Episodio VIII con más Imperio, más Alianza, más robotitos y más criaturitas, en Los últimos Jedi
Hay que ver, cómo ha cambiado la película (nunca mejor dicho). A finales de 2015, Star Wars. Episodio VII: El despertar de la Fuerza recargó, y de qué manera, las pilas de la ilusión colectiva a todos los fans del “Hace mucho tiempo, en una galaxia muy, muy lejana...”; y la algarabía alcanzó un nuevo máximo histórico con el anuncio de que no iban a ser sólo tres títulos nuevos sino mínimo seis, entre secuelas y spin-offs. Sin embargo aquí estamos, apenas dos años más tarde, y lo cierto es que se percibe en el ambiente cierta pereza ante la llegada de Star Wars. Episodio VIII: Los últimos Jedi. Obviamente no hace la misma ilu, no tiene la misma magnitud de evento, una trilogía cada dos o tres décadas, que el bombardeo al que nos está sometiendo Disney desde que compró los derechos de los sables de luz y los puso en manos de J.J. Abrams y su gente. Aun así, hay algo que quizás haya tenido todavía más peso en la tibia acogida dispensada a esta nueva entrega (según la web Rotten Tomatoes, la cinta peor valorada por el público de TODA la saga, ojo). Ese algo es, me temo, Rogue One: Una historia de Star Wars.
El filme de Gareth Edwards estaba descompensadísimo, torpemente explicado, iba muy corto de personajes memorables y, en general, sólo resultaba satisfactorio en sus últimos tres cuartos de hora. Pero eran tres cuartos de hora que quitaban el hipo. Eso, y que salía Darth Vader (en lo que alguien definió como “la mejor escena de fan fiction jamás rodada”), y la Estrella de la Muerte, y el Gran Moff Tarkin, y la corbeta coreliana Tantive IV... vamos, que con todos sus problemas de ritmo, Rogue One nos despertó del ensueño en el que nos había sumido el Episodio VII. Hagamos terapia y reconozcámoslo: tras haber vuelto a catar el periodo clásico de la Alianza Rebelde contra el Imperio, cualquier otro marco temporal del universo Star Wars nos parece un “sí pero no”, una versión desnatada del mito. Esa es la maldición que arrastraron en su día los Episodios I al III de Lucas y que, en parte, parece habérsele contagiado ahora al Episodio VIII, una película que por lo demás no está mal... pero que tampoco deslumbra en casi nada.
"Espero que con tanto episodio no se despisten y vuelvan a sacar a Jar Jar Binks"
Star Wars: Los últimos Jedi acumula decisiones óptimas, reguleras y ridículas con bastante equilibrio, así que en buena parte dependerá de las tragaderas de cada cual el considerarla una virguería, un divertimento pasable o un bochorno. En su descargo hay que decir que las segundas partes de cualquier trilogía suelen sufrir un encaje complicado al no tener principio ni final, y además toca reconocerle que apuesta por el riesgo y la renovación mucho más de lo que lo hacía el Episodio VII (que básicamente calcaba Una nueva esperanza con personajes distintos). Sin embargo, los terrenos que explora no son del todo satisfactorios. Carece de la claridad de ideas y la energía festiva de su predecesora (no hay ninguna “escena de pelos de punta” a la altura de la reaparición del Halcón Milenario), y acumula demasiado plomo narrativo en forma de monólogos-brasa, miradas en silencio al horizonte (incluso cuando el personaje de turno está dentro de un ascensor), frases de telenovela rancia (ya, Star Wars nunca ha sido Shakespeare, pero por ejemplo El imperio contraataca estaba fantásticamente dialogada), y un sentido del humor infantiloide y destrozón que más pegaría en Guardianes de la galaxia y que a ratos trae a la memoria, ay madre, nada menos que a Jar Jar Binks.
Más grave aún, Los últimos Jedi malgasta a ciertos personajes de peso (a Finn se le ha acabado el arco argumental y no se ha enterado; Chewbacca sin Han Solo es un alma en pena; Leia parece estar ahí para poco más que soltar eslóganes de autoayuda; Laura Dern compone a la almirante de flota rebelde más inepta que hemos visto en nueve películas; el Líder Supremo Snoke demuestra que quizás el sobrenombre “Villano de Opereta Snoke” le hubiera definido mejor...). Por último, su guion se empantana en alguna subtrama que valdría como aventurita secundaria para una teleserie o un tebeo de la Marvel, pero que se queda francamente paticorta como elemento canónico de aquello que siempre se nos ha vendido como la madre de todas las sagas épicas (hay una peripecia en un planeta casino que... en fin...). Una de las cosas más sensatas que jamás dijo George Lucas fue que un largometraje de aventuras debía procurar no durar más de dos horas. Los 150 minutos de Los últimos Jedi tienen tan difícil justificación como los de cualquier entrega de El Hobbit.
"Star Wars: Los últimos Jedi acumula decisiones óptimas, reguleras y ridículas con bastante equilibrio"
Aun así, cuando una película de Star Wars acierta, suele generarte un maremoto de emociones que arrastra todo lo criticable que has visto hasta el minuto anterior; y Los últimos Jedi tiene aciertos notables. Es más, la mayoría se concentran en su segunda mitad de metraje, lo cual ayuda a salir contento del cine. Kylo Ren, villano trágico, siempre a un paso de redimirse... para acabar volviendo al lado oscuro en medio de vistosos estallidos de ira, es un antagonista de una construcción dramática fenomenal (mola casi tanto como Vader y bastante más que cualquier iteración de Anakin). Un tipo que piensa con las entrañas y que duda de sí mismo a cada paso que da, en una galaxia que ha estado dominada por el blanco y negro moral desde que Lucas decidió que Han Solo había liquidado a Greedo en defensa propia. De cara al Episodio IX, el hijo de Han y Leia apunta a convertirse no sólo en el malísimo principal de la trilogía, sino en el individuo que la defina.
La conexión simbiótica entre Kylo Ren y Rey es otro hallazgo interesante. La sensación de que ambos podrían acabar intercambiando roles (ella tirando hacia la oscuridad y él hacia la luz), aporta un agradable punto de incertidumbre y frescura a la meta-trama, y la idea de que los dos hayan llegado al dominio de la Fuerza por caminos opuestos (el uno gracias a su herencia genética, la otra mediante el entrenamiento intenso; un poco como Messi vs. Cristiano Ronaldo) establece cierta tensión que va dando forma al nuevo universo Star Wars frente al viejo. Kylo Ren, la sublimación del dramón familiar Skywalker/Solo, representa el pasado. Rey, una aventurera hecha a sí misma, sin traumas paternofiliales ni la losa de ser “la elegida” de nada, es el futuro. Como metáfora de hacia dónde va la cosa, es chula.
"Si quieres entrar debes decirme los nombres de todos los Ewok de mayor a menor"
En este sentido, si El despertar de la Fuerza era la película que “archivaba” a Han Solo, esta es la que cierra el periplo de Luke Skywalker como héroe fundacional. Pese a haberse oscurecido con el paso de las décadas y haberse transformado en el putísimo amo de los Jedi, en muchos aspectos Luke sigue siendo más un aprendiz que un maestro, un carismático metepatas al que todo le viene grande, que funciona más por el calentón del momento y la gestión ensimismada de la angustia que por tomar decisiones sabias y reflexionadas. Luke nunca será Yoda, siempre hará las cosas un poco por instinto, y el guion sabe jugar con eso de manera atractiva. Suya es LA ESCENA de la película, un duelo final a ver quién tiene más largo el sable de luz, resuelto con una vuelta de tuerca excelente, de esas que arrancan merecidos aplausos y exclamaciones de sorpresa en la platea (aunque claro, en un pase de cualquier peli de Star Wars la platea ya suele empezar a aplaudir desde que sale el anuncio de "Por favor, apaguen los móviles").
¿Lo demás? Bien, entretenido. Disparos de bláster, espadazos, persecuciones, los malos comportándose como patanes cuando tienen la batalla ganada (parece que el test psicotécnico para ser oficial de la Primera Orden es aún menos exigente de lo que lo era el del Imperio), los buenos huyendo por los pelos a base de encadenar planes desesperados, Tie Fighters explotando en el espacio, varios entornos de una plasticidad visual despampanante (la isla retiro de Luke, o el planeta de sal donde se desarrolla todo el clímax) y una sinopsis que, como de costumbre, puede resumirse en una sola frase (“Los rebeldes empiezan en una nave grande y acaban en una nave pequeña; en medio, carreras”). Los últimos Jedi es quizás Star Wars a la medida de los tiempos que corren, con la atención más pendiente de satisfacer al fandom que de crear algo único y visionario; y eso refleja a la vez todo el poderío y todas las limitaciones actuales de la franquicia.
INFORME VENUSVILLE
Venusentencia: Dos Caras Harvey
Recomendada por Kuato a: vamos a pasar todos por taquilla, ¿no? Pues ya está.
No recomendada por Kuato a: quien quiera ver Los últimos Jedi por su director y guionista, Rian Johnson. Esto es un mostrenco de 200 millones de dólares, en el que Disney lo ha decidido casi todo y Johnson ha ejercido de artesano solvente, como lo fueron en su día Irvin Kershner o Richard Marquand.
Ego-Tour de luxe por: la aparición, aunque sea en videoconferencia desde el más allá, de cierto personajillo verde, pequeño y orejudo. Se materializa, suelta dos frases cojonudas sobre la importancia del fracaso para madurar, y una vez más marca la diferencia.
Atmósfera turbínea por: las lamentables foquitas-pollo-peluche que viven en la isla del fin del mundo con Luke, y que suponen una interrupción molesta cada vez que aparecen en pantalla. O sea, Disney empeorando la película para vendernos muñecos.
■ STAR WARS: LOS ÚLTIMOS JEDI. "Star Wars: The Last Jedi" (2017). Director: Rian Johnson. Reparto: Daisy Ridley, John Boyega, Oscar Isaac, Adam Driver, Carrie Fisher y Mark Hamill. Estreno en Venusville: 15/12/2017.
6 Respuestas