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ELIZABETH TAYLOR valhalla: De Lassie a Dino

   

De Lassie a Dino

Elizabeth Rosemond Taylor: Hampstead, Inglaterra, 27.02.32 - Los Angeles, Estados Unidos, 23.03.11

Por Ray Zeta

 

<“Apocalípticas, podrían derrumbar imperios”, rezaba una cita declarada por Richard Burton que en el Trivial Pursuit preguntaban a qué se refería... La respuesta literal era “a las mamellas de Elizabeth Taylor”.

   Porque aquí donde la han visto, la ancianita de frágil salud que durante los últimos años se caracterizó por aparecer prostrada en una silla de ruedas con un perrito maltés sobre su regazo, fue una mujer de rompe y rasga en tiempos que no existía la cirugía.

   Porque hablar de Elizabeth Taylor es hablar de un tiempo pasado que en el caso de Hollywood sí que fue mejor, de una época dorada en la que el glamour y la fastuosidad de las grandes estrellas sobrepasaba su condición humana erigiéndolas en divinidades que convierten a las starlettes actuales (Lindsay Lohan y demás) en putitas de medio pelo.

 

 

   Divinidades entre las que brilló con luz propia Liz Taylor. Porque Liz Taylor, con dos Oscars (por Una mujer marcada y ¿Quién teme a Virginia Wolf?), ocho matrimonios y siete maridos a sus espaldas (repitió con Richard Burton), hizo correr tanta tinta sobre su vida privada como sobre su vida profesional.

   Actriz infantil, juvenil y adulta, todo en uno, fue presentada al mundo al lado de Lassie en La cadena invisible (1943), se especializó en comedias familiares durante su adolescencia (Fuego de juventud junto junto a Mickey Rooney, El padre de la novia y El padre es abuelo con Spencer Tracy…), y empezó a coquetear en sus primeros años adultos con el cine venusvillero en géneros tan dispares como el thriller melodramático (Un lugar en el sol, 1951), el medieval (Ivanhoe, 1952), las aventuras selváticas (La senda de los elefantes, 1954), el histórico (Beau Brummell, 1954), y el secesionario (El árbol de la vida, 1957).

   Hasta que en 1963 llegó la madre de todos los péplums, el Gladiator de la época, la película que casi acabó con Joseph L. Mankiewicz (más de dos años de rodaje), arruinó a la 20th Century Fox (44 millones de dólares de la época, aunque luego se convirtió en la película más taquillera del año), e hizo verter ríos, mares y océanos de tinta en la prensa del corazón, debido al tórrido y escandaloso romance que vivió con Richard Burton (ella estaba casada con el marido que le había “birlado” a su por entonces mejor amiga Debbie Reynolds), convirtiéndola en reina de portadas de moda, revistas de prensa rosa y periódicos sensacionalistas (ríanse ustedes de cuando la Jolie se lió con Brad Pitt estando éste aún con Jennifer Aniston…).

 

 

   A partir de ahí, ciclo de películas junto a su flamante y borrachuzo marido, desarrollo de una voluptuosa silueta superada sólo por Shelley Winters (bueno, y por Montserrat Caballé, pero ésta no cuenta), dos matrimonios más, semiretiro del cine debido a su mala salud (fue operada en más de 20 ocasiones, era diabética, tuvo un tumor, problemas en la espalda y en la cadera, y un cáncer de piel) y a su participación activa en campañas humanitarias, hasta retirarse definitivamente con dos trabajos póstumos venusvilleros (cómo debía ser): doblarse a sí misma y a Maggie Simpson en un episodio de Los Simpson, e interpretar a la suegra de Pedro Picapiedra en Los Picapiedra (miren por dónde, empezó con Lassie y acabó con Dino).

   No es exageración cuando se dice que con la muerte de Elizabeth Taylor a la edad de 79 años víctima de una insuficiencia cardíaca, muere también en Hollywood el final de una era. Porque Liz Taylor fue actriz, diva, mujer más bella del mundo, reina de la prensa del corazón, confidente de actores mariquitas encubiertos (que les pregunten sino a Montgomety Clift, James Dean y Rock Hudson) y embajadora de Hollywood. Porque Liz Taylor fue eso y mucho más. Liz Taylor lo fue todo./>

 

Elizabeth Taylor, por siempre Cleopatra

 

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