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SITGES 2012 crónica día 1: Sin cuerpo no hay delito

   

Sin cuerpo no hay delito

Primer día: El cuerpo; Room 237; Nameless
Gangster: Rules of the Time; For Love’s Sake

Por Chema Pamundi

 

<Arranca la 45ª edición del festival de Sitges, con cierto caos (sesiones empezando con retrasos de casi media hora), y algunas decisiones organizativas de difícil comprensión (el nuevo sistema para pillar los tiquets de tarde, vía e-mail en vez de mediante cola presencial, no acaba de convencer a nadie; y lo de que la parrilla de prensa te la vayan dando día a día es un buñuelo, porque te impide planificar nada). A priori, Sitges 2012 cuenta con uno de los mejores line-ups de películas que se recuerdan, pero al mismo tiempo ésta parece una edición “rara” del festival, con escasa presencia de estrellas internacionales de envergadura (los principales reclamos mediáticos son un Dario Argento en horas bajísimas, un Neil Jordan que viene sin película que presentar, y Elijah Wood), sin una temática tan clara y llamativa como la de años anteriores (el supuesto leit-motiv es el fin del mundo, y la película a la que se homenajea por su aniversario es… ¿E.T. el extraterrestre? What the fuck?!), y con la sombra de la crisis económica planeando a lo largo y ancho del certamen. Parece todo un poco menos llamativo, un poco más austero y cutrecillo.

 

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Spot promocional pre-proyecciones del Festival de Sitges 2012

 

   El primer día de festival, recién pisado el Auditori, se repiten a mi alrededor una serie de constantes bastante graciosas. En el hall del hotel Melià, Carlos Pumares abronca a alguien por el móvil (el mismo cascarrabias de siempre; le echaba de menos). Los corrillos de debate tras recoger las acreditaciones y el material de prensa se centran en la calidad de la bolsa de tela que la organización nos regala. A este respecto, opiniones para todos los gustos: la de este año es roja con banda blanca, a Beto y a mí nos parece un cagarro (solo con que metas el catálogo y el bocadillo ya la has llenado). Víctor Parkas en cambio la encuentra de lo más estilosa (pero no voy a mantener discusiones estéticas con alguien que lleva patillas de cabeza de hacha). Ray Zeta, redactor jefe del diario de Venusville, dice que él se mantendrá fiel a la del año 2005, que a su parecer sigue siendo la más práctica. Por mi parte me inclino por repetir el "modelo 2010", de un color negro muy ponible y con bolsillos separados para el móvil, el iPad, el bloc de notas y el jerseicito (aquí por las noches refresca).

   Otra constante absurda es que cada año se me olvida cuál de los dos cines del pueblo es el Retiro, y cuál el Prado. ¿El que está al lado de la estación o el de los jardines? Ni puta idea. Lo miro en el plano. Me pierdo. Me voy al uno cuando quería ir al otro. Vuelvo a mirarlo en el plano. Pregunto. Me vuelvo a perder. Confirmado: soy idiota. Llevo mil años viniendo al festival de Sitges, y es frustrante comprobar que sigo tan empanado como la primera vez.

   En fin, dejemos las batallitas para otro rato y hablemos un poco de cine, que es de lo que se trata. Como de costumbre, el primer día es raro lograr ver demasiada cosa, porque ni yo ni el festival hemos pillado aún la velocidad de crucero. Nos estamos tanteando el uno al otro. Aún así, he rascado todo lo que he podido y he logrado clavarme tres titulillos, que no está mal para abrir fuego:

 

 

Room 237 (Rodney Ascher. E.U.A., 2012)

> ROOM 237 web del festival

   Como viene siendo habitual en los últimos años, Sitges 2012 se inaugura con un título de producción española. En este caso se trata de El cuerpo, del debutante Oriol Paulo, protagonizada por Hugo Silva, Jose Coronado y Belén Rueda (y del guionista de Los ojos de Julia, nos dicen, como si eso fuera garantía de algo bueno). Ante semejante panorama, decido empezar el festival con buen pie y me largo al cine Prado a ver otra cosa que pinta bastante mejor: Room 237, un exhaustivo documental sobre los simbolismos ocultos de la mítica El resplandor, de Stanley Kubrick. Quien quiera saber la opinión venusvillera sobre El cuerpo, no tiene más que leer la crítica adjunta que nuestro redactor jefe Ray Zeta ha escrito al respecto (clicar aquí). 

   El resplandor es posiblemente la obra más vapuleada de la carrera de Kubrick (no por mí; la considero una obra maestra descomunal), y al mismo tiempo una de las más enigmáticas y referenciadas. Toda película tiene en mayor o menor medida un nivel de percepción consciente y otro subconsciente, pero es que las pelis de Kubrick son la bomba en este segundo apartado (solo hay que recordar 2001: una odisea del espacio o Eyes Wide Shut). A Kubrick le gustaba dar cancha a los espectadores para que pensaran por sí mismos, sin dirigirlos ni ofrecerles respuestas fáciles (cuesta hoy en día encontrar un director enmarcado en la maquinaria de grandes estudios de Hollywood que ofrezca a su público ese tipo de estímulos). Pues de eso, justamente, va Room 237.

 

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"Lo único que está aquí oculto es el Scalextrix, el Monopoly y el Madel-man pirata" 

 

   El documental escruta El resplandor en busca de mensajes ocultos, con unos niveles de detalle espatarrantes que incluyen planos en 3D del hotel Overlook, análisis pormenorizados de fotogramas concretos, y proyecciones del filme del derecho y del revés (literalmente: pasan la película superpuesta dos veces, una hacia delante y otra hacia atrás, y algunas de las imágenes resultantes te dejan con el culo torcido). Room 237 escupe todo tipo de tesis que van de lo fascinante a lo pillado por los pelos (lo de que en los créditos iniciales las nubes del cielo formen la cara de Kubrick no lo he visto por ninguna parte). Algunas son chorras (pero divertidas), otras te hacen dudar por muy alucinadas que parezcan (Kubrick era tan terriblemente perfeccionista que cuesta creer que nada ocurriera por azar en sus películas), y otras son bien conocidas para cualquiera que haya leído alguna que otra biografía sobre el personaje, como la de que El resplandor es en realidad una alegoría del holocausto, o que es un puzzle de pistas subliminales para denunciar que la llegada del hombre en la Luna fue un montaje (varios teóricos conspiranoicos postulan que lo del Apolo XI se rodó en un hangar secreto de la CIA bajo la dirección del propio Kubrick).

   Sea como sea, ver todo ese material junto y ordenado en un mismo documental es un festín para cualquier cinéfilo, y no digamos ya para los fans fatales de Kubrick (servidor). Porque por muy locas que puedan ser algunas de sus conclusiones, al final Room 237 es un juego lúdico que no habla tanto de Kubrick como director, sino de nosotros como espectadores, y de cómo el mero acto de observar una obra de arte puede cambiar su significado, incluso más allá de lo que había imaginado el autor que la creó. La prueba de que Room 237 funciona, es que estoy deseando volver a ver El resplandor, poniéndola en pausa para intentar desentrañar por qué la máquina de escribir de Jack Torrance va variando de color a medida que avanza la película, o por qué algunas habitaciones del hotel Overlook cambian de ubicación de una escena a otra…

 

 
Sentencia Quaid:
Copas de yate

 

 

Nameless Gangster: Rules of the Time

(Yun Jong-bin. Corea del Sur, 2012)

> NAMELESS GANGSTER: RULES OF THE TIME web del festival

   Corea del Sur, 1982: Choi Ik-hyun (interpretado por Choi Min-sik, un fijo de los taquillazos coreanos al que ya hemos visto protagonizar peliculones como Old Boy o Encontré al diablo) es un policía de aduanas al que están a punto de echar del cuerpo, cuando un buen día intercepta un gran alijo de metanfetaminas. Como la ocasión la pintan calva, Choi decide revender la droga a un poderoso gánster local. Al final, el dinero fácil le acabará arrastrando del todo por el camino del crimen y entrará de lleno a formar parte de la banda mafiosa, un territorio resbaladizo en el que irá perdiendo paulatinamente los pocos escrúpulos que le quedaban.

   Del director Yun Jong-bin se ha dicho que era el “Scorsese coreano”, y que esta película era su Uno de los nuestros. Pues no sé. Supongo que lo dirán por la temática y la ambientación ochentera, porque lo cierto es que el estilo de dirigir de Jong-bin y el de Scorsese se parecen como un huevo a una castaña (Jong-bin es bastante más clásico y sobrio, sin la  pirotecnia visual de Scorsese). Eso no quiere decir que Nameless Gangster: Rules of the Time sea una mala película. Todo lo contrario, es un ejercicio de género soberbio. Pero lo es en base a sus propios méritos, sin copiar a nadie e incluso saltándose algunas convenciones del cine de hampones.

 

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Ya es primavera en El Corte Inglés de Corea

 

   La principal novedad que aporta la película es orbitar en torno a un protagonista que no es el más listo ni el más carismático de la banda (o sea, no es De Niro ni Ray Liotta, por seguir las comparaciones con Uno de los nuestros), sino que de hecho es un miserable bastante antipático y algo torpe, que triunfa por una mezcla de suerte, ceguera ajena y don de la oportunidad. Un superviviente nato, capaz de hacer lo que haga falta en cada momento (desde traicionar a quien se lo ha dado todo, hasta dejarse humillar o apalizar cuando toca) para seguir manteniendo la cabeza a flote en la piscina de mierda donde le ha tocado nadar. Este planteamiento aleja a la película del cuento moral y le da una brutal sensación de veracidad (nada de la típica “camaradería entre ladrones”, ni de que al final se haga justicia divina). Aparte de eso, un guión de thriller muy bien trenzado, unas interpretaciones excelentes y el justo nivel de subtexto (qué fácil es dejarse corromper cuando te lo ponen tan a mano), para una película que es rabiosamente cool sin tan solo proponérselo.

 

 
Sentencia Quaid:
Copas de yate

 

 

For Love’s Sake (Takashi Miike. Japón, 2012)

> FOR LOVE`S SAKE web del festival

   Takashi Miike dirige una media de cuatro películas al año, y más o menos una de esas cuatro es la buena. Así que cuando decides ir a ver algo suyo es un poco como jugar a la rifa y cruzar los dedos, a ver si tienes suerte y te toca el perrito piloto. En este 2012 el director nipón ha añadido solo dos títulos a su filmografía (lo cual para él debe equivaler a haberse tomado un año sabático), y ambos están en Sitges. De momento el primero, éste For Love’s Sake, basado en un exitoso manga setentero (The Legend of Love and Sincerity, que ha sido ya adaptado otras tres veces al cine y ha servido como base a una serie de TV), roza la excelencia, así que supongo que el otro (Ace Attorney, que veré el domingo) será un churro.

   For Love’s Sake es una delirante “dramedia” juvenil que mezcla ensaladas de hostias orientales con números musicales de psicotrónica coreografía. Una manera corta y certera de definir la película es como un “mix” entre Crows Zero (otra del propio Miike) y West Side Story. El protagonista del asunto es Makoto, el típico rebelde sin causa que se pega con todas las bandas de matones del instituto (y en algunas escenas incluso con todas a la vez), y que al mismo tiempo es rondado por Ai, la chica rica, guapa y estudiante ejemplar, que parece ser la única que le ve buen fondo al muchacho (ya se sabe: ellas siempre prefieren a los que tienen pinta de malos; y si no que se lo pregunten a la princesa Leia). Para complicarlo todo aún más, Ai tiene su propia historia de amor no correspondido con Iwashimizu, el nerd del instituto. Cuando finalmente Makoto sea expulsado y enviado a una escuela marginal en el barrio más chungo de la ciudad, Ai le seguirá, dispuesta a darlo todo para lograr su atención (e Iwashimizu los seguirá a ambos, claro). Pero Makoto también despertará la pasión hormonal de dos peligrosas pandilleras, Yuki y Gumko. Sí, es un poco como si Sensación de vivir tuviese números de baile y peleas de kárate.

 

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Y ahora a petición del público... ¡El tema `Juana y Sergio` de Dos fuera de serie!

 

   Dicho así puede parecer que For Love’s Sake es un volantazo radical de Takashi Miike para volver al cine más delirante de principios de su carrera (por contraste con la exquisita sobriedad de sus recientes películas de género chanbara: 13 asesinos y Hara-Kiri: The Death of a Samurai), pero la cosa no va exactamente por ahí. Porque en efecto, For Love’s Sake empieza como un festivo musical de instituto, con gags constantes y números de lo más kitsch (el público de la sala ha roto a aplaudir tras la primera canción, coreando “¡Tú sí que vales! ¡Tú sí que vales!”). Sin embargo, con el paso de los minutos la trama se va oscureciendo y ganando aristas, hasta devenir en un dramón adolescente que acaba como el rosario de la aurora. Por en medio, la habitual exuberancia visual de Miike, sus también habituales bajones de ritmo (a muchas de sus películas les suelen sobrar 15 o 20 minutos, casi siempre en el segundo acto), y una poca vergüenza bien entendida a la hora de correr riesgos formales (desde los decorados de cartón piedra hasta el prólogo y el epílogo de dibujos animados). Total, un tebeo de acción y amor arrebatado la mar de majo. Joder, si hasta me he emocionado al final./>

 

 
Sentencia Quaid:
Copas de yate

 

 

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