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DUNE: PARTE DOS crítica: Sangre y arena

Segunda parte de la obra magna de Denis Villeneuve celebrando una mega rave en Arrakis

CHEMA PAMUNDI

Tres años después del estreno de Dune y tras haberla revisionado varias veces, sigo pensando lo mismo que dije en la crítica que escribí en su día y que titulé Tragar arena”: una cinta bonita de ver y con momentos potentes, pero muy larga para lo que contaba, a ratos plomizamente discursiva, con una estructura rara (toneladas de planteamiento, nada de clímax) y demasiado anclada a los libros como adenda imprescindible para entenderla del todo. Sin embargo, es evidente que me he quedado en minoría defendiendo esa colina, porque su público objetivo la consideró en general un blockbuster fastuoso, monumental, y una adaptación cinematográfica poco menos que perfecta de las primeras cuatrocientas páginas de un libro que casi llega a las ochocientas.

Pero bueno, aún no habiendo flipado con tanto desierto y tanta grandilocuencia más que en lo puramente estético, tampoco me pareció un mal plan, porque si algo dejaba claro Dune era su vocación de mero capítulo introductorio, de obra episódica de largo recorrido, que en realidad solo debería juzgarse una vez estrenadas las otras dos partes que la completaban. Por tanto, eran lógicas sus servidumbres narrativas al tratar de desplegar una saga megaépica que abarca un listín telefónico de personajes, facciones, planetas, guerras y la descripción de una sociedad muy compleja; y es justo decir que, gracias a todo ese trabajo de picar piedra, la secuela que ahora nos llega es un espectáculo mucho más logrado. Más digerible, compensado, intenso, profundo y disfrutón. Liberados ya del lastre de tener que comernos una conferencia sobre la geopolítica de Arrakis, por fin ha llegado la hora de divertirnos.

Dune: Parte dos retoma la acción pocos días después del final de la primera entrega, con Paul (Tinothee Chalamet) y su madre Jessica (Rebecca Fergusson) acompañando a los Fremen por el desierto, mientras tratan de evitar a las patrullas Harkonnen que andan buscando al heredero de la Casa Atreides para darle el finiquito. Tras alguna que otra escena de tortas desérticas, el grueso de la trama se desarrolla por dos caminos paralelos, a saber: de un lado, el periplo psicológico de Paul para pasar de ser un niñato emo a un líder de masas mezcla de Lawrence de Arabia, Jesucristo post-sermón de la montaña y Anakin Skywalker pre-conversión al Lado Oscuro (las referencias a estos tres modelos son constantes durante todo el metraje).

 

"Tú tranqui, que aunque un símil sea Anakin skywalker, aquí no hay Jar Jar Binks"

 

Del otro lado, el Barón Harkonnen (Stellan Skarsgard) se arremanga para aniquilar de una vez por todas la resistencia Fremen y hacerse con el control absoluto de Arrakis, poniendo al mando de las operaciones a su sobrino Feyd-Rautha (Austin Butler), un joven cuyo sadismo gélido y reflexivo contrasta con la ira descontrolada del hasta entonces comandante Glossu Rabban (Dave Bautista), cuyas malas decisiones y escasa inteligencia estratégica han estado retrasando lo que debería haber sido una fácil victoria total; y por si faltara fiesta, entran también en escena el Emperador galáctico y su hija (Christopher Walken y Florence Pugh), que resulta que han sido los instigadores en la sombra de este circo de traiciones, y ahora todo son prisas para intentar que la cosa no degenere en guerra galáctica.

El anterior párrafo podría hacer pensar que Dune: Parte dos replica las turras palaciegas y el opaco misticismo cargado de palabros en árabe fake de la primera película, y bueno… un poco sí, pero por suerte aquí la trama fluye bastante más ligera, con un guion de acertada estructura en pasajes muy compartimentados (ahora un rato de los Fremen contando profecías, ahora un rato de mundo Harkonnen, ahora un rato de Paul y Chani pelando la pava…), que lo hacen todo más fácil de digerir y que incluso ayudan a dar a ese universo una mayor sensación de civilización viva y de fresco galáctico de amplio espectro (en Dune parecía que la capital Arrakeen era un polígono industrial abandonado, en el que solo vivían los protagonistas).

De cara al espectador que no ha leído las novelas ni se plantea hacerlo a corto plazo (ahí ando yo), toda la parte espiritual se entiende mucho mejor y encaja de manera más orgánica y satisfactoria. Aparte de eso, la película tiene mejor ritmo, mucha más sensación de misterio y maravilla, golpes emocionales de mayor impacto y una última media hora de medido crescendo cuya espectacularidad, esta vez sí, no se ve empañada por el hecho de que todo lo que ocurre sea completamente previsible (los buenos tienen que llevar a cabo un ataque poco menos que suicida, que por supuesto les sale de rechupete; no se podía saber).

"Dune: Parte dos no llega a obra maestra absoluta, pero desde luego es un triunfo"

También es una cinta más cercana, menos envarada que Dune. Sin traicionar el tono solemne de gran relato, deja cierto espacio para el humor, la ternura y lo cotidiano. En cuanto a lo del protagonista convertido en el “Elegido” que salvará a todos los oprimidos (o eso le cuentan a él), sigue siendo un recurso que a estas alturas ya no sorprende a nadie, pero aquí tiene gracia, porque tiene aristas. La paulatina conversión de Paul y su madre en algo que se va pareciendo cada vez más a una pareja de déspotas convencidos de ser un mal necesario, conforma un discurso atractivo sobre temas bastante tochos: el perverso paternalismo de la mentalidad colonial, la corrupción que conlleva el poder absoluto, los traumas emocionales utilizados como combustible para alimentar la megalomanía, o la doble moral de validar ideologías fanáticas cuando reman a favor de una causa que nos parece justa. Paul y Jessica Atreides no buscan liberar a los Fremen, sino controlarlos para resolver sus propias neuras. Si tomamos como cierta la frase “lo personal es político”, los pobres habitantes de Arrakis están bien jodidos.

Dune: Parte dos es asimismo superior a su predecesora en cuanto a grandiosidad brutalista y riqueza de matices en la puesta en escena. Impactan la contundencia de los paisajes desérticos, la escala descomunal de los gusanos, el nervio de las escenas de acción (pocas pero todas relevantes) o hasta el contraste entre los colores terrosos, orgánicos, de los Fremen, y el blanco y negro desagradablemente aceitoso, artificial, de los Harkonnen (que llega a su paroxismo en las escenas ambientadas en Giedi Prime, su planeta natal, donde todo rastro de color ha desaparecido por completo, hasta el punto de que aquello parece una versión retrofuturista de los documentales nazis de Lenni Riefenstahl, con decorados de H. R. Giger). Como fiesta visual, es una pasada.

Y aún así, siguen quedando flecos que no me convencen: en algunos momentos el ritmo de la película parece ralentizarse de manera forzada, como si lentitud fuera sinónimo de solemnidad e importancia; el guion carga tantísimo las tintas en el predestinamiento de Paul Atreides y en la incapacidad de todos los demás personajes para cambiarlo, que la tensión dramática se resiente un poco (total, va a pasar lo que tenga que pasar…); hay mucha violencia, pero es una violencia aséptica y para todos los públicos, que se da de bruces con el tono adulto y shakespeariano que se nos quiere transmitir (es desconcertante que, en una historia que a menudo avanza a base de tajos de cuchillo, no se vea en casi tres horas una sola herida de la que brote sangre); y bueno, sí, todos hemos visto la versión de David Lynch y recordamos cómo iba la cosa, ¿pero de verdad a Villeneuve no se le ocurrió nada mejor que acabar LAS DOS películas con un duelo a navajazos como clímax?

 

"Si quieres arrimarme la cebolleta, en el próximo duelo debes batirte con Tom Holland"

 

Las interpretaciones son correctas, pero ninguna es sensacional, empezando por un Timothee Chalamet que representa bien las comeduras de tarro que le provoca su complejo de mesías, pero no acaba de emocionarnos al plasmar el amor que siente por Chani o por su madre. Rebecca Fergusson y Zendaya aportan matices más sutiles (sobre todo esta última, a medida que se desencanta con el cambio de personalidad de Paul), pero a la vez da la sensación de que sus personajes van diluyéndose poco a poco en una historia demasiado gigantesca para prestarles atención.

El Stillgar de Javier Bardem tiene carisma y retranca (ya no parece un tipo en permanente corte de digestión), pero varios de los demás secundarios (Christopher Walken como el Emperador, Florence Pugh como su hija, Léa Seydoux como espía de las Bene Gesserit…) parecen un poco estatuas de sal. No molestan, pero se los traga el paisaje. Diría que Austin Butler es el que más lo peta, como el loquísimo villano Feyd-Rautha, desplegando una interpretación tan exagerada que contrasta de manera brillante con lo contenido y taciturno que está todo el resto del reparto.

En global, Dune: Parte dos no llega a obra maestra absoluta, pero desde luego es un triunfo. Sube mucho la nota media de la saga expandiendo todos sus temas, e incluso ajustándole a su antecesora ciertas tuercas narrativas que le habían quedado sueltas. Sin duda habrá fans irredentos de la novela de Frank Herbert que pongan el grito en el cielo, por su poca literalidad a ciertos sucesos importantes o al espíritu mismo de la obra (ya he leído por ahí quejas de que los guionistas han “wokizado” demasiado a Chani, y que han convertido en fantasía comunista lo que en origen era una oda conservadora al buen gobierno y al colonialismo ordenado y empático), pero como producto cinematográfico incluye casi todo lo que podía pedírsele a la segunda parte de una trilogía de ciencia-ficción de gran formato. Villeneuve ya nos tiene donde quería.

 

INFORME VENUSVILLE

Venusentenciae: Copas de yate

INF VNV 4

Recomendada por Kuato a: quien se amodorró ligeramente con la primera parte, pero tenga esperanzas de que en esta el asunto se anime. Así es.

No recomendada por Kuato a: guardianes de las esencias de Frank Herbert que no acepten que, al adaptar al cine una novela de hace 60 años, conviene actualizarle cosas para acercarla al público lego (y así generar la recaudación suficiente para seguir rodando continuaciones).

Ego-Tour de luxe por: todos esos escenotes en los que Paul Atreides les viene a decir a las tribus Fremen “A partir de ahora, aquí manda mi rabo” (bueno, no con esas palabras exactas, claro), y que sin la menor duda se van a convertir en nuevos iconos del cine épico.

Atmósfera turbina por: los fuegos artificiales de celebración de los Harkonnen, que parecen pedos de tinta de calamar. No hay quien se crea que eso les parece guay.

 

■ DUNE: PARTE DOS. Estreno en Venusville: 01/03/2024.

 

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