche antes de otra batalla (la de Platea, en la que los griegos derrotaron de forma definitiva a Jerjes y expulsaron a los persas).

 

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"El conflicto más griego es entender qué dice la vieja del anuncio del Yogur Griego Danone"

 

   Es decir, Dilios, con la habilidad propia de todo narrador de historias, está dando su propia versión de los hechos, una versión sesgada, deformada y pasada de vueltas hasta convertirla en una fábula moral y una arenga para las tropas griegas: de ahí esos persas convertidos en monstruos de feria (una de las convenciones de cualquier relato épico es despersonalizar al oponente, rebajarlo al nivel de horda), el Jerjes de aspecto desviado y filogay (frente al macho-power y la rectitud espartana), las exageraciones sobre el tamaño del ejército persa (en la película son más de un millón de hombres, cuando los historiadores modernos hablan de apenas 200.000), la utilización de bestias míticas (rinocerontes gigantes, tipos con sierras en vez de brazos, criaturas con cabeza de cabra), o el hecho mismo de que Dilios se refiera a sus compañeros como “los 300” a lo largo de toda la narración, aún cuando ya han empezado a sufrir bajas (dándoles por tanto una componente mítica adicional: siguen siendo 300 a pesar de las bajas porque en realidad funcionan como un solo hombre, son una mera extensión de la voluntad de su rey Leónidas).

   Así, aunque 300 pueda ser acusada de ideológicamente rancia, y de desvirtuar la historia por añadirle morcillas propias del género fantástico, lo cierto es que probablemente captura la mentalidad espartana (que tampoco sale muy bien parada; los espartanos serán los héroes de la función, pero si algo queda claro es que no andaban muy bien de la cabeza) mucho mejor que la mayoría de películas que se han rodado hasta la fecha. Al fin y al cabo, lo que está haciendo Dilios es narrar la epopeya de las Termópilas como el enésimo choque de trenes entre lo apolíneo (lo armonioso, lo equilibrado, lo racional), y lo dionisíaco (lo primario, lo deforme, lo incontrolado; en definitiva, lo freak). ¿Hay un conflicto más “genuinamente griego” que ése?/>

 

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