Categorías

KELLY MARIE TRAN noticia: Carta contra el ciberacoso

Kelly Marie Tran publica una carta contra el ciberacoso sufrido tras Los últimos Jedi

Tan fuerte fue el acoso que sufrió Kelly Marie Tran en las redes sociales por su participación en Los últimos Jedi, que la pobre no pudo soportarlo y canceló sus cuentas de facebook, twitter e instagram. Bullyn que la machacaban de lo lindo por no haber gustado, con descalificativos racistas y misóginos hasta sumirla en una depresión de caballo que la llevó incluso a plantearse abandonar la interpretación.

Ahora la Rose Tico de Star Wars ha decidido tomar la iniciativa y ha publicado una carta en la que denuncia todos los hechos diciendo que no se dará por vencida. Una buena manera de plantar cara y demostrarle al mundo que no se debe descalificar o marginar a nadie por su origen o sexo.

Después de todo, la pobre chica no tiene la culpa de nada. Independiente de su origen y su sexo, como actriz es muy mala y su personaje en Los últimos Jedi es aún peor, pero de eso tienen la culpa Rian Johnson, que escribió y dirigió este séptimo episodio, y los productores por contratarla para tener una representación racial en cada una de los personajes para estar acorde con los tiempos actuales tan políticamente correctos (Rey es blanca, Finn es negro, Poe es latino, y Rose oriental).

Así que en Venusville aplaudimos la valentía de Rose Marie Tran. Quien tenga quejas sobre ella, que las envíen al departamento Star Wars de Disney.

 

No seré marginalizada por el ciberacoso

Las palabras e insultos que me dedicaron, despertaron en mí un sentimiento que pensé que había dejado atrás. El mismo que tuve a los 9 años, cuando dejé de hablar vietnamita por completo porque estaba cansada de escuchar cómo se burlaban de mí los otros niños. O a los 17, cuando salí a cenar con mi novio y su familia y la camarera, al escucharme pedir mi comida con un inglés sin acento, dijo: “¡Wow! Qué bonito que vinieron con una estudiante de intercambio.

Las palabras de los haters reforzaron lo que había escuchado toda mi vida, que yo era “lo otro”, que no pertenecía a este lugar, que no era suficientemente buena solo porque no era como ellos. Y ese sentimiento, ahora me doy cuenta, era y es la vergüenza por aquello que me hace distinta, por la cultura de la que provengo. Y para mí, lo más decepcionante de todo es que sintiera esa vergüenza.

Porque la misma sociedad que les enseñó a algunos que eran héroes y salvadores, los herederos del ideal del Destino Manifiesto (creencia en que Estados Unidos de América es una nación destinada a expandirse desde las costas del Atlántico hasta el Pacífico por la gracia de Dios), me enseñó a mí que yo solo existo como decorado de sus historias, ya sea pintándoles las uñas o diagnosticando sus enfermedades, apoyándolos en sus dilemas amorosos y, quizá lo más dañino, esperando a que ellos me rescaten.

Por mucho tiempo les creí. Creí esas palabras y esas historias, cuidadosamente elaboradas por una sociedad construida para enaltecer el poder de un tipo de persona: un sexo, un color de piel, una existencia. Eso reforzó en mí las reglas escritas desde antes de que naciera, las mismas que hicieron que mis padres consideraran necesario dejar de usar sus nombres reales y adoptar unos que sonaran más estadounidenses —Tony y Kay— para que fuera más fácil para los demás pronunciarlos, borrando literalemente una cultura, algo que aún me duele en lo más profundo de mi ser.

Y, aunque odio tener que admitirlo, me culpé a mí misma. Pensé: “Ah, quizá si fuera más delgada…” o “tal vez si me dejara más largo el cabello…” y, lo que es peor, “quizá si no fuera asiática…”. Durante meses estuve en una espiral de odio a mí misma; en las partes más recónditas de mi mente me destrozaba y ponía sus palabras por encima de mi valoración personal. Y fue en ese momento cuando me di cuenta que me habían mentido.

Me habían lavado el cerebro para que creyera que mi existencia estaba restringida a los límites de la aprobación de otros. Me habían engañado al hacerme pensar que mi cuerpo no era mío y que era bello solamente si alguien más creía que lo era, sin importar cuál fuera mi opinión. Todos me lo habían dicho y vuelto a decir: los medios, Hollywood, las empresas que consiguen sus ganancias a partir de mis inseguridades, que me manipulaban para que comprara su ropa, su maquillaje, sus zapatos; todo para llenar un vacío que ellos mismos habían creado y perpetuado.

Sí, me mintieron. A todos nos mintieron. Y fue con ese descubrimiento que sentí una vergüenza distinta: no por quién soy, sino por el mundo en el que crecí y por cómo ese mundo trata a quien es diferente. No soy la primera persona que ha crecido de esta manera. Así es crecer cuando no eres una persona blanca en un mundo dominado por los blancos. Así es ser una mujer en una sociedad que les ha enseñado a sus hijas que solamente son valiosas si sus hijos nos consideran atractivas. Es el mundo en el que crecí. Pero no es el mundo que quiero dejar atrás cuando muera.

Quiero vivir en un mundo en el que los niños de color no pasen toda su adolescencia deseando ser blancos. Quiero un mundo en el que las mujeres no estén sometidas a escrutinio por su apariencia o sus acciones o su mera existencia. Quiero vivir en un mundo en el que personas de todas las razas, religiones, clases sociales, orientaciones sexuales, identidades de género y capacidades sean vistas como lo que son: seres humanos. Quiero vivir en ese mundo y trabajaré para construirlo.

Estos son los pensamientos que pasan por mi mente cada vez que levanto un guion o un libro. Sé que la oportunidad que tengo es poco común; sé que ahora pertenezco a un pequeño grupo de personas privilegiadas que pueden ganarse la vida contando historias, que son vistas, escuchadas y digeridas por un mundo que durante tanto tiempo solo probó una cosa. Sé lo importante que es y por eso no me voy a rendir.

Puede que me conozcas como Kelly. Soy la primera mujer de color en tener un papel protagónico en una película de ‘Star Wars’. Soy la primera mujer de ascendencia asiática en aparecer en la portada de la revista Vanity Fair. Mi nombre verdadero es Loan. Y esto no ha hecho más que empezar.

Kelly Marie Tran

 

Kelly Marie Tran como Rose Tico en Los últimos Jedis

 

Facebooktwittermail

No hay comentarios

Agregar comentario