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STEVEN SPIELBERG artículo: Spielberg, el abuelo sensiblero

Repasamos todas las veces que al abuelito Spielberg se le ha ido la mano con el azúcar

EL HOMBRE DE BOSTON

¿Tienen pañuelitos a mano? ¿Paquetes de sobra? Hacen bien, porque con Caballo de batalla contemplarán el súmmum de la sensiblería hecha realidad de Steven Spielberg, lo que es mucho decir. Porque ya desde sus inicios ese ha sido su punto débil, tanto en las películas que son ñoñas de principio a fin (como es el caso de esta obra equina), como en películas que por género y temática no debían serlo pero que al final han acabado siéndolo porque al director de la eterna gorra de béisbol se le ha ido la mano con el azúcar

Uno de los ejemplos más claros es La guerra de los mundos, obra dura donde las haya con la que por un momento parecía que por fin veríamos una peli de Steven Spielberg sin ningún remilgo. La cosa prometía de veras: ataque de los trípodes desintegrando sin miramientos a la población, hordas de cadáveres flotando en el río, pobres desgraciados que se ahogan al intentar montar en el ferri, y Tom Cruise agarrando a su hijo adolescente en la falda de una ensenada para evitar que se una a los soldados que hacen frente al ataque alienígena con armamento pesado.

El joven obtiene finalmente el permiso de su padre, remonta la ensenada, se pierde de vista, y ¡boum!, toda la ensenada se va a tomar viento de un bombazo. Mirando cómo Cruise contempla la zona en llamas, entendemos que el chaval se ha desintegrado como si hubiera sido disparado por uno de los marcianos de Mars Attacks! Genial. Spielberg se apunta otro tanto. Y eso no es todo. El dark festival continúa para nuestra satisfacción con el episodio de Tim Robbins, que es nada menos asesinado por Tom Cruise a sangre fría con su niña presente. Bestial. No se puede pedir más de una película de Spielberg, así que damos por bueno que Cruise y su hijita lleguen a su destino poniendo fin a la epopeya.

 

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Momentos álgidos del abuelito Spielberg 1 y 2: La guerra de los mundos y Salvar al soldado Ryan

 

Contemplamos satisfechos cómo en la casa de Boston les reciben sus suegros y su ex mujer cuando… ¡Argh!, ¡no es posible…! ¡El hijo! ¡El mismo hijo que remonta la ensenada! ¡¿Pero no se había convertido con todos los que allí habían en una barbacoa humana?! Y claro, como durante toda la peli lo han pintado como el adolescente rebelde que está en continuo conflicto con su padre, se funde con éste en un sentido abrazo reconciliándose de por vida. Fin. Spielberg ha vuelto a hacerlo, nos la ha vuelto a meter doblada colándonos el maldito happy end de los cojones cuando puñetera falta hacía.

Lo que decía al principio del artículo. Hay cosas que por mucho que me las expliquen, jamás podré entender. El mejor director que hay en activo, el puto amo cámara en mano (sólo hay que ver cómo Caballo de batalla está narrada casi sin diálogo durante su primera mitad), y que siempre acabe perdiéndole este vicio y por eso acabe jodiéndola por esta vía. Ya puede hacer películas dramáticas, oscuras y desasosegantes, que nada, Spielberg siempre se las apaña para colarnos el puto final sentimentaloide. Final que no tiene porqué quedar mal si la peli es toda ella blandengue como Para siempre, Hook, Amistad o el citado Caballo de batalla, pero que queda como una patada en el estómago si no es el caso. Hay tantos ejemplos en su filmografía como pelos en su barba.

"Ya puede hacer películas dramáticas, oscuras y desasosegantes, que Spielberg siempre se las apaña para colarnos el puto final sentimentaloide"

La lista de Schindler, peli dramática donde las haya, que hace además gala de una madurez aplastante, hubiera podido acabar perfectamente con Liam Neeson alejándose en el coche sollozando por no haber podido salvar a más judíos, pero no, Spielberg se saca de la manga un final fuera de película en el que las personas reales y los actores que los interpretan en el film, depositan una piedra sobre la tumba de Schindler bajo los emotivos acordes de la partitura de John Williams. ¡Snif! Cuando se encienden las luces de la sala, cientos de húmedos kleenex cubren el suelo.

En Salvar al soldado Ryan, en vez de dar cerrojazo con el final natural y lógico que la historia pedía a gritos, o sea mostrar a Tom hanks sentado fiambre en el puente, va y nos cuela un discurso tan sentimentaloide como patriótico que es pa cagarse: la versión anciana de Matt Damon arrodillado ante la tumba de Hanks, con toda su familia, diciéndole que ha intentado vivir la vida lo mejor que ha podido, con la bandera yanki de fondo. Me entran cagarrinas solo de recordarlo.

 

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Momentos álgidos del abuelito Spielberg 3 y 4: La lista de Schindler I.A.

 

¿Y qué me dicen del final de Inteligencia artificial? Tan inquietante, desasosegante y espeluznante historia (solo recordar cuando la madre abandona a David-Haley Joel Osment en el bosque ante los lloros de éste, se me ponen los pelos de punta) podía haber finalizado con David aprisionado bajo el mar en su nave contemplando el Hada Azul para la eternidad, pero, una vez más, asistimos a un final no apto para diabéticos: el niño robotijo pasando un día con su madre adoptada jugando al escondite y celebrando cumpleaños inexistentes (sólo faltaban los letreros de “Ya es el Día de la madre en el Corte Inglés”). Si, ya sé, que Spielberg escribió la peli según las notas de Stanley Kubrick, pero joder, seguro que el director de La naranja mecánica le hubiera aportado mucha más mala uva al asunto.

También Minority Report hubiera podido finalizar cuando Tom Cruise lo sumergen rapado como un melón y en calzoncillos en la cárcel futurista vigilada por Tim Blake Nelson, en vez de mostrarnos cómo regresa con su ex mujer (embarazada para por poner fin al trauma que arrastran desde la pérdida de su hijo), y cómo los precocs se montan una biblioteca la mar de cuca y mona en el campo, pero para eso sí que se hubieran necesitado cojones.

A Frank Capra se le apodaba “el abuelito Capra” precisamente por el sentimentalismo que derrochaba su obra.  Muerto Capra en 1991, no hay que estrujarse mucho la sesera para adivinar quién se ha erigido por méritos propios como su sucesor (hasta una de las escenas finales de Caballo de batalla copia sin complejos el final de Qué bello es vivir). ¡El abuelito ha muerto! ¡Viva el nuevo abuelito! ¡Viva el abuelito Spielberg!

 

STEVEN SPIELBERG

 

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