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BLACKWOOD reportaje: Blackwoodteen

Rodrigo Cortés nos cuenta qué es para él Blackwood, además de una peli para teens

■ ENTERTAINMENT ONE

Una tarde cualquiera de hace un par de años recibí el borrador de un guión que no debería haberme interesado y que, contra todo pronóstico, me intrigó: Down a Dark Hall, basado en un clásico juvenil de terror escrito en los años 70 por Louis Duncan. Había oído hablar de la novela como el origen apócrifo de Suspiria y de otras historias, pero, francamente, no sabía mucho de ella. El borrador —aún incipiente— mostraba un mundo alejado, en apariencia, del mío, la historia de cinco chicas adolescentes internadas en una academia más bien gótica bajo la tutela de una directora especial. Una historia que creía haber visto y leído varias veces. Me equivocaba.

Encontré en ella una premisa oscura y perturbadora que incluía también, o eso sentí, una reflexión sobre el precio del talento. Me vi, sin querer, arrastrado a mis años de conservatorio, cuando las teclas del piano (un millón al principio) iban reduciendo año a año su ancho, dejando algunas cicatrices en el ánimo. Supe entonces cómo abordar una película que en España acabaría llamándose Blackwood.

 

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Blackwood es una película sobre adolescentes. Dirigida a ellos. Que espero tenga la suficiente elegancia como para interesarle a todo el mundo. Más que una película de terror es una alegoría inevitable sobre el hecho de crecer, en esa edad tensa y difícil en que todo resulta terrorífico, cuando uno debe descubrir quién va a ser el resto de su vida. Pero Blackwood es, ante todo, cine del modo en que lo entiendo y me interesa. Más que en sagas recientes, busca guía en la mirada perturbadora de Polanski, en la psicología subterránea de Roeg. En la sensualidad invisible de Weir. En Blackwood pesa tanto el suspense como la belleza de la pintura o de la música: el arte se convierte en una laguna profunda llena de peligros.

En Blackwood las estudiantes no son actrices treintañeras con escotes generosos y faldas breves, sino chicas reales y perdidas —ya no niñas, aún no mujeres—, con interpretaciones naturalistas y profundas, frágiles ante fuerzas poderosas que no comprenden. Chicas conflictivas, cada una a su modo, que han sobrado de diferentes sitios y que no han hecho nada útil nunca, pero que desarrollan, sin explicación posible, talentos artísticos que no soñaban poseer.

Blackwood es una película sobre adolescentes. Dirigida a ellos. Que espero tenga la suficiente elegancia como para interesarle a todo el mundo”

El lenguaje fílmico de la película es, antes de llegar a la academia, muy directo. Y se hace más clásico y «musical» al llegar a Blackwood, con cierto sabor romántico basado en las tomas largas. La narración gana luego en inquietud y se fractura como se quiebran sus protagonistas, cada vez más inestables. El lenguaje clásico de dollies suaves y estilizadas, con la incorporación de diferentes valores de plano en una misma toma, va haciéndose más abrupto minuto a minuto, hasta requerir la intervención de la cámara en mano, rugosa, trepidante. Cambian las estaciones, llega el invierno. La luz se hace plomiza. La noche le gana terreno al día. La atmósfera se enrarece. La belleza se corrompe. Cambian las ópticas, los movimientos de cámara. Cambia cuanto los personajes saben. Poco a poco, la historia se revela...

Con Blackwood he tratado de abrazar un pequeño clásico juvenil y trabajar sus elementos sin cinismo para dialogar con su público de forma honesta. Con intérpretes —sin una sola excepción— de extraordinario talento, desde Uma Thurman a la más joven de las actrices. He tratado de pasar el young adult por un tamiz más «europeo» y sensorial. He tratado, en definitiva, de hacer una buena película.

 

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No soy un seguidor del género teen, pero puedo incorporar sus elementos y tratar de sublimarlos con el respeto que el terror se tenía a sí mismo —y les tenía a sus intérpretes— en los 70 para contar una historia de fantasmas tan aleccionadora como cruel. Puedo trabajar con una actriz de 19 años para intentar llegar juntos a un lugar vibrante y verdadero, tan cargado de textura actoral como el de cualquier personaje maduro. Puedo ejercer mi oficio entregado a cada emoción y a cada nota.

Puedo escuchar las leyes de la academia Blackwood —campana de tiempo que sigue los pilares clásicos del conocimiento— y reinterpretar a través de sus normas una historia clásica que es también un relato subterráneo, más despiadado de lo que la apariencia sugiere. Un relato que alberga una premisa única. Nunca antes me había dirigido al público adolescente. He tratado de acercarme a él de forma respetuosa y directa. Para aspirar así a ofrecerle —y con él a todo espectador, cualquiera que sea su edad— una experiencia cinematográfica genuina.

 

■ BLACKWOOD. Estreno en Venusville: 03/08/2018.

 

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