EL HOBBIT: UN VIAJE INESPERADO crítica: El viaje a ninguna parte

El viaje a ninguna parte Bilbo Bolsón regresa a la Tierra Media tras someterse a una cura de rejuvenecimiento Por Chema Pamundi

<Peter Jackson siempre tendrá un rinconcito en los corazones de todos los geeks del planeta, por haberse arremangado y llevado al cine lo que parecía una obra infilmable: “El señor de los anillos”, de J. R. R. Tolkien, el novelón de fantasía más influyente del siglo XX. Y no solo lo hizo, sino que lo hizo en general bien, reventando las taquillas, convenciendo a la crítica, contentando a los tolkenianos (excepto a los recalcitrantes, claro; siempre hay gente incapaz de disfrutar de las cosas), acumulando un reguero de premios y generando una fiebre que no se repetía en Hollywood desde el estreno de la trilogía original de La guerra de las galaxias. Al ver por la tele a Jackson subiendo a recoger el Oscar a la mejor película del 2003 por El retorno del rey, muchos lo reconocimos de inmediato como uno de los nuestros, y nos alegramos como si el premio lo hubiera ganado un amigo de toda la vida. El frikerío, por fin, había conquistado el mundo, se había insertado en la cultura de masas. Cuando incluso en un filme serio y adulto como Los idus de marzo hacen chistes sobre hobbits, sabes que has ganado la guerra.

   Sin embargo, una década después de aquel tumulto, sorprende comprobar lo mal que ha tratado el tiempo a la trilogía fílmica de El señor de los anillos. Lo que se diseñó para convertirse en un clásico imperecedero, en un relato “más grande que la vida” (ese look marmóleo y ese tono afectado con el que los personajes parecían declamar sus diálogos), ha ido criando telarañas hasta convertirse en una saga un tanto esclerótica y abotargada. Incluso muchos fans hemos acabado reconociendo que a cada uno de los tres largometrajes le sobraba tranquilamente media hora (y de las ediciones extendidas en DVD mejor ni hablemos, porque son una ordalía para la mente y el trasero de cualquier espectador cuerdo). Vamos, lo que técnicamente se conoce como “un peñazo”. Por establecer una comparación que todo el mundo sabrá entender: para ver La guerra de las galaxias o El imperio contrataca siempre hay ganas. Para ver La comunidad del anillo o Las dos torres, uno tiene que tener el día adecuado.

"Pues que se preparen que de El Hobbit habrá una versión extendida de cada enano"

   Pero es evidente que Peter Jackson no percibe las cosas de la misma manera, porque lejos de rectificar posiciones con su flamante adaptación de “El Hobbit”, la esperada precuela de El señor de los anillos, ha decidido llevar la cosa hasta el absurdo, convirtiendo un librito juvenil de apenas 300 páginas en otra trilogía de casi tres horas por película. Evidentemente tres títulos son más rentables que uno, pero el formato hace trizas por completo el espíritu ligero y simpático de la obra original, transformándola (al menos en esta primera entrega), en una murga. Visualmente despampanante, sí, pero también grandilocuente y llena de paja.

   La cosa tiene lugar unos 60 años antes de los sucesos narrados en La comunidad del anillo, y se centra en las aventuras de Bilbo Bolsón (interpretado por Ian Holm en su etapa viejuna, y por Martin Freeman cuando es joven), que un poco a la fuerza y un poco por vergüenza torera es reclutado para acompañar a trece enanos y el archimago Gandalf en una expedición hasta la Montaña Solitaria, a fin de reconquistar una antigua ciudad enana (y los tesoros que guarda), ahora en ruinas tras haber caído en las garras del temible dragón Smaug, que la ha convertido en su guarida. Por el camino, por supuesto, pasará de todo. Que si elfos, que si trasgos, que si comilonas, que si orcos, que si reuniones secretas en Rivendel, que si gigantes de piedra, que si águilas gigantes, que si trolls, que si flashbacks para explicar batallas pretéritas… El caso es entorpecer a los protagonistas lo bastante como para que al acabar la película no hayan cubierto ni la mitad de su ruta (hay que llenar otras dos partes, al fin y al cabo).

"Al menos yo no tengo de acompañante ningún gordito sarasa como tenía Frodo"

   El Hobbit: Un viaje inesperado se ve principalmente lastrada por dos problemas, que en realidad son el mismo: una extensión desmesurada (he insistido en ello ya demasiadas veces, pero es que es de juzgado de guardia), y un tono inadecuado. Y digo que son el mismo problema porque, para justificar las ocho horas de metraje que van a componer en total la trilogía, Jackson se ve obligado a revestir El Hobbit con una patina de épica y solemnidad de cartón piedra que no ha lugar. En El señor de los anillos la cosa quedaba bien porque aquélla era una saga de proporciones cataclísmicas sobre grandes héroes que salvan al mundo (si fracasan, toda la Tierra Media quedará sumida en la oscuridad por los siglos de los siglos). Pero El Hobbit no deja de ser la aventurilla de unos héroes aficionados que se van en busca del tesoro de un dragón (si fracasan… bueno, probablemente el dragón seguirá roncando sobre su pila de oro por los siglos de los siglos). Por tanto, toda esa rimbombancia que Jackson y su equipo de guionistas han tratado de insuflarle a la trama se ve tan postiza como ridícula.

   En su día, algunos fans de Tolkien criticaron mucho a Peter Jackson por haberse cepillado elementos importantes de la novela “El señor de los anillos” a la hora de adaptarla al cine, pero lo cierto es que desde un punto de vista de ritmo cinematográfico, Jackson acertó en casi todo lo que eliminó (¿Tom Bombadil? No, gracias). En cambio, para llenar el metraje de El Hobbit se ha visto obligado a seguir el camino inverso, añadiendo múltiples cosas que o bien no estaban en el libro o bien tenían una importancia anecdótica. Y claro, expandir el universo de Tolkien no es tan fácil como resumirlo, y buena parte de la energía vital de la historia se diluye en un prólogo inacabable (la expedición tarda como una puta hora en salir de la Comarca), una sucesión de pesadas escenas expositivas (personajes hablando como si recitasen un libro de texto sobre geopolítica de la Tierra Media), y subtramas menores que hubieran tenido más sentido como extras de DVD.

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