DJANGO DESENCADENADO crítica: Tarantino desatado

Tarantino desatado La película definitiva del director definitivo. Que tomen nota desde John Ford a Steven Spielberg Por Chema Pamundi

<Django fue una película de serie B de 1966 dirigida por Sergio Corbucci, una especie de versión garrula de Por un puñado de dólares, que suplía su carencia de medios a base de mala leche e imaginación en la puesta en escena. En su momento hizo algo de ruido, sobre todo porque su tono violento la llevó a ser prohibida en varios países (lo cual, claro, la convirtió en un éxito de taquilla automático en los lugares donde sí se pudo ver). La imagen de Franco Nero arrastrando un ataúd por el barro durante media película, para abrirlo en el momento cumbre y revelar que en su interior no lleva ningún cadáver, sino una ametralladora gatling con la que le limpia el forro a toda la banda del malo, es uno de los mayores iconos que haya dado jamás el spaghetti western.

   Quentin Tarantino ha dicho numerosas veces que Django es uno de los títulos que le marcaron en su juventud (la famosa escena de la oreja cortada en Reservoir Dogs era un homenaje directísimo). Sin embargo, cabe dejar claro que el Django desencadenado de Tarantino que ahora se estrena NO es un remake del filme de Corbucci (igual que Malditos bastardos no era un remake de la peli setentera del mismo título). Todo parecido empieza y acaba en el nombre del protagonista, y en que ambas cintas son básicamente westerns de venganza. Pero más allá de eso, y como de costumbre, Tarantino no ha querido homenajear un solo título, ni siquiera un género concreto (todas sus obras, en el fondo, son spaghetti westerns), sino una cultura cinematográfica completa, una manera de hacer y de mirar películas. Y gracias a Dios que alguien como Tarantino existe, porque hoy en día nadie más parece estar dispuesto a acordarse de ese tipo de cine.

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   Django desencadenado es la enésima depuración del estilo fílmico de Tarantino, basado en apilar materiales de derribo sacados de todos los rincones del cine de serie B, con una naturalidad, un nivel de subtexto, una chispa en los diálogos, una hondura dramática y un empaque visual tan exquisitos, que la calidad del conjunto acaba elevándose muy por encima de los referentes utilizados. Lo suyo, al fin y al cabo, no deja de ser cine de autor. Es un efecto similar al que lograban antaño las canciones de ABBA: arreglos horteras, estribillos tontos, coros absurdos… pero al juntarlo todo, te daba un milagro musical como “Dancing Queen”. Tarantino se vale de un sencillísimo esqueleto narrativo para armar la que quizás sea su mejor obra desde Pulp Fiction, y desde luego la más madura que ha rodado jamás. Tiene mucho de la estructura narrativa clásica de Malditos bastardos, y de su discurso sobre la banalidad del mal (cambiando a los judíos y nazis por negros y esclavistas), pero está mucho más ajustada a nivel de ritmo, y además tiene algo de lo que Malditos bastardos carecía: drama. Aquella cinta era una comedia dominada por el gran guiñol, un tebeo sin personajes a los que agarrarse (el único que ha quedado en la memoria es el megavillano Hans Landa, interpretado por Christoph Waltz, lo cual es bastante sintomático). Django desencadenado es igual de espectacular, pero implica infinitamente más a la audiencia a nivel emocional.

   De todos modos, que los árboles no nos hagan perder de vista el bosque: Django desencadenado es ante todo un gran espectáculo de entretenimiento. Es divertida, ocurrente y sorpresiva hasta decir basta, llena de escenas memorables incluso para los estándares tarantinianos (un tiroteo que ríete tú de Sam Peckimpah, una partida de linchamiento discutiendo sobre la calidad de las capuchas que llevan puestas, un descomunal monólogo de DiCaprio durante una cena en su residencia…). También es más larga que un día sin pan, es cierto: la verdadera trama no empieza hasta bien entrada la primera hora de metraje, y el último acto tiene dos o tres “falsos finales” precedidos por sus dos o tres correspondientes clímax; pero lo que está ocurriendo en pantalla es siempre tan ameno, tan intenso y tan auténtico, que no quieres parar. La sensación dominante al acabar de ver Django desencadenado, por encima de la satisfacción, son las ganas de verla de nuevo.

   Decir que los actores se salen es una perogrullada cuando hablamos de una película de Tarantino. Sin embargo, por encima de la solvencia de un Jamie Foxx PERFECTO como héroe con un magnetismo casi animal, y de un Christoph Waltz que casi sin esfuerzo convierte cada línea de diálogo en un recital interpretativo, merece la pena destacar la reinvención de dos intérpretes de carácter como Leonardo DiCaprio y Samuel L. Jackson, en roles inesperados para ellos. DiCaprio compone un villano rebosante de carisma, que destila peligro y locura. En cuanto a Jackson, al que quizás hemos visto demasiadas veces "interpretándose a sí mismo", roba por completo la parte final de la película gracias a una especie de histrionismo controlado, a una maldad sutil y reptiliana que va calando en el espectador hasta que no puedes apartar los ojos de él. DiCaprio y Jackson conforman una pareja cuya relación cómplice da el necesario contrapunto oscuro al dúo protagonista, y nos recuerda que Django desencadenado no es una mera comedia alocada.

   De hecho, Django desencadenado se mueve en el contraste permanente, no ya solo mezclando gags hilarantes con escenas de auténtico horror exploit, sino incluso referentes a casi todas las ramas del western, desde la astracanada (esos zooms a toda mecha, esa puesta en escena extrema, esa violencia casi gore, esos temas musicales sacados de Dos mulas y una mujer…), hasta el clasicismo naturalista de Centauros del desierto o Las aventuras de Jeremiah Johnson, la contundencia de El fuera de la ley o Sin perdón, o incluso la charlotada de Sillas de montar calientes. Todo cabe, y todo está bien puesto.

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   Para acabar, uno no puede escribir sobre Django desencadenado sin tratar el tema de su supuesto racismo, un argumento que el siempre cabreado Spike Lee apuntó hace poco (aún reconociendo que no la había visto aún; con dos cojones…). Sin menospreciar la sensibilidad de ciertos espectadores, a los que sencillamente les molestará ver una película en la que se ejerce la brutalidad gratuita contra un colectivo (y están en todo su derecho de sentirse molestos, faltaría más), hay que decir que cualquier acusación de racismo contra Django desencadenado es una pura y simple muestra de ignorancia. ¿Es una obra dura? Sí, mucho. Pero, ¿racista? Paparruchas. De la misma manera que Kill Bill es el título más rabiosamente feminista que han parido los grandes estudios de Hollywood en más de una década, y que Malditos bastardos fue abrazada por la comunidad judía hasta el punto de que ahora el DVD se vende en las tiendas de recuerdos de varios museos sobre el holocausto, Django desencadenado es un canto de amor sincero hacia el espíritu combativo de la cultura afroamericana.

   Lo es desde posiciones extremas, claro, porque el cine de Tarantino es pura pirotecnia, pero el que quiera ver trazas de racismo basándose en que sus personajes se llaman “niggers” unos a otros, es que se ha hecho la picha un lío. Al contrario, parte de la grandeza de Django desencadenado es que, por un efecto de puro contraste entre la pantomima y lo espeluznante, acaba siendo un libelo contra la esclavitud más efectivo que muchos otros que se articulan desde la pomposidad y el melodramón, como Amistad o El color púrpura (y que me perdone Spielberg). Tarantino sigue siendo ese niño toca-cojones que hace las preguntas incómodas durante la cena familiar. Por nosotros, que no crezca nunca./>

INFORME VENUSVILLE
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		Recomendada por Kuato a: todos los enteradillos que dicen que Tarantino es “un prestidigitador de un solo truco” y que su cine ya no es fresco ni sorprende. ¿Que no?.
		No recomendada por Kuato a: quienes carecen del suficiente sentido del humor para reconocer que uno puede hacer comedia con cualquier tema. La cuestión está en el tono.
		Ego-Tour de luxe por: la osadía de orquestar un apocalíptico tiroteo del oeste a ritmo de hip-hop. Queda tan bien que sorprende que a nadie se le hubiera ocurrido antes.
		Atmósfera turbínea por: el cameo del propio Tarantino. Aunque nunca ha sido un actor demasiado dotado, sus interpretaciones solían tener gracia. Aquí en cambio, con sus diálogos gratuitos, su forzado porte chulesco y su parodia de acento sureño, está de bofetada.

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