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PHILIP SEYMOUR HOFFMAN noticia: Muerte por sobredosis

<Seguimos recibiendo malas noticias. Si con la inesperada muerte de Paul Walker no teníamos suficiente, ahora nos ha sobrevenido la de Philip Seymour Hoffman. Tenía 46 años y fue encontrado ayer en el suelo del baño de su apartamento de Manhattan con una jeringuilla clavada en el brazo junto a una papeleta con heroína. "Está bastante claro que fue una sobredosis, la jeringuilla estaba en su brazo", declaró un agente de policía... El actor había recaído en sus adicciones tras una juventud de excesos hasta que con 22 años ingresó en una clínica de desintoxicación (“eran todo drogas y alcohol. Consumía cualquier cosa que me daban. Me gustaba todo”, declaró una vez en una entrevista). Ahora, tras una época de intenso trabajo cinematográfico y teatral, había pasado un mal año personal derivado de su mala relación con su pareja de los últimos quince años y madre de sus tres hijos, lo que le llevó a engancharse a las pastillas primero y a volver a consumir heroína después.

   Philip Seymour Hoffman lo tenía todo para ser bueno: presencia, carisma y buenas dotes interpretativas. Presencia porque con su 1,75 y sus más de cien quilos era difícil que pasara desapercibido, carisma porque tenía ese nosequé capaz de eclipsar a todo aquel que cometía la osadía de compartir plano con él, y dotes interpretativas porque era capaz de encarnar por igual al amigo cachondo del protagonista de una comedia romántica, como en Y de repente llegó ella, que al villano más frío y maloso de los últimos años en un thriller de espionaje tan high tech como Misión imposible 3. Y es que es selección natural. Si en Hollywood eres un gordo seboso feo como un hombre de Cromañón, o eres buen actor o te pasas la vida de secundario en papeles de poca enjundia.

   Así empezó Seymour Hoffman antes de demostrarle al mundo lo que valía, en papelitos irrelevantes en Esencia de mujer, La huída y Twister, hasta que poco a poco fue metiendo su enorme masa corporal en producciones de autores más consagrados, como Boogie Nights de Paul Thomas Anderson o El gran Lebowski de los hermanos Coen. Eso fue su pasaporte a la liga mayor de los secundarios. A partir de entonces fue una gozada verlo en todas y cada una de las pelis en las que intervino: descalabrado por Matt Damon en El talento de Mr. Ripley, convertido en bólido llameante por el Duende dentudo en El dragón rojo, de reverendo putero en Cold Mountain, y dándole de hostias hasta en el carnet de identidad a Edward Norton en La última noche... Hasta que ganó el Oscar por Capote, y siguió encadenando interpretaciones que le valieron el reconocimiento de crítica y público como Antes que el diablo sepa que has muerto, La duda, Radio encubierta, Los idus de marzo, Moneyball: rompiendo las reglas y The Master, hasta llegar a su último estreno, Los juegos del hambre: En llamas. Una verdadera lástima, sin duda, en Venusville nos gustaba tanto que hasta le veíamos atractivo./>

 

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Philip Seymour Hoffman, talento y carisma a raudales

 

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