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GREEN ROOM crítica: La habitación del pánico

No hay nada como los espadazos para amenizar un concierto de skinheads como el de Green Room

CHEMA PAMUNDI

Lo hemos escuchado hasta llegar a creérnoslo: el ser humano normal, cuando es empujado hasta una situación límite, es capaz de sacar fuerzas de donde no las hay y hacer lo que haga falta para sobrevivir. La idea de que todos llevamos dentro un superhéroe listo para salir en cuanto lo necesitemos es desde luego reconfortante, y el cine nos la ha ilustrado sobradamente. Green Room, sin embargo, nos explica que eso no siempre funciona. Que, de hecho, las más de las veces, cuando el ser humano normal es empujado hasta una situación límite...  la diña. De manera cruel, injusta y dolorosa. Porque vivimos en un mundo de mierda.

El director Jeremy Saulnier debutó hace un par de años con Blue Ruin, thrillerazo contundente hasta decir “basta”, rodado con cuatro cañas (el proyecto se financió vía crowdfunding) pero con talento narrativo para dar y regalar. En Green Room ha cambiado el color del título y ha contado con un presupuesto más aliviado, pero ha mantenido el mismo nivel de mala hostia, el mismo espíritu extremo (tres o cuatro escenas de violencia durísimas) y la misma sensación de angustiosa imprevisibilidad. De hecho, supone un ejercicio de manual sobre cómo mantener la tensión cinematográfica hasta niveles casi insoportables, dejándonos atisbar una y otra vez los posibles vericuetos por los que puede discurrir la historia, para acabar eligiendo casi siempre el desvío más cafre y menos complaciente.

 

Green Room: acción

"Lo único bueno de ser calvo es que no hace falta raparse para hacer de skinhead"

 

Green Room narra las desventuras de los jovencísimos integrantes de una banda de punk-rock que aceptan ir a tocar a un lugar perdido en medio de los bosques, que resulta ser un cubil de skinheads neonazis bastante tremebundo (vamos, que no tiene pinta de figurar por su interés turístico en ninguna guía Lonely Planet). Las pintas de pipiolos de nuestros pobres protas, y una setlist que incluye el tema “Nazi Punks Fuck Off” de los Dead Kennedys, no les ayudan precisamente a caer bien entre los parroquianos... Sin embargo, todo esto es un mero prólogo: la película empieza de verdad cuando tras la actuación ven algo que no tendrían que haber visto, lo cual les lleva a ser retenidos contra su voluntad (en la “habitación verde” del título) a la espera de que los neonazis decidan qué hacer con ellos. Que, bueno, en realidad parecen tenerlo bastante claro. No voy a entrar en detalles, pero digamos que no es probable que la banda acabe tocando algún día en el Primavera Sound...

"Quien justifica en serio el precio de la entrada es un Patrick Stewart que hiela la puñetera sangre como líder de los skinheads"

Entre lo mejor que ofrece Green Room cabe destacar un guión muy bien delineado en todos sus aspectos, desde los afilados diálogos hasta el ritmo de martillo pilón o la apabullante construcción de personajes. En este sentido, resulta particularmente brillante que la trama utilice a los skinheads como meros antagonistas icónicos que parecen recién salidos de una cinta exploit setentera. O sea, no intenta “explicarlos” ni colarle al espectador reflexiones pedantes sobre “el problema neonazi en la sociedad actual”. Porque esto no pretende ser American History X sino una obra de puro género negro, aunque a ratos la fisicidad y falta de escrúpulos de sus imágenes la arrastren hasta los lindes del cine de horror.

 

Green Room: acción

"No hace falta que les digamos que nuestra peli favorita es Asesinos natos"

 

La otra muleta que sostiene al filme son las interpretaciones. Anton Yelchin, Alia Shawkat y el resto de chiquines protagonistas transmiten empatía de la buena, una más que comprensible mezcla de pánico e incredulidad (en plan “esto no puede ser real, esto sólo pasa en las pelis”) que los identifica con el espectador a un nivel casi visceral. Aún así, quien justifica en serio el precio de la entrada es un Patrick Stewart que hiela la puñetera sangre como líder de los skinheads: una simple inflexión de su voz a la hora de dar órdenes a sus esbirros, o de intentar calmar los ánimos (“Tranquilos caballeros, todo esto se habrá acabado enseguida....”), bastan para erigirlo en uno de esos villanos de los que se sigue hablando al cabo de los años. Descomunal.

Quizás Blue Ruin mostraba más aristas morales (mientras que lo de Green Room es una trama de buenos y malos clarísimos) y transmitía una sensación de peligro intangible que aquí se diluye un tanto porque el formato de suspense claustrofóbico nos resulta ya muy familiar (personajes confinados en un espacio reducido y rodeados por “los indios” de turno”). Pero aparte de esos dos lunares menores la historia no decae ni un instante y transpira realidad por todos sus poros. Eso sí, que nadie busque una fábula moral, ni demasiadas concesiones a la justicia kármica (mejor no cogerle cariño a ningún personaje...). En Green Room los pasos en falso no otorgan segundas oportunidades ni te hacen más sabio, sino que te llevan a dar pasos en falso aún más desastrosos. Para los protagonistas la situación es una pesadilla a vida o muerte. Para el espectador son noventa y cinco minutos de disfrutar pasándolo morrocotudamente mal.

 

INFORME VENUSVILLE

Venusentencia: Copas de yate

INF VNV 4

Recomendada por Kuato a: quien crea que cualquier obra de ficción mejora si los villanos son los nazis.

No recomendada por Kuato a: cualquiera a quien le digas que Green Room va de unos rockeros que las pasan putas y te conteste: “Ah, como Qué noche la de aquel día, ¿no?”

Ego-Tour de luxe por: la veracidad con la que se describe el ambiente que rodea a los bolos de bandas punk de tercera.

Atmósfera turbínea por: algunos giros argumentales pueden costar de tragar si nos ponemos pejigueros. Pero claro, es que si los villanos no se volvieran descuidados en cierto momento, no habría película...

 

GREEN ROOM. Estreno en Venusville: 10/06/2016

 

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