JUEGO DE ASESINOS crítica: Hostal Policial Manzanares

Frank Grillo y Gerard Butler se hospedan en una comisaría para ahorrarse la pasta del hotel

Iba para nuevo Michael Bay del cine de acción y se quedó en Michael a secas, o sea en promesa. Quizás si la adaptación de El Equipo A hubiera funcionado mejor en taquilla, la Historia habría cambiado y ahora estaríamos hablando de un director de acción a la altura de grandes nombres como Paul Greengrass o David Ayer, pero en lugar de eso ha quedado relegado a la categoría de vieja gloria que conoció tiempos mejores, como Peter Hyams o Ringo Lamb. Estamos hablando de Joe Carnahan. Porque los videoclubs ya no existen, si no fijo que sería uno de los mayores proveedores de títulos de los que se agolpaban criando polvo en sus estanterías.

Y lo mismo podríamos decir como actor de Gerard Butler. El que tocó el cielo con los dedos gracias a su papel de Leónidas en 300, ha visto cómo su caché se ha ido devaluando durante los últimos quince años, hasta convertirse en un sosias de Nicolas Cage, carne de serie B, subproductos de venta al por mayor y líder de ventas del top manta. Como su personaje de guardaespaldas presidencial Mike Banning en la saga Objetivo, Gerard Butler ha confeccionado su carrera a base de whisky y malas decisiones. ¿Y qué ocurre si encierras a Joe Carnahan y Gerard Butler en una habitación y los dejas salir al cabo de tres meses? Pues ocurre Juego de asesinos.

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Un thriller policíaco rodado casi en un único espacio, la típica comisaría habitada por polis barrigones zampa-bollos, con media docena de personajes entre el cliché (los polis) y lo estrafalario (los detenidos), y una serie de situaciones tan poco creíbles como la detención provocada como método de protección, y la detención provocada como método de ajuste de cuentas (sólo les falta colarnos la detención provocada como método anticonceptivo). Un Frank Grillo más sobreactuado de lo habitual buscando la protección, y Gerard Butler ejerciendo de villano con la misma pinta grunge guarreras de Juego de ladrones, buscando el ajuste de cuentas.

“¿Y qué ocurre si encierras a Joe Carnahan y Gerard Butler en una habitación y los dejas salir al cabo de tres meses? Pues ocurre Juego de asesinos”

Completan el elenco una joven poli honesta, audaz y valerosa (otro ejemplo de cliché), y un asesino a sueldo psicópata que mata con la misma facilidad que se hurga la nariz (otro ejemplo de estrafalario), más los polis barrigones zampa-bollos citados. Todos ellos están al servicio de una historia de polis y cacos de estilo deliberadamente anacrónico, contada en forma de ejercicio casi teatral en la que no se sale de la comisaría durante la mayor parte del metraje. Una reflexión sobre el poder y la corrupción representada por el control de la situación que va cambiando de manos entre Frank Grillo, Gerard Butler, la poli y el psycho, girándose la tortilla cada dos por tres.

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Obligado es pensar en Asalto a la comisaría del distrito 13 cuando se habla de un thriller que acontece todo en una comisaría (Resident Evil: Bienvenidos a Raccoon City también explotaba la fórmula), pero a diferencia del clásico del maestro Carpenter, en el que se cascaba un ejercicio de suspense digno de ser mostrado en una escuela de cine, el film de Joe Carnahan adolece de falta de ritmo, situaciones demasiado rockambolescas llevadas al límite, personajes poco creíbles (sobre todo el asesino psicópata) y de un toma y daca entre los personajes que acaba por hacerse cansino por repetitivo, por muchos tiroteos que nos pongan para dorarnos la píldora.

Más inspirado se mostró Joe Carnahan en trabajos anteriores como Ases calientes (título con el que salvando las distancias, Juego de asesinos mantiene más de un parecido), Infierno blanco, Narc, y, digan lo que digan, El Equipo A (obra incomprendida a reivindicar). Se puede decir que Juego de asesinos es su obra más de serie B (sí, todavía más) hasta la fecha, y es imposible quitarse la sensación de que llega tarde. Quince años tarde, para ser exactos, cuando aún existían esas tiendas de alquiler de películas llamadas videoclubs, que ibas, elegías entre las que estaban disponibles, enseñabas el carnet de socio, y pagabas por llevártela. En formato VHS, naturalmente.

INFORME VENUSVILLE

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