TORO crítica: El clan de los garruleses

Gangsters cañís, matones cazurros, y Mario Casas repartiendo hostias como panes, en Toro

■ RAY ZETA

Pelis de gangsters o con gangsters no abundan en el cine español, quizás porque relacionamos mejor el género con tipos con trajes a rayas y corbatas chillonas paseándose por ciudades norteamericanas como Chicago, Nueva York o Las Vegas, bajo los rasgos de actores clásicos del género como Robert De Niro o Al Pacino, que con actores de nuestra casa, vistos mil y una veces tanto en cine como en televisión, tomándose un chinchón en una terracita de la Plaza Mayor. Por eso, sólo por este atrevimiento Toro ya tiene un punto ganado, y más aún si acumula todos los tópicos habidos y por haber de este cine, con tan pocos complejos como Hellboy con tutú.

El pistolero en vías de regeneración a quien cuyo pasado no permite emprender una nueva vida por mucho que lo desee, premisa que existe desde que el cine es cine, vista en títulos tan ilustres como Atrapado por su pasado, Sin perdón, Open Range o Una historia de violencia, y en menos ilustres como 60 segundos o Tokarev; la relación paterno-filial que mantiene el protagonista con el capo mafioso de la banda de gangsters a la que pertenecía; y el hermano tarambana propenso a meterse en marrones como el que tan bien compuso Gary Oldman en El clan de los irlandeses, culpable de su regreso forzoso al negocio por una deuda contraída con el gangster, que aquí interpretan Mario Casas, José Sacristán y Luis Tosar, respectivamente.

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Que interpretan y que bien-interpretan. Mario Casas no da el nivel como héroe romántico (Tres metros sobre el cielo, Palmeras en la nieve), actor de drama (La mula, Ismael) o actor de comedia (Las brujas de Zugarramurdi, Mi gran noche), pero las cosas como son: garrulito como es, cuando se trata de plasmar tipos de la calle, como se vio en Carne de neón o Grupo 7, lo clava. José Sacristán está sencillamente genial como capo mafioso amante de los santos y los cuchillitos, y despliega una dureza jamás vista en su filmografía. Y Luis Tosar está divertidísimo haciendo eso, divirtiéndose jugando a imitar al Gary Oldman de El clan de los irlandeses en versión cañí y menos pelo.

"Toro acumula todos los tópicos habidos y por haber del cine de gangsters con tan pocos complejos como Hellboy con tutú"

Lástima que Toro no mantenga durante todo el metraje las expectativas creadas durante su primera media hora de presentación de tramas y personajes. Conocemos a los protagonistas de la historia sin escatimar ni acción ni violencia, lo que se agradece enormemente por tratarse de una producción española (el giro argumental que sucede con la novia de Mario Casas es de lo más valiente visto jamás en nuestro cine), pero una vez presentados, el ritmo se estanca en un ir y devenir de los personajes sin ton ni son hasta el clímax final, parte en la que la película vuelve a animarse cuando los bostezos ya empezaban a oírse desde más de una butaca de la sala.

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Un "hijo de puta" por aquí, otro "hijo de la gran puta por allá", y ya tenemos a Mario Casas repartiendo candela, y de qué manera, en una suerte de homenaje a Scarface (El precio del poder), pasando pantallas como si de un videojuego se tratara, igualito que las iba pasando Jet Li en El beso del dragón, aunque con unas hostias como panes que nada tienen que ver con las refinadas artes marciales cultivadas en Shaolin. Viendo cómo las gasta, yo me lo miraré con otros ojos a partir de ahora, procuraré hacerle enfadar lo menos posible, y no me sorprenderé lo más mínimo si en el futuro aparece en una entrega de Los mercenarios repartiendo galletas junto a Sylvester Stallone y Jason Statham.

Toro se revela pues como una peli con buenos momentos y buenas maneras como sucedía con Eva, la primera y anterior película de Kike Maíllo (incluso con mejores momentos que Eva), aunque acabe como ella revelándose como un título irregular en su conjunto. En el caso de Eva era por un final romántico y melodramático que no pegaba con la historia propuesta, y en el caso de Toro por el vacío de guión presentado en su tercio intermedio. Lástima, porque los personajes, los actores y el tono lo tienen, por eso a poco que se hubiera mantenido la acción durante el acto central, ahora estaríamos hablando de una película bien diferente. Algún tirito más, algún cuchillito más, algún "hijo de la gran puta" más, y solucionado.

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