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SUPER 8 crítica: Un Spielberg de "marca blanca"

   

Un Spielberg de "marca blanca"

Desempolvemos los airgamboys y el Rubik y hagamos un espacio en nuestra devedeteca entre E.T. y Exploradores

Por Chema Pamundi

 

<Dos preguntas. Una, ¿a qué se debe la actual moda de la nostalgia en el cine fantástico? Y dos, ¿hasta qué punto puede una obra de ficción estirar la goma del homenaje antes de perder toda personalidad y convertirse en una simple fotocopia deslucida? Ya desde el minuto cero, Super 8 plantea al espectador estas dos cuestiones. Para la primera de ellas la respuesta está clara: la espoleta principal fueron los largometrajes setenteros de George Lucas y Steven Spielberg, cuya monumental influencia marcó la infancia de todos los directores que ahora son cuarentones y dominan el panorama fílmico (las fechas cuadran). La segunda pregunta es mucho más subjetiva y escurridiza, pero en general puede decirse que todo homenaje resulta válido mientras aporte algo propio, ya sea un punto de vista novedoso (ahí tenemos el reciente ejemplo de Paul, una especie de versión gamberra y punki de E.T.), una reformulación del género al que se adscribía la película original (por ejemplo, Insidious actualiza con mucho talento las pelis de casas encantadas como Poltergeist o Terror en Amityville), o algún tipo de reflexión metalinguística que eleve el material por encima del mero refrito (lo que viene haciendo Tarantino en cintas como Kill Bill o Malditos bastardos).

   Super 8 colaría a la perfección como una “película perdida” de Spielberg, rodada probablemente entre Tiburón y Encuentros en la Tercera Fase. Tiene todos los tics necesarios para ello: la ambientación en una pequeña ciudad obrera norteamericana, el niño protagonista “con una sensibilidad especial” para entender lo sobrenatural, la pandilla de amigos gritones que sirven como alivio cómico (o sea, Los Goonies), la familia disfuncional (en este caso quien falta es la madre), los dormitorios infantiles saturados de juguetes eléctricos y carteles de pelis de ciencia-ficción, las bicicletas (aunque aquí no vuelan), los movimientos de cámara típicos del director de En busca del arca perdida (incluyendo esos zooms a primer plano tan característicos), el sentimentalismo desatado como vía para conectar con el público a un nivel emocional profundo (la idea es que toda la sala acabe llorando a moco tendido), el tema de la incomunicación entre niños y adultos, la sensación de añoranza por la inocencia perdida, la banda sonora de acordes “John Williamescos”, la mismísima ilustración retro del cartel promocional (al estilo de Drew Struzan)… A la hora de clonar el modelo original, nada ha sido dejado al azar.

 

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"Como nuestro extraterrestre se parezca a los de Exploradores me salgo de la peli"

 

   Y sin embargo, el “target” de público al que supuestamente apunta Super 8 no está nada claro. Su tono es eminentemente juvenil, una aventura pre-adolescente en toda regla, pero el hecho de que esté ambientada en 1979 y fusile sin ningún pudor títulos ya mencionados como E.T. o Encuentros en la tercera fase puede desconectar un tanto a la audiencia joven, que en su mayoría tiene otros referentes bien distintos (Harry Potter, X-Men, Transformers y demás). En consecuencia Super 8 no es tanto una obra para niños como una obra “para padres” disfrazada; y la verdad, no estoy seguro de que eso tenga mucho sentido. Yo, que estoy en la misma franja de edad que J. J. Abrams y probablemente comparta sus mismos gustos, me he preguntado más de una vez si todos estos “apóstoles del neo-pastiche” no estarán intentando disfrazar de tótem cultural lo que únicamente son sus filias personales. O sea, ¿realmente a un niño de 12 años de hoy en día le importan un pimiento Los Goonies? ¿Y acaso tendrían que importarle? ¿Somos tan presuntuosos como para pensar que lo que funcionó para nuestra generación es una verdad absoluta, que no solo sigue teniendo validez 30 años después sino que es mejor que “las mierdas que se estrenan hoy en día”? Confieso que cada vez albergo más dudas al respecto. Ojo, me encantan las películas con sabor a cine de los setenta (mi década fetiche), pero no acabo de ver que mis pajas mentales le tengan que interesar a nadie más que a mí. J. J. Abrams, por lo visto, piensa en sentido contrario.

 

  "Super 8 parece haber sido hecha siguiendo paso por paso el manual `Dirija usted como Spielberg en diez lecciones`"  

 

   Por tanto, el problema principal de Super 8 es que como calco es tan eficiente, resulta una imitación tan perfecta, que carece de alma propia. Se toma a sí misma demasiado en serio, carece de ironía y espontaneidad, parece haber sido hecha siguiendo paso por paso el manual “Dirija usted como Spielberg en diez lecciones”. Por usar una frase de la propia película, le falta “valor añadido”. Eso sí, puede resultar interesante como ejercicio de arqueología cinéfila, en una onda parecida a la de aquel experimento que llevó a cabo hace algunos años Gus Van Sant al filmar un remake del Psicosis de Hitchcock reproducido plano a plano. Pero eso es todo, me temo. Además, Super 8 tiene el plus estomagante de ser un indisimulado panegírico al cine de Spielberg… producido por el propio Spielberg, quien incluso metió mano en el guión presionando para que se le incluyera una subtrama de ciencia-ficción (que no aparecía en la idea inicial de J. J. Abrams). Se trata de una demostración de "yo me lo guiso, yo me lo como" que indudablemente le resta gracia al asunto y lo hace todo aún más confuso.

 

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"No hace falta que lloremos, E.T. ha dicho que regresará"

 

   En cualquier caso, tampoco nos enceporremos en machacar a una película que, si bien resulta fallida en sus pretensiones, no es ni mucho menos mala en su ejecución. Si logramos aislarnos por un momento del equívoco envoltorio de Super 8 para centrarnos en su contenido, lo que queda es un filme de aventuras que funciona como un cañón durante su primera hora de metraje, con muy buen ritmo, una dirección impecable y unas interpretaciones infantiles sensacionales (oiremos hablar de Joel Courtney, el chaval protagonista). Por desgracia, a partir de esa primera hora la cosa va perdiendo fuelle en la misma medida en que va cobrando importancia el elemento fantástico de la historia (poco imaginativo, menos convincente e insertado en el guión como un pegote). Por suerte Super 8 se acaba antes de llegar a convertirse en una nadería, pero lo cierto es que su clímax final está tan premeditadamente diseñado para emocionar al patio de butacas, tiene tal cantidad de tópicos y es tan previsible, que resulta por completo aséptico.

   Así pues lo siento, pero a pesar de sus innegables virtudes me cuesta juzgar con ojos benévolos a un producto como Super 8. En su tuétano puede que estemos ante uno de los estrenos de ciencia-ficción más sólidos del 2011, de soberbia factura técnica, visualmente impactante y hasta escrito con cierta elegancia. Solo hay una pega: yo “estuve allí” en los setenta y los ochenta, vi todas aquellas pelis en pantalla grande… y la verdad, eran inimitables. Ahí, en el terreno de las comparaciones en el que (torpe decisión) J. J. Abrams ha decidido jugar, Super 8 sale vapuleada./>

 

 
INFORME VENUSVILLE
     
 
Sentencia Quaid:
Dos Caras Harvey
     
     
 

Recomendada por Kuato a: cinéfilos cuarentones que quieran rememorar sus tiempos de acné.

     
 

No recomendada por Kuato a: jóvenes frikis de la “generación Wii” (les va a sonar a chino).

     
  Ego-Tour de luxe por: el accidente ferroviario es quizás el homenaje más inteligente de la película al cine de Spielberg, pues apunta a los orígenes del "tito Steven", cuando éste rodaba con su cámara de Súper 8 (qué cosas) cortometrajes en los que hacía chocar trenes eléctricos.
     
  Atmósfera turbínea por: el “monstruo” de la función, que Abrams nos oculta durante casi hora y media, y cuando por fin lo saca en pantalla resulta que no es más que una versión anémica del mismo bicharraco que ya salía en Monstruoso.

 

 

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1 Respuesta

  1. Anónimo
    Javi<br />No estoy de acuerdo contigo. Has de tener en cuenta que el film se basa en un guión original y que por lo tanto no es un remake de ninguna película anterior de Steven Spielberg. Es cierto que coge todas sus constantes, pero lo hace con gracia y talento. Se ha de ser muy bueno para copiar bien, y Abrams lo es, porque no es lo mismo copiar que fotocopiar. El "Psicosis" de Gus Van Sant que citas sí que es una fotocopia porque lo único que hace es calcar, pero lo que ha hecho Abrams aquí es una combinación de elementos que dan como resultado una película propia. Una buena película diría yo.

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