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TRANSFORMERS artículo: Protegen… Destruyen… Fascinan

   

Protegen... Destruyen... Fascinan

Año 2007. Optimus Prime y Megatron se dan de cazos y
Megan Fox abre el capó de un coche para la posteridad

Por Dr. Bishop

 

Breve psicoanálisis de una gran tontería

<Relájese. Fíjese atentamente en el péndulo. Sus párpados pesan. Su mente ya es libre. Regrese a su adolescencia, incluso a su infancia, a la oscuridad de la platea desvirgada abruptamente por el brillo de la gran pantalla, al silencio expectante desgarrado por el rugido del león de la Metro Goldwyn Mayer o por la brillante fanfarria de la 20th Century Fox. Ante usted empieza la película, ya sea Los Goonies, Regreso al futuro o Flash Gordon. ¿Recuerda esa maravillosa sensación al descubrir un mundo de deslumbrante fantasía, la emoción al poder evadirse dos horas de su desgraciada vida? ¿No? ¿No hay forma de recuperar a su niño interior, estúpido adulto obsesionado con el cine iraní del puto Karostami? Bien, tranquilícese, aún podemos salvarle, nada es imposible… De acuerdo. Tómese dos de estas pastillas y me va a ir a ver… Transformers.

   ¿Transformers? Pues sí, nosotros gritamos y gritaremos sí hasta la muerte. Puro cine de evasión, el slogan de esta tontería padre debería coincidir con el de la publicidad de Schweppes: “el placer por el placer”. Excelente ejercicio hedonista y afortunadamente sin complejo alguno, la saga es una dinamo autobot que sublima todas nuestras fantasías juveniles hasta cotas insuperables. Su planteamiento en este aspecto merece el más prestigioso honoris causa: el protagonista Sam Witwicky es un jovencito feo, pringadillo y con la sospechosa pinta de dominar cualquier técnica masturbatoria propia (¿acaso alguien no puede reconocerse en semejante y despreciable especímen?). Vivimos pues en nuestras carnes sus pequeñas miserias, sus patéticos cuidados a un aborto de perrito escayolado, sus mezquindades en E-bay para financiarse un coche de tercera y sus babeos incontrolados ante la guapa de la clase. En resumen, un retrato terrorífícamente preciso aunque algo sui generis de nuestra propia adolescencia. Maldita sea, todos hemos sido como el  bendito imbécil de Sam Witwicky.

 

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"No sé si pedirme la top model del instituto o la playmate del mes"

 

   Conseguida pues la identificación inmediata con dicho lerdo impresentable, el genio de la botella nos va a conceder los tres mayores deseos que pueda querer un adolescente: perder la virginidad (deseo concedido), ya puestos perder la virginidad con la top model del instituto (¡deseo concedido!) y en menor medida salvar al planeta de ser aniquilado por una guerra intergaláctica (¡¡¡deseo concedido!!!). Y de regalo coche propio, un estupendo Chevy Camaro que se tranforma en robot. Si esto no es el no va más para un adolescente, que baje Dios y lo vea.

 

 

Transformistas de metal (sin genitales, por supuesto)

   Cuando se anunció el proyecto de Transformers a más de uno se le escapó la risa. Una idea de bombero (¿robots que se transforman en vehículos? esto…) iba a ser llevada a la gran pantalla. Sin embargo, the jewish king Steven Spielberg había olfateado mucha pasta, había decidido producir esta gran parida y había puesto a los mandos del film a Michael “adrenalina por la vena” Bay, verdadero especialista en blockbusters. En el fondo todo seguía siendo una chorrada absoluta, sí, pero financiada y apadrinada por el indiscutible Rey Midas del cine.

¿Se ha hecho una buena adaptación del universo Transformer, con sus dibujos animados, sus cómics, sus juguetes y sus paranoias varias? ¿Son los Autobots de la película algo más memos que en otras versiones? ¿Megatron se convierte ahora en un caza cuando antes se convertía en una pistola del quince? Son cuestiones interesantísimas, debates fascinantes que el fandom discutirá con su habitual fervor. Aún así, dejemos de lado las tesis concienzudas para centrarnos en lo que de verdad importa, la adaptación de los famosos robots a imagen real. Y hasta los más críticos reconocerán que el Oscar de efectos especiales de cada año ya tiene dueño.

 

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Los efectos especiales de Transformers, la prueba definitiva de la inteligencia del hombre

 

   Por favor, no gastemos innecesariamente una ristra de adjetivos positivos (“apabullante”, “acojonante”, bla bla bla) porque nos quedaríamos irremediablemente cortos. Basta con saber que un niño despistado verá esta película y creerá que estos robots EXISTEN, que son tan REALES como nosotros, que se ha destruido realmente una ciudad y se ha asesinado a sus ciudadanos para que el mocoso y sus colegitas del Fanta Tour disfruten con la movida. ¡Pero qué transformaciones, Dios, qué diseño de producción, qué calidad de sonido! ¡¡¡Qué pelea antológica entre Optimus Prime y el Decepticon patinador en la autopista!!!

   Y el bueno de Spielberg controlándolo todo, mirándonos desde las alturas, sonriendo al ver cómo nos dejamos compulsivamente nuestro sueldo, entrando una y otra vez en el cine para ver de nuevo sus escenas en pantalla grande, porque no nos podemos creer estos efectos especiales, debemos descubrir el truco, son IMPOSIBLES, rayan la herejía porque si todo esto es cierto, si la humanidad puede ya reproducir estas imágenes increíbles con tal perfección… ¿No deberíamos estar ya viviendo en Marte y deslizándonos en coches voladores? ¿Si el cine ha progresado hasta este punto, no deberíamos recriminarles a los científicos y a la NASA que se pongan las pilas, que nos lleven a todos de una puta vez a Marte y dejen de contratar a astronautas desquiciadas y borrachas? ¡Amos hombre!

 

 

Michael Bay, el bárbaro

   Michael Bay, el hombre, el americano de pro, el loco de la colina. El prototipo de director unleashed que si adaptara “Cumbres borrascosas” la titularía “Cumbres arrasadas por fuego amigo y enemigo”. Tan sutil como un elefante entrando en una cristalería con un reactor termonuclear, Michael Bay no necesita un guión, sólo un camión repleto de granadas para dinamitar medio estudio como prueba de luz. Tampoco necesita actores, su director de casting se limita a distinguir entre la carnaza a las más guapas del corral, da igual que luego deban interpretar a sesudas analistas de sonidos, les hacen recoger el pelo y casi dan el pego.

   El director, eso sí, puede llegar a demostrar una inaudita sensibilidad, por ejemplo cuando durante dos eternos minutos hace culear a Megan Fox delante de un capó. No es sensibilidad precisamente en la dirección de actores, pero sí en la de conseguir un exquisito feedback con un público masculino agradecido y sensibilizado (especialmente en el bajo vientre) ante los sorprendentes conocimientos mecánicos de la Srta. Foxxy. Sólo por esta escena de elegancia intachable y de formación en mecánica, Michael Bay se ha ganado un pedazo de estrella en el Paseo de la Fama.

 

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3 fotos para la historia: la huella en la luna, la portada del National Geographic de junio 1985, y ésta

 

   Pero merece realmente “TNT” Bay dicha estrella honorífica? A ver, está claro que el tipo es un chalado de cuidado, pero a la vez es relativamente inofensivo al no tener ningún mensaje que ofrecer, a diferencia de mad directors iluminados como Mel Gibson. Es cierto que varias de sus películas son básicamente paramilitares (La Roca, Pearl Harbor, Armaggedon, vaya tres joyas) y que a cualquier espectador influenciable le pueden dar ganas de robar un bombardero y devastar lo que queda de Irak.

   Incluso se ha demostrado que el estreno de sus películas ayuda a incrementar el alistamiento de soldados en EEUU, de ahí que el ejército le proporcione todo arsenal, equipamiento y vehículo que se le ocurra al realizador. Está bien, sí, quizás Bay no es tan inofensivo como parece, sobre todo en las plateas americanas, pero no creemos que ningún espectador europeo decida atarse una cinta a la cabeza y empezar a acribillar mahometanos. ¡Por el amor de Dios, este director es el que en Dos policías rebeldes II le dio por lanzar coches desde un camión en una persecución de autopista! ¿Alguien podría tomarse realmente en serio sus películas por muy fachas que sean?

 

 

 Michael Bay, el destructor

   Obviemos pues el estúpido debate sobre la posible peligrosidad de Michael Bay, pues lo único a debatir seriamente en sus películas es su verdadera esencia: el grado de destrucción de la propiedad y de bajas civiles. Este director, un auténtico energúmeno, ha lanzado impunemente misiles a San Francisco, kamikazes a Pearl Harbor y meteroritos a todo el planeta. ¿Se ha superado el muy animal en Transformers? La respuesta es un rotundo sí. Empieza en su línea, masacrando una base militar con un Decepticon camuflado de helicóptero, más posterior persecución en el desierto por parte de un escorpión acorazado (!). Luego Bay va bajando el pistón hasta el punto de ofrecernos una serie de delirantes episodios cómicos (¿una mezcla absurda del humor de Gremlins y American Pie?), por ejemplo con Sam discutiendo con sus padres sus prácticas onanistas, frente a la buenorra de turno y un escuadrón de Transformers escondidos en el patio (¡?).

   La comedieta no está nada mal (ese impagable John Turturro militar gritando en calzoncillos) pero empezamos a temer que la peli acabará en una vulgar refriega en el desierto sin las deseadas bajas colaterales. Y ahí aparece nuevamente el genio de Bay: en una decisión incomprensible que nos negaremos a criticar, se traslada el Cubo que buscan los Decepticons a una gran ciudad para poder matar así a miles de ciudadanos. Fantástico. Empieza una media hora final con unos efectos especiales que se revelan como pináculos en la perfección técnica de la historia de la humanidad. Esto sí que es la batalla de la década, esto sí que son armas de destrucción masiva y no las escopetas de caza escondidas en Cal Saddam.

 

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"Se me olvidó pedir que la saga se convirtiera en una trilogía como mínimo"

 

   Autopistas y camiones volatilizados por Decepticons patinadores (¡sí!), civiles flipando con las colosales hostias que se reparten los robots en medio de las calles (¿protegen…? ¡destruyen!), militares gastando inútilmente su munición anual de bazokas (¡desgraciados!), simpáticos guiños al 11-S con ese edificio atravesado por Optimus Prime y Megatron (¿el plano del año? ¡pues claro!), la Srta. Fox corriendo sucia y sudada a cámara lenta entre la catástrofe (¡grande, Bay, eres grande!), morreo climático de medio quilo del zumbao de Sam con la diosa Megan Fox (ahí todos somos Sam, of course)... Una vez más, el placer por el placer.

   Acabada la masacre gratuita, encendidas las luces del cine, me giro para ver al nervio de niño de la fila de detrás, desquiciado durante toda la peli y preguntando constantemente a su madre qué demonios estaba pasando. Felizmente exhausto por la visión de tantos asesinatos por la cara, alucinado por la magnífica representación visual de sus adorados Autobots, el niño ignoró sabiamente las prisas de su madre y me miró a los ojos. Reconoció fácilmente a su semejante, asintió silenciosamente en señal de comprensión y gritó “¡PROTEGEN!”, contestando yo al unísono “¡DESTRUYEN!”.

   El Venus Hall of Fame otorgado a esta gran tontería se lo dedico a ese niño. Y al que muchos aún guardamos dentro. Enhorabuena, muchachos./>

 

 

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