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SITGES 2011 crónica día 1: Poca inteligencia y mucho artificio

   

Poca inteligencia y mucho artificio

Primer día de festival: Eva; Inteligencia
Artificial; The Murder Farm; Contagio; Knuckle

Por Chema Pamundi

 

<Parece metafísicamente adecuado que, el mismo día en que Steve Jobs se nos va al otro barrio, arranque la 44 edición del Festival de Sitges con dos películas como Inteligencia Artificial y Eva, dos producciones llenas de pantallas táctiles, entornos virtuales y demás gadgets que hoy nos parecen mucho menos ciencia-ficción que hace solo una década, gracias entre otros al visionario padre espiritual de Apple.

   El Festival de Sitges de este año tiene como film leit-motiv a la ya mencionada Inteligencia Artificial, penúltima obra maestra de Steven Spielberg (en su estreno, hace diez años exactos, se le dieron algunos palos bastante injustos; el paso del tiempo la ha convertido en un clásico indiscutible), quien la dirigió por encargo de otro visionario (acaso el mayor que haya dado el cine sonoro): Stanley Kubrick. Para hacer honor a esta fusión de genios, el certamen ha programado para hoy el pase de la cinta seguido de un post-screening con Chris Baker (ilustrador conceptual de la peli) y Jan Harlan, el cuñadísimo de Stanley Kubrick (además de amigo personal y productor asistente en varias de sus películas), al que ya sería hora de que la Organización del certamen le fuera poniendo un pisito en Sitges; desde luego les saldría más a cuenta que tenerlo en el hotel, porque ésta es como la tercera vez que lo traen de invitado en los últimos cuatro años (al hombre le debe de encantar la paella del Paseo Marítimo).

    Me hubiera gustado asistir a este post-screening, pero incluso yo, que soy un absoluto fan de Kubrick, tengo a Mr. Harlan más visto que el tebeo. Ya le daré las buenas tardes si lo veo por el hall del hotel…

 

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David y Gigolo Joe, fans incondicionales de Jan Harlan desde que eran unos robotitos

 

   La crisis económica también parece haber alcanzado al Festival de Sitges, como demuestra de manera simbólica la ausencia de una de sus señas de identidad: los macro-carteles promocionales en la explanada del Auditori. Al parecer, las productoras no tienen pasta que malgastar anunciando sus nuevos estrenos. Entre eso y que se ha abierto una segunda carpa de bocatas justo del otro lado de la explanada, la zona de alfombra roja frente a la puerta del Auditori ha perdido parte de su glamour, y más parece un mercadillo que otra cosa. Eso sí, se ha vuelto a batir este año el record de entradas vendidas de antemano (27,000, superando en 6,000 el anterior registro), una estadística para la que el festival no parece alcanzar su techo. Buena señal.

   En fin, vamos a lo importante. En su primer día, el Festival de Sitges suele ser como una gran bestia que se despereza tras un año de letargo. Todo parece ir al ralentí. Es un día para aclimatarte, prepararte el calendario de películas que vas a cubrir, y empezar a coger ritmo. Por tanto, hoy solo he visto tres títulos (bueno, cuatro pero haciendo trampa, como veréis al final de esta crónica). A saber: 

 

 

Eva (Kike Maíllo. España, 2011)

   Sitges es un certamen de arraigadas tradiciones: la Zombie Walk, las maratones de madrugada, las expos de memorabilia friki del Brigadoon… una de las tradiciones que me tocan más de cerca, no obstante, es que cada año tengo algún pollo a la hora de recoger la acreditación (generalmente se les han traspapelado mis datos), y cuando por fin se aclara el asunto resulta que ya me he perdido el pase de la película inaugural. Este año, no obstante, todo ha funcionado como la seda (me he quedado hasta estupefacto), y así he podido ver sin problemas Eva, a la que le tenía ciertas ganas.

   Eva se ambienta en un futuro cercanísimo en el que los robots están plenamente integrados en la sociedad humana. Álex (Daniel Brühl) es un visionario diseñador de software que vuelve a su ciudad natal para completar el proyecto de crear un niño robot, que dejó inacabado cuando se marchó de allí. El retorno al hogar reavivará el triángulo amoroso que le hizo largarse en su día, y le hará conocer a una enigmática niña (la Eva del título), cuya procaz personalidad le cautivará y le servirá como inspiración para completar su obra.

 

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"Ay, quién hubiera pillado a Haley Joel Osment hace diez años..." 

 

   Decir que Eva ha resultado una decepción equivaldría a asumir que tenía alguna esperanza puesta en ella, cosa que ni de coña. Me esperaba unos buenos efectos especiales y un mal guión, y eso es justamente lo que me he encontrado. Las pretensiones de compararla con una obra del calado de Inteligencia Artificial suenan a chiste, pues no es solo que Eva tarde milenios en arrancar, sino que cuando finalmente lo hace renuncia a explorar ninguna de sus (no originales pero sí interesantes) ideas de partida, y en vez de eso se enreda en los aburridos vericuetos del melodrama más tópico.

   Por si fuera poco, a la menor oportunidad los guionistas anteponen el gimmick, la trampa efectista de guión, a cualquier desarrollo lógico de la trama (la mayoría de personajes adultos de Eva son tontos del culo); y así, claro, no hay manera. Pese a su flamante apariencia externa (la verdad es que los efectos especiales lucen perfectos). Eva no es una película de robots, es una película CON robots, a los que en un momento dado se podría haber sustituido por clones, extraterrestres o fantasmas, dejando el grueso de la historia virtualmente intacto. Y no sigo, porque me caliento y no quiero hacer spoilers, pero la última media hora (giro “sorpresa” incluido) es de lo más torpe y anticlimático jamás visto. Pese a todo, podría argumentarse que ya cuadra que una película sobre autómatas tenga un guión tan mecánico y falto de vida.

 

 

The Murder Farm (Bettine Oberli. Alemania-Suiza, 2009)

   Con una galleta de soja y naranja como único alimento en el estómago (no hay tiempo para cosas tan prosaicas como desayunar), cruzo a paso ligero el pueblo hasta el cine Retiro para ver la cinta germano/suiza The Murder Farm, con la esperanza de que sea una de esas agradables sorpresas con las que no contabas, y que el festival te regala a veces. ¿Lo es? Ni remotamente.

   The Murder Farm es un tocho de los que invitan a arrojarse en plancha sobre los brazos de Morfeo a los diez minutos de metraje. La cosa es una especie de versión teutona de la matanza de Puerto Hurraco: a finales de los años 40, en una aldea perdida de la campiña bávara, alguien asesina a golpe de pico a todos los miembros de una familia de granjeros de la zona; y como la susodicha familia no le caía bien ni al cura del pueblo, el asunto se deja correr. Pero dos años más tarde, una joven aparece por allí y empieza a remover de nuevo el tema. ¡Ay, qué misterio!... y eso.

 

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Versiones alemanas de Jerónima Izquierdo y Amadea Cabanillas 

 

   La supuesta gracia de The Murder Farm reside en ver cómo poco a poco los testimonios y puntos de vista de los diferentes vecinos van completando las piezas del puzzle (al estilo de Rashomon), al tiempo que dejan al aire las miserias de una comunidad en la que todo el mundo tiene mucho que callar. Sin embargo, ese es muy exiguo bagaje para resistir hora y media de confusos diálogos explicativos (en plan “Mich le dijo a Hansl que Johann y Betti habían visto a Georg salir de casa de Gunther en mitad de la noche”) sin dar alguna que otra cabezada.

   Para demostrar el interés suscitado por la película, baste destacar que en cierto momento de la proyección los subtítulos han dejado de funcionar durante casi un cuarto de hora, y no se ha quejado ni Dios (sí, ya, igual resulta que todos los espectadores eran germano-parlantes…). Me cuentan que The Murder Farm está basada en un best seller que lo petó a base de bien hace algunos años. Pues oye, decidle al librero que me lo vaya envolviendo para regalo, que ya me pasaré a buscarlo…

 

 

Contagio (Steven Soderbergh. E.U.A., 2011)

   Tras remojarme la cara para sacudirme de encima el estado letárgico en que me ha sumido The Murder Farm (y engullir un mini-bocadillo en tiempo récord de vuelta al Auditori), toca Contagio, el primer “peso pesado” del festival. Steven Soderbergh es un gran director de cine, con un atractivo lenguaje visual capaz de dotar de interés y personalidad cualquier historia que filma. Ahora bien, Soderbergh es también un director quizás demasiado prolífico, que no siempre sabe elegir proyectos a su altura. Así, pese a su incontestable talento tras la cámara se ha labrado una filmografía sorprendentemente irregular, en la que menudean tanto las obras excelentes (Traffic, Un romance muy peligroso, Solaris…), como los divertimentos gaseosos (Ocean’s Eleven, Erin Brockovich…), e incluso algunos petardos del todo indefendibles (Full Frontal, Ocean’s Thirteen…).

   Contagio se mueve de forma bastante equidistante entre la excelencia y lo gaseoso, sin naufragar en ningún momento pero sin llegar a ser tampoco la obra maestra que algunos han querido ver. La película narra la expansión día a día de una pandemia vírica con el potencial de aniquilar a buena parte de la población mundial, y los desesperados esfuerzos por frenar la hecatombe (tratando de encontrar al paciente cero, investigando una vacuna contra reloj, etc), visto todo ello a través del prisma de una coral de personajes interpretados por medio star system Hollywoodiense (Matt Damon, Gwyneth Paltrow, Laurence Fishburne, Jude Law, Kate Winslet… y seguro que me dejo a alguien).

 

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"Como se lo cuento, tantos actorazos y ninguno es el protagonista"

 

   De Contagio funciona muy bien el tono solemne y despiadado, la narrativa fragmentada en plan “disaster-movie” setentera (el cartel de la película incluso reproduce esa estética, con las fotos de todos los actores rollo Aeropuerto o El coloso en llamas), la verosimilitud de lo que se nos cuenta (mis conocimientos científicos no pasan del “nivel Quimicefa”, pero desde luego Contagio me resulta más creíble que Estallido o La amenaza de Andrómeda), las soberbias interpretaciones (incluso los actores que aportan poco más que un cameo lo bordan), y la sutil banda sonora de Cliff Martínez (compositor habitual del director). Sin embargo, no acaba de funcionar la forzada neutralidad emocional con que Soderbergh lo quiere mirar todo (a ratos la película intenta distanciarse tanto que, más que estremecer, deja indiferente; un poco lo mismo que ocurría en A ciegas, de Fernando Meirelles).

   En fin, como decía un compañero de otro medio al abandonar la sala, tal vez es que hay algunos temas que sencillamente no son muy cinematográficos (y me ponía como acertado ejemplo la aridez de Todos los hombres del presidente). Sea como sea, el cómputo global de Contagio es satisfactorio. Una sólida película de catástrofes, ni más ni menos.

 

 

Knuckle (Ian Palmer. G-B.-Irlanda, 2011)

   Para acabar de redondear la jornada, comentar el pase de Knuckle, que yo ya había visto cómodamente en mi casa pero que aprovecho para colar aquí sibilinamente, como si hubiera asistido al pase de prensa (y en efecto, me quedo tan ancho). Los documentales son un poco el “hermano pobre” del certamen, y es una lástima, porque cada año pueden encontrarse en este apartado al menos un par de piezas que acaban estando entre lo más interesante de la cartelera (quizás, si los organizaran en una sección propia despertarían más interés).

   No es el caso del pretendidamente transgresor Knuckle, que cuenta la triste historia de los McDonaugh y los Joyce, dos familias de irlandeses a cual más cavernícola. Estos dos clanes, que en realidad son consanguíneos, llevan toda la puñetera vida enfrentados (ya ni se acuerdan del motivo ni del momento en que empezó todo, pues a lo largo del documental unos y otros van explicando diferentes versiones que se contradicen), y cada tantos meses deciden reavivar dicha enemistad batiéndose a puñetazo limpio en combates clandestinos de boxeo, por lo general, con un bote de decenas de miles de libras para el ganador. O sea, como El club de la lucha, pero sin glamour.

 

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La primera regla del club del Knuckle es: no se habla del club del Knuckle

 

   Obviamente, cada combate genera una cantidad indeterminada de revanchas, que ayudan a que la cosa se perpetué de generación en generación. El director de la película, Ian Palmer, lleva más de una década reuniendo filmaciones de estas denigrantes sartas de hostias. Sí, Knuckle es un documento bastante duro de ver (a la par que cómico: son alucinantes los cutrísimos videos caseros que los luchadores de ambas familias se van mandando mutuamente para retarse), y sí, se intuye cierto discurso de fondo sobre la exaltación de la violencia como única opción del lumpen irlandés para ganar prestigio social.

   Pero más allá de eso, el documental no da para hora y media de matraca (un reportaje de “Informe Semanal” le hubiera ido de perlas), y resulta bastante molesta la voz en off del director, narrando la cosa con un tono mortecino en plan “¡El horror, el horror!”, cuando al fin y al cabo lo que nos está vendiendo no es la denuncia de una problemática social generalizada, sino la morbosa exhibición de las penurias de dos familias puntuales que de vez en cuando quedan en una carretera apartada para abrirse la crisma a guantazos. Ian Palmer tarda 93 minutos en darse cuenta de que “ya es suficiente” y apagar la cámara (cuando le toca asistir a un combate entre dos abuelos que rondan los sesenta años); cualquier espectador con dos dedos de frente no necesitará más de diez minutos para llegar a la misma conclusión.

   Pues eso ha sido todo para empezar. Este vuestro reporter se despide hasta mañana./>

 

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2 Respuestas

  1. Anónimo
    David Durden<br />Ai que recuerdos! En cualquier caso, las crónicas de Pamundi son un gran sustitutivo del festival para aquellos que no podemos estar en misa y repicando. Buen trabajo!
  2. Anónimo
    Visionaria<br />Para los que no podemos ir a Sitges a ver las pelis, esta cobertura es una gozada...ya espero con muchísimas ganas la de hoy!

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