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SITGES 2009: SOLOMON KANE crítica

   

Entre Conan y Van Helsing

¿Es un pájaro? ¿Es un avión? ¿Es Conan? ¿Es Van Helsing? Repetimos la pregunta... ¡¿ES VAN HELSING?!

Por Chema Pamundi

 

<Aunque la era hibórea de Conan me produce una fascinación superior incluso a la de la Tierra Media creada por Tolkien (me maravilla que en realidad se trate de nuestro propio pasado prehistórico, además de las referencias constantes al horror cósmico lovecraftiano), mi personaje favorito de Robert E. Howard ha sido siempre Solomon Kane, el justiciero puritano permanentemente cabreado. Quizás sea por el recuerdo infantil de aquellos tebeos de Roy Thomas, Howard Chaykin, Neal Adams y compañía, que Marvel Groups publicó sobre el personaje en los años 70 (me acuerdo especialmente de una escena en la que Solomon fulminaba a un hombre lobo, ensartándole en el pecho una moneda de plata que previamente había clavado en la punta de su espada); o quizás es porque me parece la prefiguración más clara de los modernos justicieros de aspecto siniestro y alma torturada (desde Batman hasta John Constantine) que tan palote me ponen. O tal vez sea por su atractivo halo como obra de culto (sólo nueve relatos completados y una popularidad bastante marginal). El caso es que el estreno de una película titulada “Solomon Kane” era para mí un acontecimiento bastante gordo. 

   ¿El resultado? Sinceramente, ni frío ni calor, lo cual posiblemente sea el peor veredicto que puede emitir un fan irredento como yo, por cuanto significa que la película ni siquiera es lo bastante mala para desfogarse poniéndola a parir, ni lo bastante polémica para generar debate en cuanto a su validez como adaptación (nadie va a hacer correr ríos de tinta al respecto; de hecho, en Estados Unidos ni siquiera se ha llegado a estrenar aún). No hay nada más frustrante que la mediocridad. Y Solomon Kane es un producto tremendamente (diría que incluso vocacionalmente) mediocre. Estamos ante una correcta action movie, un producto ejecutado con oficio pero sin gracia, que huele principalmente a excusa para disponer de un nombre fácilmente marqueteable y convertible en franquicia (desde luego, lo de “el personaje creado por el autor de Conan” es un buen reclamo).

 

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"Tendremos que ir pensando en hacer de figurantes en Las aventuras de Hércules"...

 

   No parece por tanto que en este proyecto haya habido nunca demasiado interés en filmar de manera fidedigna la obra de Robert E. Howard. Lo único que ha sobrevivido del papel a la pantalla ha sido cierta violencia desmelenada y el tono rudo típico del autor, pero ahí acaban los aciertos. Por lo demás, Solomon Kane son dos horas de épica testosterónica que no aportan nada nuevo y que a menudo caen en la grandilocuencia hueca y un tanto plúmbea (ay, esas cámaras lentas…). Tampoco ayuda a salvar la función la rocambolesca elección de James Purefoy como Solomon: el hombre le pone ganas y físicamente da el pego, pero se lo toma todo demasiado en serio (dando al protagonista un aire recio, pero ninguna personalidad ni carisma), y en general parece que esté interpretando a una especie de Aragorn de gama baja.

 

  "Se ha optado por una aventurita iniciática absolutamente ramplona que se resuelve en un clímax de lo más patillero en la peor tradición del cine de espada y brujería de serie Z"  

 

   Respecto a la trama, aunque es comprensible la necesidad de crear un background en el que asentar al personaje (background que, por otra parte, a Howard nunca le hizo falta definir, del mismo modo que a Ian Fleming nunca le hizo falta explicar los orígenes de James Bond), lo es menos la decisión de no adaptar ninguna de las historias originales, y en vez de eso parir un guión completamente nuevo. Posiblemente los relatos de Solomon Kane, cuentecitos pulp que rara vez superaban las treinta páginas de extensión, sean poca cosa para llenar una película moderna, pero servidor hubiese preferido un acercamiento más global al personaje, similar al que llevó a cabo Peter Weir en Master and Commander (plasmando de forma brillante las novelas de Patrick O’Brian sobre el capitán Jack Aubrey), o incluso la opción de gran fresco histórico por la que optó Agustín Díaz Yanes en Alatriste (un filme criticable por muchísimas cosas, pero no precisamente por su intención de glosar todas las peripecias del personaje en una única biografía épica).

 

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Solomon Kane VS. Van Helsing: las ocho diferencias

 

   En vez de eso, se ha optado por una aventurita iniciática absolutamente ramplona (los malos putean a Solomon, hasta que a Solomon se le hinchan las meninges y se toma la venganza por su mano), que pierde buena parte de su metraje en tediosas explicaciones para justificar al protagonista (que se ha juramentado para no volver a usar la violencia, aunque sabemos que sólo es cuestión de tiempo que se ponga otra vez a repartir estopa), y se resuelve en un clímax de lo más patillero, en la peor tradición del cine de espada y brujería de serie Z (creo que no “spoilearé” demasiado al personal si digo que Solomon se pega con un monstruo gigante). El super-villano de la función, un tal Malachi que no aparece en escena ni explica sus motivaciones hasta los últimos cinco minutos de película (reforzando así el efecto de “pantalla final de videojuego”), es una especie de hechicero ridículo al que Solomon le corta el rollo de cuajo, liquidándolo con una facilidad rematadamente cómica. Baste decir que he visto capítulos de Águila roja con bastante más enjundia. 

   Vamos, que no. Otra oportunidad perdida, otra película que fracasa en todos los frentes: si se trataba de hacer caja y dar pistoletazo de salida a una franquicia de éxito, me temo que los productores no han aprendido nada del fiasco que supuso hace algunos años Van Helsing (una película con la que abundan las comparaciones; lo cual es particularmente hiriente teniendo en cuenta que Robert E. Howard creó a su personaje hace casi 80 años, y que de hecho era Van Helsing la que fusilaba toda la imaginería de Solomon Kane sin ningún pudor); y si se trataba de honrar la obra del mejor autor de novelas pulp del siglo XX, de momento habrá que seguirse quedando con el Conan de John Milius (a la espera de que Marcus Nispel perpetre su remake sobre el bárbaro cimmerio y nos destroce otro mito). Señor, danos paciencia…/>

 

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