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PIRATAS DEL CARIBE reportaje: Navegando hacia el éxito

   

Navegando hacia el éxito

Causas, razones y motivos por los que la saga de Jack
Sparrow se ha convertido en el éxito piratesco que es

Por Chema Pamundi

 

<Desde hacía bastantes lustros, el cine de piratas y bucaneros tenía toda la pinta de estar muerto y enterrado. Pese a ser uno de los temas fundacionales de la novela aventurera, en la gran pantalla sus valores parecían ya caducos, y desde mediados de los años 60 sus códigos habían sido absorbidos principalmente por la ciencia-ficción de corte space opera: los barcos pirata se tornaron naves espaciales, las islas desiertas se convirtieron en planetas remotos, los nativos pasaron a ser extrañas razas alienígenas, y los propios piratas modificaron sus atuendos y su nivel tecnológico de forma acorde, aunque en el fondo su comportamiento seguía siendo el mismo (¿qué es Han Solo sino un pirata del espacio? ¿Y qué es el capitán Kirk sino un remedo del Horatio Hornblower de El hidalgo de los mares?).

   Desde la década de los 70, los esporádicos intentos que se hicieron por rodar películas de piratas ya no eran más que tributos a la era dorada del género (más o menos lo mismo que le ocurrió al western, al cine noir, al musical…), y los rechazos de crítica y público acabaron por convencer a las productoras de que volver sobre el tema era una mala idea (véase los plúmbeos ejemplos de Piratas, de Roman Polanski, de La isla de las cabezas cortadas, de Renny Harlin, o incluso del Hook de Spielberg). Es sintomático que, en los últimos 20 años, la única pieza fílmica digna de mención dentro del subgénero de piratas haya sido “Seguros Permanentes Crimson”, el cortometraje paródico que prologaba la película El sentido de la vida, de los Monty Python.

 

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¿Un pirata en busca de un tesoro, un tópico? ¡Naaaaaaaaaa!

 

   En estas aguas pantanosas es en las que se ha estado moviendo el cine de piraterías durante las últimas dos décadas (salvo por las sempiternas adaptaciones a TV-movie de clásicos como La isla del tesoro) hasta que en el 2003 llegó Disney con Piratas del Caribe: La maldición de la Perla Negra, un super-taquillazo imprevisto hasta para los mismos estudios Disney (sus propios analistas desaconsejaron la inversión, vaticinando que una película basada en una atracción de feria sería un fiasco), y que ha vuelto a poner a la orden del día las banderas de calaveras y tibias cruzadas. Pero ¿Por qué ahora? ¿Qué aporta de nuevo Piratas del Caribe al género de aventuras? ¿Y qué queda en las películas de Gore Verbinski de aquel cine clásico que durante tantos años ha sido pasto de las sesiones de sábado por la tarde? Éstas son, creo, las claves del demoledor éxito, en pleno siglo XXI, de una saga de aspecto tan añejo como Piratas del Caribe:

 

 

El tópico como lenguaje

   Una de las grandes ventajas con las que ha contado Piratas del Caribe es, precisamente, basarse en un material de derribo como es la adaptación de una atracción de parque temático. Los guionistas Ted Elliot y Terry Rossio no se han visto constreñidos por tener que lidiar con ningún “clásico de la literatura universal” al que respetar reverencialmente, ni han tenido que sufrir las comparaciones que conllevaría el remake de una película anterior (por poner dos ejemplos de un mismo director, eso es justo lo que le pasó a Peter Jackson con El señor de los anillos y King Kong, respectivamente).

   Al contrario, la psicotrónica premisa de partida de Piratas del Caribe (una atracción de feria) les ha otorgado libertad total para hacer el cabra y dar a las películas de la serie un aire desenfadado y autoparódico, que les sienta como un guante (porque conecta directamente con los gustos y exigencias del público potencial al que van dirigidas; y en muchos casos también con su coeficiente intelectual, todo hay que decirlo). Además, este tono gran guignolesco les ha legitimizado literalmente para saquear lo que quieran de otras fuentes sin que nadie se queje. Todo el mundo entiende Piratas del Caribe como un mega-pastiche, y así, lo que en otras circunstancias sería considerado un plagio, en este caso se acepta como simples “homenajes” al género.

 

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Jack Sparrow en pleno homenaje a Alfred Hitchcock

 

   Por tanto, Piratas del Caribe fusila todo referente que se le pone a tiro. La mayoría de estos referentes son obvios y hasta algo chuscos, como la trilogía clásica de Star Wars (los bajos fondos de Puerto Príncipe o la isla Tortuga respiran el mismo ambiente fronterizo que Mos Eisley), la saga de Indiana Jones (Jack Sparrow perseguido por los caníbales, o por una rueda gigante de madera), o el videojuego “Monkey Island” (del que se copia el estilo visual y parte de la trama, en lo que puede considerarse una especie de revancha, ya que en su día la principal inspiración para “Monkey Island” fue precisamente la atracción Piratas del Caribe de Disney).

 

  "Piratas del Caribe fusila todo referente que se le pone a tiro,  como la trilogía clásica de Star Wars, la saga de Indiana Jones, o el videojuego Monkey Island"  

 

   Sin embargo, también hay en los filmes de Piratas del Caribe algunos homenajes menos patosos, porque no son tan evidentes y porque están incluidos en la trama con algo de originalidad: el hálito lovecraftiano de las criaturas sobrenaturales como el Kraken, o Davy Jones y su tripulación de hombres-crustáceo (que remiten directamente a las alucinadas descripciones del relato “La sombra” sobre Innsmouth); el espíritu lúdico de la novela “En costas extrañas” (baste recordar la escena en la que Elizabeth utiliza sogas y poleas para mover uno de sus vestidos por la cubierta del barco como si fuese una marioneta, a fin de simular que se trata del fantasma de una doncella que acecha a la tripulación)…;

 

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"No te preocupes por esa escena, la tuya con el burro en PdC1 es igual de ridícula"

 

…el sentido poético de “20.000 leguas de viaje submarino” (Davy Jones en su camarote, tocando el órgano con los tentáculos que cuelgan de su boca, como si fuera el Capitán Nemo); o cierta voluntad de coreografiar las escenas de acción al estilo de películas clásicas como El capitán Blood o El temible burlón (Orlando Bloom rajando con su cuchillo la vela del barco para dejarse caer por ella). Este constante ejercicio de reciclaje es utilizado con especial habilidad al final de Piratas del Caribe 2: los guionistas logran maquillar el brusco e insatisfactorio desenlace de la película (nada se resuelve, todo queda colgado de cara a la tercera parte de la saga), dándole el tono episódico y de “cliffhanger” de los relatos pulp de aventuras.

   Por haber, en Piratas del Caribe hay incluso puntos de contacto con la comedia slapstick de Chaplin o Buster Keaton (ese humor payaso, de trompadas y botellazos, que tanto gusta al público infantil). Cualquier referente imaginable del cine de entretenimiento, por inverosímil que parezca, tiene cabida en Piratas del Caribe. Resumiendo, las películas de la serie son como una gran ensalada variada en la que casi todo el mundo puede encontrar al menos un ingrediente de su gusto. 

 

 

 

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