UN HÉROE SAMURÁI: LA LEYENDA DE HANK crítica: Sillas de montar perrunas

**Remake animado de Sillas de montar calientes con perros samuráis en vez de sheriffs negros**

No deja de ser curioso que una comedia de Mel Brooks de hace casi 50 años tan políticamente incorrecta hoy en día como Sillas de montar calientes, haya sido la elegida para ser versionada en forma de cartoon infantil. Pues así ha sido. Si la peli original de 1974 basaba su elemento humorístico en la discriminación racial, al narrar un western con un sheriff negro en un pueblo de blancos, Un héroe samurái: La leyenda de Hank aprovecha la premisa para darle la vuelta y abogar por la tolerancia, transformando los personajes en un sheriff perro en un pueblo de gatos.

O sea, que donde Mel Brooks se cachondeaba de los estereotipos raciales (tamaño peneano incluido), aquí se promueven conceptos positivos como la inclusión y el respeto por el diferente. Aunque en esta ocasión no se trate de pistoleros sino de samuráis, ya que Un héroe samurái: La leyenda de Hank ha optado por sustituir el western clásico por un western japonés de samuráis (o sea, como de Los siete samuráis a Los siete magníficos pero al revés). Y lo ha hecho conservando la misma premisa, la del colectivo forzado a aceptar un personaje con el que acabarán simpatizando a base de trabajar en equipo por el bien común.

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Cambiar el lejano oeste por el Japón feudal y todo el rollito de las artes marciales practicadas por animales, con clases de karate subvencionadas por el Sr. Miyagi incluidas, comportaba el riesgo que Un héroe samurái: La leyenda de Hank se acabara pareciendo más a un episodio de Kung Fu Panda que al remake de Sillas de montar calientes, pero por suerte para todos, sus tres directores y sus dos guionistas han sabido apartarse lo suficiente de la franquicia de DreamWorks y crear una película con entidad propia, que bebe del espíritu de su modelo original real, tanto en lo bueno como en lo malo.

“Un héroe samurái: La leyenda de Hank es un batiburrillo de elementos y líneas humorísticas de diferentes estilos, que da como resultado una obra que no tiene claro el público al que va destinada”

Mantiene los mismos personajes (el gobernador corrupto, el sheriff/samurái, el antiguo pistolero/samurái que ejerce de mentor, el sicario bestiajo…), conserva el humor escatológico tan marca de la casa Mel Brooks (desde la escena de los pedos hasta un váter gigante) copiando literalmente incluso algunos gags, conserva también ciertos anacronismos humorísticos, y rememora el recurso de romper la cuarta pared convirtiendo la peli en el ejercicio de metaficción que tanto sorprendió en 1974. Y lo hace, claro está, añadiendo novedades que combina con todo lo mencionado.

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A pesar de la buena voluntad, el producto resultante es un batiburrillo de elementos y líneas humorísticas de diferentes estilos, que da como resultado una obra que no tiene claro el público al que va destinada: si al adulto que recuerda Sillas de montar calientes, al infantil que busca una versión perruna de Kung Fu Panda, al familiar tan dado a consumir cintas de animación veraniegas… si a todos a la vez o a ninguno en especial. Lo que es un problema, pues la mayoría de los targets pillará una parte de la peli y se perderá otra, especialmente las mamás y sus retoños que acudan buscando la nueva Raya y el último dragón.

Al final quien saldrá ganando es el público más friki de cierta edad, que disfrutará de los guiños a Sillas de montar calientes, de las referencias a otros títulos clásicos, que también los hay (tanto occidentales como orientales), no se escandalizará por los gags escatológicos, y se la repamplinfará que se parezca poco a Kung Fu Panda y nada a Raya y el último dragón. Hasta encontrará cachondo el parecido de Hank, el perro samurái protagonista, con Hong Kong Phooey. Y si la ve en versión original, se emocionará al oír la voz de Mel Brooks haciendo chistes de nuevo a sus 96 años, lo que sin duda es lo mejor de todo.

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