LA EXTRAÑA VIDA DE TIMOTHY GREEN crítica: El soso caso de Tímotin Verdon

El soso caso de Tímotin Verdon Ni Benjamin Buttom, ni Eduardo Manostijeras; el único al que hay que regar es Timothy Green Por Anna Bou

<Iré al grano: La extraña vida de Timothy Green tiene distintos niveles, y todos tienden a cero. Creo que, con esta afirmación ya no haría falta continuar, pero una crítica de tan sólo una frase deja con más ganas que un coitus interruptus, así que llegaremos hasta el final, como debe ser. Con reminiscencias de El curioso caso de Benjamin Button, ni que sea por la evidente copia del estilo de título (ridículo, por cierto, pues en el caso de Timoteo la acción se desarrolla en un cortísimo espacio de tiempo), y por la premisa de la historia: la aparición de un niño “raro”. Pero en el caso de Benjamin Button, las extrañas condiciones del niño tienen una justificación, surrealista a más no poder, pero metafóricamente apta, y por eso mismo creíble y benjaminianamente deliciosa.

   Cosa que no sucede en La extraña vida de Timothy Green, donde la lógica de tal niño es de un churro-patillerismo cien por cien. Es una película que está entre la alegoría y el truño, que no es poco. Y es una lástima, sobre todo teniendo en cuenta que el director y guionista es Peter Hedges, responsable del guión de A quién ama Gilbert Grape, película que en su día se comió, cual carnívoro, mi alma, pues su final es de los más conmovedores que recuerdo. Pero el tiempo no pasa en balde, Peter, Peter…

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   Y eso que la premisa de la película que nos ocupa no está nada mal: una pareja que no puede concebir hijos decide un día, en su desesperación, hacer una especie de conjuro casero, y gracias a él les nace en el jardín, no un árbol, no un limonero, no un columpio, sino un niño de diez años, y todo eso que se ahorran en pañales y parvularios con este angelito ya crecidito. No hay nada más irresistible e implacable que el binomio mala leche + ternura, y de La extraña vida de Timothy Green podría haber salido una fábula con muchísima mala uva acerca de la adaptación de un ser distinto en una sociedad aburrida y lobuna, podría haber sido un cuento que versara sobre las difíciles, pero necesarias, relaciones padres-hijos, sobre los deseos, sobre los sueños, podría, podría, podría, pero no es el caso.

   Esta película rebosa una espiritualidad esquelética que provocaría arcadas al mismísimo Buda, pretende llegar al corazón y convertirlo en puré y, como mucho, llega al juanete del pie. Es el problema de sustituir los matices por la grasa sentimental, es el problema de rellenar el pollo del argumento con corcho y aire. Lo de siempre, vaya, una sensiblería rozando el delito. La figura del niño Green debería ser un bisturí en este guión pero lo han convertido en una especie de santón, en un mini jesucristo que desenmascara a sus allegados adultos y les ayuda a comprenderse y ser más fuertes. No hay nada peor que este niño vegetal diciéndoles a sus padres (Jennifer Garner y Joel Edgerton): “tú puedes, cree en ti”, vaya, es para volver a plantarlo directamente bajo tierra, y ponerle un cactus encima para que se pinche si tiene la intención de volver a emerger a la superficie.

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   Hay escenas que podrían ser tiernecitas como culito de bebé y son directamente de vergüenza ajena, como la escena en la que Timothy debe tocar música ante un público y sus progenitores-jardineros elaboran un plan para que no quede en evidencia su falta de aptitudes, o como cuando Timoteo, para alimentar la clorofila que le corre por las venas, se expone a la luz -brazos abiertos como en la cruz-, cual placa solar. Yo sé que, a priori, esta imagen calórica debería emocionar, pero siento admitir que, lo que me provoca es una risa comparable al visionado de Caballo de batalla (esa “comedia” de Spielberg, otro que tal, más cachonda que los payasos de la tele). Por no hablar del colofón de las memeces, de esa imagen de las hojas de Timothy, metáfora espachurrada de una mente gangrenosa de poeta. Observen detenidamente el cartel de promoción y hallarán una pista de lo que estoy hablando.

   Los elementos fantásticos de esta película funcionarían mejor oralmente, como cuento de toda la vida con su “érase una vez” y su “colorín colorado”, pero convertida en imágenes, este posible cuentito para adultos con un coeficiente intelectual tirando a pitufín, pierde toda su fuerza, sin contar con que en los mismísimos cuentos infantiles la moraleja es mucho más directa y mucho menos pretenciosa, cuando la hay, que en esta ridícula mini-vida de Timoteo el Verde. Con todo, la película no hace daño, como tampoco hace daño el agua hasta que te ahogas. Tiene buena intención, y por eso no la condenaré a alforfones, por eso y porque el niño protagonista es un encanto. Lástima que ni creo en las buenas intenciones ni me enternecen los niños./>

INFORME VENUSVILLE
		Sentencia Quaid: Condenada a alforfones
		Recomendada por Kuato a: los ficus, a las mimosas y a los “hombres seta”, para que vean que pueden llegar a protagonizar una película.
		No recomendada por Kuato a: científicos morbosos, no sea que les dé por inventar semillas-embriones de niños humanos. Imagínense que a los campos, en vez de patatas les crezcan niños. Adiós tortillas.
		Ego-Tour de luxe por: el partido de fútbol, que es de lo más destacable de la película, y no por esa escena en la que Timothy se enchufa cara al sol para recargarse la batería, sino por el desenlace de la escena, lo único no previsible de todo el film.
		Atmósfera turbínea por: la metáfora de las hojas al estilo la planta de E.T., pero sin su gracia. Una ridiculez de premio.

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