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SITGES 2016: CHRISTOPHER WALKEN rueda: Ojos que matan

Rueda de prensa con Christopher Walken repasando sus pelis, su vida y sus gatos

RAY ZETA

¿No me creyeron cuando dije en la crónica de la rueda de prensa de Max von Sydow que este año, Sitges había tirado la casa por la ventana en cuanto a invitados de postín se refiere? Pues para todos esos incrédulos, ¡zas!, aquí está Christopher Walken, premio honorífico, y premio honorífico que luce orgulloso al depositarlo sobre la mesa. Sí señores, Christopher Walken, a quien el director del festival Ángel Sala describe en su presentación como un actor “absolutamente Sitges”, y válganos Kuato que no se equivoca: El cazador, Proyecto Brainstorm, La zona muerta, Panorama para matar, Batman vuelve, Amor a quemarropa, Pulp Fiction, Cosas que hacer en Denver cuando estás muerto, Sleepy Hollow, Siete psicópatas… Imposible ponerlas todas.

A sus 73 años, Christopher Walken luce su sempiterna figura y su penetrante mirada como si por él no pasara el tiempo, aunque su semblante cansado, su voz pausada, y sus lentos gestos delatan su edad. Si de la rueda de Max von Sydow denuncié que no se había hablado en absoluto de cine fantástico, Christopher Walken ha estado a la altura de lo esperado, y su rueda ha sido todo un festival. Y ya desde el inicio, entrando a saco recordando su mítica escena en Amor a quemarropa con Denis Hooper. Walken expica que no conocía a Hooper y que rodaron la escena en un solo día. Al finalizar la jornada, tanto él como Hooper estaban convencidos de que habían hecho un buen trabajo y fueron a cenar para celebrarlo. "Los actores sabemos cuando la escena ha salido bien", dice...

 

"Otra escena mítica que recuerdo es la de Un ratoncito duro de roer"

 

Y como si de algo va sobrado este hombre es de escenas míticas, aquí va otra: su monólogo en Pulp Fiction sobre el reloj. Eran ocho páginas de guión y tuvo cuatro meses para preparárselo, así que cada día le dedicaba una hora porque es muy lento aprendiendo texto de memoria. Rodaron la escena el último día de rodaje, por eso no quedaba casi nadie del equipo. Sólo estaban él, el niño que le daba la réplica en la escena, Quentin Tarantino, el cámara y el técnico de iluminación. Empezaron a las ocho de la mañana, estuvieron hasta la hora de comer, después de comer estuvieron media horita más, y lo tuvieron. Se siente orgulloso de que esa escena tuviera tanta trascendencia para la película y de haberla estudiado durante todo ese tiempo porque está convencido de que valió la pena.

“Christopher Walken nos complace hablando tanto de cine como de su vida personal”

Y recalca que le cuesta mucho aprenderse de memoria los textos, por eso tiene siempre el guión en la cocina para irlo leyendo mientras prepara sus comidas. Lo lee una y otra vez, y a veces imitando personajes como Elvis Presley, Bugs Bunny o Woody Allen. Se considera un pésimo imitador pero le funciona como método... Ya ven que Christopher Walken nos complace hablando tanto de cine como de su vida personal, ya sea de su relación con el Actors Studio, del que es miembro aunque haga veinte años que no lo pisa (y un buen lugar para ligar de joven, confiesa), de los gatos que tiene (siempre ha tenido gatos), y de su amistad con Abel Ferrara, pésimo conductor al que multan cuatro veces cada vez que le visita en su casa de campo a las afueras de Nueva York.

 

"También recuerdo la escena del mando a distancia de Click"

 

Nos cuenta también que se prepara de la misma manera los personajes protagonistas que los secundarios, que los buenos actores siempre aportan algo de improvisación a sus escenas, que mira de nuevo sus películas antiguas porque le sirve como método de aprendizaje, y reconoce tener un buen recuerdo de La puerta del cielo aunque fuera un estrepitoso fracaso. Estuvieron ocho meses para rodarla. Todos creían que iba a ser como Lo que el viento se llevó, un gran éxito, pero no fue así. Cuando se estrenó ya venía con mucha polémica por su alto coste de producción, 38 millones de dólares de la época, y del largo tiempo de rodaje, ambas cosas el doble de lo normal. Hoy en día la percepción ha cambiado y el público se la mira más amablemente.

A Christopher Walken se le ve a gusto, por eso sonríe satisfecho cuando los periodistas asistentes le dedicamos una gran ovación en forma de aplauso a modo de despedida. Momento de la anécdota de la mañana. Christopher Walken abandona la sala acompañado del director del festival Ángel Sala y del subdirector Mike Hostench… y olvida su premio honorífico sobre la mesa. Sólo yo reparo en ello, así que podría metérmelo en la mochila y lucirlo en casa como el gran trofeo que es, pero en lugar de eso corro por el pasillo y se lo devuelvo entregándoselo en sus propias manos. ¿Cómo iba a quedármelo? Es un premio honorífico a toda una carrera, y no hay carrera que merezca más premio honorífico que la de Christopher Walken.

 

SITGES 2016

 

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