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ROGUE ONE: UNA HISTORIA DE STAR WARS crítica: Episodio cuatro menos cuarto

Primer spinoff de Star Wars a modo de precuela entre los episodios III y IV de la era George Lucas

CHEMA PAMUNDI

La cosa, con Star Wars, es que se ha vuelto tan jodidamente grande que ya resulta imposible juzgar “qué debería” y “qué no debería” ser Star Wars. Hasta hace pocos años, muchos fans convenían en opinar que la aparición de los ewoks en El retorno del Jedi, o de los gungan en La amenaza fantasma, suponían un cambio de tono que chirriaba de mala manera. El canon ideal de la saga era sin discusión el pulp elevado al cubo, y cualquier cosa que se alejara de eso era criticada con dureza.

Sin embargo, justamente las precuelas, aunque chapuceras en lo cinematográfico, tuvieron el efecto de llevar la epopeya de la familia Skywalker a todas las casas. Desde 1999 el márketing y los productos derivados se han disparado hasta niveles delirantes: en tiendas de ropa como H&M se venden calzoncillos de Darth Vader, y hemos tenido novelas como "Las tropas de la muerte" que se zambullen sin complejos en el género de terror (una plaga de zombis en una nave prisión imperial).

 

Rogue One: Una historia de Star Wars

"Con esta cirugía facio-sideral vuelvo a estar tan joven como el primer día"

 

El universo de Star Wars, que empezó siendo fantasía en el espacio y más tarde fue redefinido como “un género en sí mismo” ha seguido creciendo hasta volverse una papilla indefinible, un modelo de ocio transversal que lo engloba todo, desde dibujos animados para niños pequeños (por comparación, sería inimaginable ver una serie infantil ambientada en la Tierra Media de El señor de los anillos), hasta obras tan oscuras, chungas y adultas como Rogue One. Star Wars puede ser cualquier cosa que Disney y su ejército de directores-fandom quieran que sea.

En Rogue One conviven dos almas cinematográficas muy distintas, hasta el punto de que casi podría definirse como “dos películas en una”: la primera de ellas nos cuenta una historia siniestra y pausada de traiciones, renuncias morales y redenciones personales (¿a qué extremos de sacrificio estamos dispuestos a llegar para lograr el bien común?). La segunda es simplemente una mega-escena de acción de tres cuartos de hora, a todo lo que dé de sí el departamento de FX. Esta segunda “mini-película” es despampanante, una bendición para cualquier fan. Mejor que cualquier escena de acción del Episodio VII, sin ir más lejos. En cambio la primera película, la que dedica una hora larga de metraje a presentar personajes, desarrollar su trama y expandir el universo de la franquicia, avanza dando trompicones y con algún que otro ataque de tos narrativa.

 

Rogue One: Una historia de Star Wars

"¿Seguro que no somos parientes de Rey y Finn?"

 

Si uno de los referentes fundamentales de la trilogía clásica (episodios IV al VI) eran las cintas épicas de segunda guerra mundial, Rogue One parece, a ratos, un remake inconfeso de las típicas pelis de comandos estilo Los cañones de Navarone, Los héroes de Telemark o Los doce del patíbulo (pero sin patíbulo). El “wild bunch” de desarrapados protagonistas va completando misiones previas casi como si fueran niveles de un videojuego, hasta llegar a la última pantalla, que consiste en mangar a los imperiales los planos de la Estrella de la Muerte y liquidar al “boss” final.

En favor de los guionistas (Chris Weitz y Tony Gilroy) hay que decir que procuran evitar el exceso de lugares comunes, y que todo lo que plantean está bien trenzado y tiene lógica. Sin embargo, los primeros setenta minutos son un mero prolegómeno que deja escasos pasajes memorables. El arranque, con cinco o seis cambios de planeta y de personaje al que prestar atención, es un guirigay en el que resulta fácil perderse; a la alargadísima escena en el planeta Jedha, una especie de Mos Eisley 2.0 al que hay que ir a buscar a un piloto imperial desertor que tiene información muy tocha, le falta tensión dramática y acaba quedando como poco más que una excusa para juntar al grupo; respecto a las apariciones del Gran Moff Tarkin en versión teleñeco digital, no hacían la más mínima falta (se limita a soltar innecesarias frases explicativas) y te sacan a patadas de la inmersión narrativa (pese al currazo que le deben de haber supuesto al equipo de CGI, el resultado es un pegote; la tecnología aún no está para que el ojo humano se trague estas cosas).

"Rogue One es una fase de cine grandioso, hábil, valiente, que dota de sentido incluso al propio título de la cinta"

El dibujo de personajes tampoco ayuda. Es bastante evidente que los guionistas han intentado mitigar el hálito épico apostando por anti-héroes taciturnos y de cierto perfil bajo (esto no deja de ser una historia secundaria del universo Star Wars, y no es plan de inventarse iconos más molones que Luke Skywalker o Han Solo), pero desde luego se les ha ido la mano. Los dos protagonistas, la “huérfana vengadora” Jyn Erso (Felicity Jones, correcta) y el “implacable agente rebelde” Cassian Andor (Diego Luna, tieso como un palo) se mueven entre lo inane y lo antipático, cuesta horrores empatizar con ellos y su trasfondo se explica de manera deficiente. El villano Orson Krennic (un esforzado Ben Mendelsohn), básicamente el “jefe de obra” de la Estrella de la Muerte, es el antagonista con menos caché de toda la saga, parece un inspector de hacienda con capa y bláster.

Así las cosas son los secundarios quienes acaban robando todo el cariño del público, porque aun siendo igual de esquemáticos al menos resultan peculiares, identificables y simpáticos, en especial el luchador-místico ciego Chirrut Imwe interpretado por Donnie Yen (fotocopia casi directa del Zatoichi de Takeshi Kitano), y el androide ex-imperial reprogramado K-2SO, pesimista y socarrón a partes iguales. O sea, un karateka ciego y un robot son lo mejor de la función. Claro, cuando comparamos eso con la formidable galería de protagonistas del Episodio VII: El despertar de la fuerza, a cuál más carismático, se nos cae un poco el alma a los pies. Ninguno de los personajes de Rogue One tendría fondo suficiente como para soportar el peso de una secuela (¿Rogue Two?).

 

Rogue One: Una historia de Star Wars

"Mucha Estrella de la Muerte pero sólo un WC para cada cien stormtroopers"

 

Por suerte, bien cruzado el ecuador del metraje empieza la “segunda película” a la que antes hacía referencia. Arranca con una escena de diálogo, la más importante a nivel dramático, en la que los personajes se miran a los ojos, toman una decisión sin vuelta atrás y se lanzan de cabeza al clímax. Es una fase de cine grandioso, hábil, valiente, que dota de sentido incluso al propio título de la cinta. De ahí hasta los créditos finales, Rogue One ya no bajará del sobresaliente. Son los mejores 40 minutos seguidos que ha dado la serie, así de tajante. Una mezcla perfecta entre Misión Imposible y Apocalypse Now o Salvar al soldado Ryan: Jyn y Cassian infiltrándose a por los planos en un centro de datos imperial, mientras el resto del grupo monta una tangana de distracción de puertas para afuera, con X-Wings haciendo tirabuzones, AT-ATs disparando a todo lo que se mueve, una batalla espacial en órbita... el copón bendito, vamos.

Ahí, Gareth Edwards y su equipo se quitan por fin el corsé de una narración hasta entonces demasiado pautada y nos dejan boquiabiertos acumulando una escena memorable tras otra, con un espectacular dominio del travelling, del montaje, del crescendo dramático a lo Kurosawa en Los siete samurais y con un apoyo fantástico de la banda sonora de Michael Giachinno (estupenda teniendo en cuenta que apenas dispuso de cuatro semanas para componerla, sustituyendo a Alexandre Desplat debido a incompatibilidades de agenda por la larguísima fase de post-producción); y cuando la trama ya se ha resuelto, cuando el polvo de la batalla se ha asentado, aún les queda un último as en la manga, un epílogo mayúsculo protagonizado por Darth Vader y su sable láser, que enlaza por vía directa con el episodio IV y que se cuela en el top de momentos más antológicos en la historia del Lord Sith. Para verlo de pie y aplaudiendo.

 

Rogue One: Una historia de Star Wars

"¡Qué susto, por un momento he creído que era Jar Jar Binks!"

 

Así que, después de todo, sales del cine flotando a dos palmos del suelo. Rogue One es un producto para fans establecidos, y es a la vez un intento de tomar nuevos derroteros, y también de satisfacer al público que no haya prestado antes demasiada atención a Star Wars. Es, o intenta ser, muchas cosas a la vez, y quizás ahí está el problema, en que abarca demasiado y se acaba derramando por algunos sitios mientras que se queda cortísima en otros. Pero cuando funciona, funciona de una manera gloriosa. Nos da pinceladas de una galaxia llena de texturas, en la que se pueden contar mil historias distintas, y nos muestra a una alianza rebelde que se ensucia las manos y se mueve en un marco de grises morales como nunca habíamos visto antes (incluyendo un “brazo armado” con métodos típicos de grupo terrorista).

Además, hay que celebrar que Gareth Edwards la haya dirigido como una obra de autor, con la misma personalidad visual que ya demostró en Monsters, en vez de limitarse a ejercer de funcionario al servicio de la franquicia. Y, en fin, por una vez se adivina que los intensos reshoots que hubo que asumir (casi todo el final fue reescrito y filmado de nuevo) han sido para bien. Podríamos decir que Rogue One sustituye a El retorno del Jedi como “la mejor película fallida de Star Wars”, y eso no es poco. No lo es para nada.

 

INFORME VENUSVILLE

Venusentencia: Copas de yate

INF VNV 4

Recomendada por Kuato a: quien se quejó en su día de que el Episodio VII volvía a contar lo mismo de siempre, y quiera ver una historia de Star Wars con, esta vez sí, un tono muy distinto.

No recomendada por Kuato a: quien espere que le enseñen la Estrella de la Muerte por dentro y a fondo, como si esto fuera el programa de TV “Las casas de los famosos”, quedará decepcionado. Llama la atención que en una peli centrada en la estación de combate sólo veamos de ella planos exteriores y un par de escenas en el puente de mando.

Ego-Tour de luxe por: el sencillo pero brillantísimo giro de trama para justificar algo que llevaba 40 años generando bromas: el por qué la Estrella de la Muerte se construyó con un punto débil tan flagrante, que permitía destruirla de un sólo disparo.

Atmósfera turbínea por: el absurdo índice de bajas entre los soldados de asalto imperiales, que cargan al combate sin cobertura, como si fueran lemmings, y que a veces incluso palman cayendo unos sobre otros y formando pilas de cadáveres. Roza lo cómico.

 

STAR WARS: UNA HISTORIA DE STAR WARS. Estreno en Venusville: 15/12/2016

 

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