BLANCO PERFECTO (DOWNRANGE) crítica: A todo gas hacia la muerte

Un pinchazo que hará explotar ruedas, cabezas y dignidades en Blanco perfecto (Downrange)

Ryuhei Kitamura, uno de mis directores fetiche, vuelve a la carga con una película que tiene muchos puntos flojos, pero que sigue demostrando por qué el director ha llegado donde está hoy en día gracias a títulos como Nadie vive, Aragami o Azumi. Con un metraje lleno de sangre y violencia, Blanco perfecto (Downrange) nos hará viajar a través de una carretera en la que nuestros protagonistas deberán luchar por su supervivencia después de un extraño pinchazo que los deja a merced de un sanguinario asesino. Sin preámbulos ni piedad, el largometraje va directo a la yugular con algunas decisiones más que dudosas y unos personajes que parecen no haber visto una película de terror en su vida. ¿Vale la pena perder nuestro tiempo con ella?

La película es un cúmulo de sin sentidos que acaba por hacernos soltar algunas carcajadas, y poco después nuestra impotencia como público. Si la estupidez tuviera un nombre, ese sería el de esta película, la cual parece no tomarse en serio a sí misma en ningún momento. La seriedad es uno de los puntos que se pierden con mayor velocidad en todo el metraje, dejando a la obra más huérfana que las neuronas del guionista. Muchas veces hemos visto películas de asesinos o psicópatas que matan por gusto y placer, pero el de Blanco perfecto (Downrange) lo tiene tan fácil para llevar a cabo su trabajo que no sentiremos ninguna lástima por la muerte de ninguno de los personajes.

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El tratamiento tanto del guión como de la personalidad y decisiones de los protagonistas deja tanto que desear y es una absurdidad tan grande que nos costará centrarnos en lo que estamos viendo, y no acabar insultando a la pantalla donde la estemos presenciando. Ojalá oyeran nuestros gritos de desaprobación, porqué la paciencia tiene un límite.

"Blanco perfecto (Downrange) es un cúmulo de sin sentidos que acaba por hacernos soltar algunas carcajadas"

Eso sí, aquellos que disfruten con el gore, no tendrán excusa para no verla, y es que seguramente el punto más positivo de la película es poder disfrutar del destrozo carnal que realiza nuestro asesino, pues llena de sesos y vísceras tanto todo el asfalto, como parte de la cámara que está grabando la carnicería. Un festival sanguinolento que no podremos dejar de ver, haciendo apuestas sobre quién será la siguiente víctima.

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En cuanto a sus aptitudes y características técnicas, el nivel sube un poco, aunque no lo suficiente como para poder llegar a darle un aprobado a la película. La producción es buena y los efectos y el maquillaje están a la altura de un nombre como el de Kitamura (que siente extremo placer en producir lesiones a todos sus personajes en cada película que hace), pero cuando pasamos al tema interpretativo, los actores nos vuelven a hacer volver a la realidad y poner los pies en el suelo, pues nos daremos cuenta que todo queda manchado por sus estúpidas y sobreactuadas interpretaciones, comenzando un juego para ver quién es el más idiota de todos ellos. La imprudencia en esta cinta no tiene límites.

Como digo, el conjunto carece de sentido y nos podemos poner muy nerviosos si analizamos la película seriamente. Así pues, lo mejor es tomarse esta obra como algo de lo que reírse y pasar un buen rato con los amigos. Pero aún así, tras salir de cualquier sala de cine donde la hayamos visto nos sentiremos fríos y distantes, olvidándola tan rápido que no la recordaremos al día siguiente. Por lo tanto, Blanco perfecto (Downrange) ha sido un pequeño bache en la carrera de Ryuhei Kitamura, que no ofrece más que los tópicos más recalcitrantes del género y una panda de universitarios que tiene de todo menos dos dedos de frente. Nunca un asesino tuvo tan poca faena.

INFORME VENUSVILLE

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