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SITGES 2012 crónica día 2: Duele, pero al final gusta

   

Duele, pero al final gusta

Segundo día de festival: Insensibles; Holy
Motors; Compliance; John Dies at the End

Por Chema Pamundi

 

<Segundo día de festival, ya a toda castaña. Hoy no nos hemos movido del Auditori, encadenando una película tras otra con bastante tiempo de pausa entre ellas para comer sentados o hacer el cafetito de rigor. Esta es una diferencia sustancial respecto a otros años (en los que solíamos ir de culo de un sitio para otro), pero dista de ser un buen síntoma: significa que apenas hay ruedas de prensa o actos paralelos que cubrir. Esperemos que la cosa mejore durante los días del fin de semana, pero lo cierto es que de momento, entre sesiones esto está un poco muerto. Tampoco ayuda la inexplicable decisión de la organización de dejar fuera de la acreditación de prensa los pases de películas en 3D, a los que solo se puede acceder comprando entrada de público en taquilla (y ya están todas agotadas, por supuesto). Eso significa que hoy nos hemos perdido Flying Swords of Dragon Gate 3D (una de chinos voladores y hostias como panes de Tsui Hark con Jet Li), y que a lo largo del festival nos vamos a quedar sin ver Piranha 3DD o Frankenweenie, entre otras. Teniendo en cuenta que ya nos hacen pagar 30 eurazos por los gastos de gestión de la acreditación de prensa, creo que ninguno nos quejaríamos si nos cobraran 5 o 10 euros adicionales pero a cambio pudiéramos acceder a esas sesiones.

   La terapia de hoy ha consistido en cuatro películas, que ya viene a ser mi ritmo diario estándar. Podrían haber sido incluso cinco, pero antes del pase de John Dies at the End en el Auditori le han entregado el premio Màquina del Temps a su director Don Coscarelli (una de las pocas “celebrities” que veremos este año por Sitges), y el consiguiente retraso con el que ha empezado la peli me ha impedido llegar al Retiro (¿o era al Prado?) a tiempo para ver el documental The Exorcist in the 21 Century, que parecía la releche. Pero bueno, en vez de lamentarme, mejor hablar de lo que sí he visto:

 

 

Insensibles (Juan Carlos Medina. España, 2012)

> INSENSIBLES web del festival

   Lo que ha intentado hacer el director debutante Juan Carlos Medina en Insensibles era muy difícil. Y que además le haya salido bien, es un milagro. Insensibles toma una buenísima idea de partida (durante los años 20, en un pueblo perdido de los Pirineos catalanes, nace una camada de niños absolutamente insensibles al dolor físico), y la lleva hasta sus últimas consecuencias, usándola no como mero macguffin de usar y tirar sino como vehículo central para hacer evolucionar la historia y los personajes, sin caer en las tentaciones de convertir la película en un thriller de diseño (un vicio del que suelen cojear muchas obras similares del cine español, desde Intacto hasta Los sin nombre).

   La narrativa de Insensibles irá saltando adelante y atrás en el tiempo a lo largo de todo el metraje. De un lado, en los años 20 y 30 veremos qué va ocurriendo con los niños, que al principio son encerrados en un sanatorio (el hecho de que no sientan dolor los convierte en un peligro tanto para el prójimo como para ellos mismos) y cuya suerte parecerá ir empeorando a medida que entren en juego factores como la Guerra Civil o los nazis (en el cine, siempre que hay experimentos con niños los nazis andan cerca).

 

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"Cuando seas mayor te explicaremos por qué te pusimos de nombre Hannibal"

 

   Del otro lado, en el presente el protagonista David (Álex Brendemühl) se pone a investigar el paradero de sus padres biológicos porque necesita urgentemente un trasplante de médula ósea, y enseguida descubre que sus orígenes familiares no son los que imaginaba. La subtrama de los niños es muy original, mientras que la de David es más afín al formato de suspense estándar. En cualquier caso ambas son apasionantes, y van ganando más y más interés a medida que se desarrollan y tejen conexiones entre ellas, hasta llegar inevitablemente a entremezclarse por completo en el clímax de la película.

   Insensibles por tanto funciona en tres planos narrativos distintos (el pasado, el presente, y la paulatina superposición de ambos), y salvo por algunos agujeros lógicos (por ejemplo, la edad aparente de algunos  personajes en el presente no acaba de cuadrar) hay que decir que en los tres consigue bordarlo. Únase a esto una puesta en escena ejemplar, y un elenco de actores con mucho oficio (incluyendo a los niños), y lo que tenemos es uno de los debuts más redondos del fantástico español de los últimos años. Una muy grata sorpresa.

 

 
Sentencia Quaid:
Copas de yate

 

 

Holy Motors (Leos Carax. Francia, 2012)

> HOLY MOTORS web del festival

   Leos Carax es un crítico de cine francés reconvertido en director, cuyo prestigio se ha mantenido prácticamente intacto desde que en 1991 estrenase su obra magna: el dramón romántico Los amantes de Pont-Neuf. Desde entonces  solo había realizado otra película, Pola X (en 1999), que pese al denodado esfuerzo de algunos críticos no acabó de convencer a casi nadie ni generó demasiado ruido. Ahora vuelve con Holy Motors, y aunque esos mismos críticos ya se han vuelto a arremangar para tratar de auparla al olimpo de las obras maestras, me atrevo a decir que de aquí a un año la gente no se acordará ni de su título (la llamarán “Happy Motors” o “Holy Mother”, o algo así).

   Holy Motors es una pieza surrealista de dos horas y media (agárrate), sobre un tal Monsieur Oscar (tour de force interpretativo del actor Denis Lavant, eso hay que reconocerlo), que recorre las calles de París en una limusina blanca, adoptando diversas personalidades a cual más estrambótica: empieza como adinerado hombre de negocios, luego se disfraza de pedigüeño jorobado y se pone a pedir limosna en un puente, tras eso pasea por un cementerio vestido como una especie de duende irlandés que se come las flores de las tumbas, ataca a los viandantes y secuestra a una modelo (Eva Mendes), más tarde lo vemos convertido en un padre ejemplar que va a recoger en coche a su hija a una fiesta, a continuación (o antes, ya no me acuerdo) se transforma en un asesino que se carga a un banquero a tiro limpio, y así todo el rato.

 

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"Menos de Motorista Fantasma con flequillo, disfrázate de lo que quieras"

 

   ¿Por qué lo hace? Teniendo en cuenta que la primera imagen de la película son unos espectadores con unas gafas estilo 3D mirando una pantalla, podría entenderse que el trabajo del protagonista es alguna forma futurista de entretenimiento de masas, como una especie de “post-cine” que ni siquiera necesita cámaras. Pero vamos, que tampoco te vayas tú a creer que la cosa me ha quedado muy clara.

   A Holy Motors no se le puede negar cierta capacidad de noquear al espectador a base de imágenes extrañas, pero ese efecto se desgasta casi por completo tras la primera hora de metraje, para convertirse en reiterativo (y ligeramente aburrido). En el tramo final aparece Kylie Minogue interpretando a una ex-novia del prota, y nos canta una bonita balada, con lo cual todo el conjunto acaba recordando a esos videoclips musicales con prólogo dramático (como el “Born this Way” de Lady Gaga, por poner un ejemplo). Solo que en este caso el “prólogo” ha durado 150 puñeteros minutos. La película se cierra con varias limusinas aparcadas hablando entre ellas, y aquello parece un mal gag de Muchachada Nui. Se supone que la película es una metáfora sobre la muerte y el más allá, pero yo he sido incapaz de superar la opaca muralla de alegorías que la cubre. No voy a fingir que la he entendido: yo solo veía a un señor bajito que se iba poniendo y quitando pelucas. También he dormido un rato, para qué negarlo.

 

 
Sentencia Quaid:
Dos Caras Harvey

 

 

Compliance (Craig Zobel. E.U.A., 2012)

> COMPLIANCE web del festival

   ¿Soy el único espectador de la sala al que le ha gustado Compliance? Pues por los pitos y las discusiones a la salida, eso parece. A ver, me justifico: cualquier película que consiga mantenerme en tensión durante hora y media con solo tres personajes y prácticamente un único decorado (el almacén de una hamburguesería fast-food) merece mi respeto y mi aplauso. Y el que me diga que eso lo hace cualquiera, que trinque una cámara y me lo demuestre.

   En Compliance, la encargada de un restaurante de comida rápida recibe una llamada de alguien que dice ser policía y tener pruebas de que una de sus empleadas, llamada Becky, ha robado dinero del monedero de una clienta a la que estaba atendiendo. La encargada del restaurante, siguiendo órdenes de la voz que habla al otro lado del aparato, aisla a Becky en el almacén. Allí, las órdenes telefónicas continúan. Antes de que todos se den cuenta de lo que están haciendo, Becky habrá aceptado desnudarse para dejar que la registren. Y la cosa no ha hecho más que empezar… O sea, lo que tenemos aquí es a una serie de personajes metidos en una dinámica de sumisión ciega a una supuesta autoridad legítima (el policía). Una autoridad que los manipula merced a inflexiones de voz, afirmaciones imposibles de contradecir y sencillas órdenes que no admiten réplica (“llámeme Señor cuando se dirija a mí”). Nadie se para a preguntarse si todo aquello tiene sentido, se limitan a obedecer sin rechistar. Compliance genera en parte de la audiencia cierto rechazo derivado de una sensación de superioridad moral, un “a mí esto no me pasaría” (parecido a lo que ocurre cuando ves una película de terror y criticas a los protagonistas por comportarse como idiotas).

 

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"Dice que no saldrás hasta que confieses ser la hermana secreta de Anna Faris"

 

   Sí, todos somos muy listos cuando estamos cómodamente sentados en un cine juzgando comportamientos ajenos. Pero salvando las distancias, la historia nos ha dado ejemplos suficientes de lo contrario, de gente de lo más normal cometiendo las mayores atrocidades en nombre de la frase “solo cumplía órdenes”. En los años 60, el profesor Stanley Milgram llevó a cabo un experimento en el que personas perfectamente cuerdas se mostraban dispuestas a administrar a otras personas descargas eléctricas potencialmente peligrosas, simplemente porque alguien con una bata blanca de médico les decía que eso era lo correcto.

   Lo fascinante de Compliance es que su director Craig Zobel cree haber filmado una película sobre la tendencia natural del ser humano para obedecer al líder legitimado, pero en realidad lo que ha filmado es una película sobre la “suspensión de la incredulidad”. O sea, la gente a la salida de la proyección no discutía sobre si estaba bien o mal obedecer hasta esos límites, sino sobre si era creíble o no que algo así de absurdo pudiera haber sucedido. Pues déjenme que les diga que lo acabo de comprobar en internet, y efectivamente ocurrió tal y como lo cuenta la película (concretamente en el año 2004, en un McDonalds del estado de Kentucky). Sí, lo cierto es que a veces damos bastante asco.

 

 
Sentencia Quaid:
Copas de yate

 

 

John Dies at the End (Don Coscarelli. E.U.A., 2012)

> JOHN DIES AT THE END web del festival

   Quizás era mucho pedir que John Dies at the End recuperase la magia del Don Coscarelli de Phantasma, por muchos puntos de contacto que pudiesen tener ambas historias. Sin embargo, servidor estaba ilusionado con esta película, que adapta la novela del escritor aficionado Jason Pargin (firmada bajo el seudónimo de David Wong, que es asimismo el nombre del prota principal), un verdadero fenómeno pop que el autor publicó originalmente por entregas en su página web y que alcanzó en poco tiempo las 70.000 lecturas estimadas.

   John Dies at the End cuenta las alocadas desventuras de un par de amigos bastante desastrados que tratan de salvar al mundo de una invasión interdimensional, después de que una droga inteligente llamada “salsa de soja” los seleccione para cumplir dicho cometido (se trata de una droga que no puedes elegir tomar: ella te elige a ti como consumidor). La droga en cuestión tiene el efecto de abrir tu mente permitiéndote percibir cosas normalmente inaprensibles para el ojo y el cerebro humanos (ejemplo: durante una conversación en un restaurante chino, el protagonista adivina qué monedas lleva su interlocutor en el bolsillo, en qué año fue acuñada cada una de ellas, y qué resultados exactos generarían si las tirara a cara o cruz diez veces seguidas). ¿Suena estrambótico? Pues tranquilos que esto solo son los primeros cinco minutos de película.

 

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"Es como el Gólgota de mierda de Dogma pero en versión carne"

 

   John Dies at the End tiene media hora inicial estupenda, en la línea cachonda, gamberra e inteligente de Bubba Ho-Tep (aparece un “monstruo de bistecs” que es la monda). Sin embargo, a partir de ahí el guión (por llamarlo de alguna forma) se va aturullando progresivamente como una especie de bola de nieve de confusión, que crece hasta convertirse en una murga incomprensible: dimensiones paralelas, sanguijuelas alienígenas, zombies, aparecidos, un telepredicador con superpoderes mentales, un perro que conduce un coche, bates de baseball forrados con páginas de la Biblia, y un sinfín de elementos más que son disparados contra el espectador en batería rápida a lo largo de dos horas a todas luces excesivas. John Dies at the End es una sucesión inacabable de escenas ocurrentes. Pero una sucesión de escenas ocurrentes no hacen una película, ni siquiera una de serie B como ésta.

   Para aumentar aún más la indigestión, todos los personajes parecen estar dominados por una verborrea inacabable (excepto el perro, por suerte), empeñados en convertir CADA PUTA FRASE en un chiste o una sentencia metafísica para la posteridad. John Dies at the End satura. Es como intentar comerte de una sentada cinco litros de tu helado favorito. Demasiado lunática incluso para mí./>

 

 
Sentencia Quaid:
Congelada en carbonita

 

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