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PIRATAS DEL CARIBE reportaje: Navegando hacia el éxito

La exageración como estilo 

   Piratas del Caribe es una pasada de vueltas, un gran histrión sobre el cine de piratas. La saga busca ofrecer el mismo tipo de diversión sin tregua, sin espacio para reflexionar, que podemos encontrar en un parque temático (lo cual, de hecho, la convierte en una adaptación mucho más fiel, honesta y respetuosa con su público que otras obras que, buscando una coartada intelectual, acaban pareciendo imbecilizantes). Tras ver las entregas de Piratas del Caribe, sales del cine sin aire, agotado. Es decir, igual que cuando bajas de una montaña rusa.

   La estrategia del productor Jerry Bruckheimer es convertir cada película de la serie en la “experiencia piratil” definitiva. En consonancia con la tendencia dominante del cine moderno, en la que cualquier superproducción debe intentar superar todo lo que se haya hecho antes, Piratas del Caribe no se conforma con ser películas de piratas: tienen que ser LAS PELÍCULAS de piratas. Y para eso, incluyen de todo: héroes galantes y heroínas audaces, piratas canallas, monstruos marinos, tesoros perdidos, barcos fantasma, islas remotas, indígenas caníbales, vudú, batallas y abordajes navales, maldiciones marineras... De todo y en grandes cantidades, hasta acabar provocando cierto hartazgo, cierta anestesia en el espectador (cada película dura en torno a las dos horas y media, cuando con cien minutitos quedaría la mar de apañada).

 

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"Y si todavía no tienen bastante, no se pierdan los extras del DVD"

 

   Pero todo esto no parecen ser errores de cálculo, sino decisiones absolutamente conscientes. Jerry Bruckheimer prefiere que las películas de la serie tengan de todo y en cantidades industriales, y que así se conviertan en fenómenos mediáticos de visionado imprescindible (incluso los que no comulgamos del todo con esa filosofía acabamos pasando por taquilla), aunque eso aniquile el ritmo y convierta el guión en una melopea que por momentos resulta ininteligible (cada conversación degenera en una persecución, un combate o cualquier follón similar).

   La saga Piratas del Caribe ha supuesto tal inversión para Disney y ha generado tales expectativas entre el público, que Verbinski no quiere que la comparen ni de coña con un filme de serie B: la economía de medios, la simplicidad narrativa y la contención estilística son el enemigo a batir, cuando en cualquier otro tipo de cine serían considerados el modelo a seguir. La puesta en escena es faraónica (el trabajo de decorados, maquillaje y efectos especiales realmente quita el hipo), hasta el extremo de que el propio Verbinski, en rueda de prensa, reconoció que las películas de la serie Piratas del Caribe le hacían sentirse más como un guardia de tráfico que como un director de cine.

 

 

Johnny Depp vs. Jack Sparrow 

   Johnny Depp debe estar tan agradecido a Piratas del Caribe, como Piratas del Caribe debe estarle agradecida a Johnny Depp. Mientras que la saga ha convertido al actor en una de las mayores estrellas de Hollywood (un estatus que parecía resistírsele pese a su dilatada carrera; antes de Piratas del Caribe su mayor éxito popular había sido Sleepy Hollow, y se le consideraba poco más que un actor de culto), no es menos cierto que Depp ha hecho de Piratas del Caribe la franquicia triunfadora de los últimos tres años: La maldición de la Perla Negra fue la cuarta película más taquillera de 2003, y El cofre del hombre muerto sencillamente machacó al resto de estrenos veraniegos de 2006, incluído Superman Returns.

   Y es que Jack Sparrow es, sin duda, la mejor excusa (cuando no la única) para acercarse a ver cualquier entrega de Piratas del Caribe. No es sólo que la interpretación de Johnny Depp sostenga el peso de la saga o que robe cada plano en el que participa, es que su mera presencia es imprescindible para mantener el interés del espectador: Sparrow obra como punto de giro de toda la narración (todo lo que ocurre es porque él lo decide, o como consecuencia de algo que él ha hecho), y cuando desaparece de la pantalla la película se desinfla como un soufflé, por muy despampanante que sea la escena en cuestión.

 

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O`rey Johnny Depp

 

   Por supuesto, Johnny Depp no hace otra cosa que lo que ha venido haciendo siempre. Depp es un actor extremo y sobreactuado, al que normalmente resulta difícil tomarse en serio porque siempre parece estar celebrando el día internacional de la mueca. Sin embargo, por una vez su sobreactuación está justificada y funciona, pues como ya hemos visto, Piratas del Caribe no es en el fondo más que una enorme exageración. Johnny Depp logra mantener intacta la credibilidad de su personaje a pesar de mostrarse excéntrico y amanerado hasta límites absurdos. O precisamente por eso. Una interpretación más contenida no sólo desentonaría, sino que encallaría la película y la haría caer en lo mediocre (el espectador no se tragaría el tono delirante de todo el film).

   Gore Verbinski acertó de pleno al dar libertad total a Johnny Depp para crear el personaje (sabedor de que a un actor como él es imposible tenerlo bajo control), y así Depp ha podido moldear a Sparrow a su gusto, imagen y semejanza, hasta el punto de que la frontera entre actor y personaje ha desaparecido, y hoy nadie pone en duda que Johny Depp “es” Jack Sparrow. Como ya todo el mundo sabe, Depp basó su interpretación en los movimientos sinuosos de Keith Richards, el guitarrista de los Rolling Stones.

 

  "Depp ha moldeado a Sparrow a su gusto hasta el punto de que la frontera entre actor y personaje ha desaparecido, y hoy nadie duda que Johny Depp ES Jack Sparrow"  

 

   Pero en Jack Sparrow también hay mucho de otros personajes de ficción (siempre y cuando asumamos que Keith Richards es un personaje real, de lo cual tengo mis dudas) que han consolidado la leyenda del pirata tramposo y canalla, que siempre cae de pie le pase lo que le pase. Sparrow tiene la socarronería de Han Solo, la mala leche de Long John Silver, y el aire impredecible y demente de un cartoon de Chuck Jones. Es decir, aunque pueda parecer simplemente una interpretación excesiva e improvisada, en el Jack Sparrow creado por Depp hay mucha sabiduría y mucho trabajo de pulido (su nominación a los Oscar de 2004 como mejor actor ha sido una de las decisiones más acertadas de la Academia en los últimos años, se diga lo que se diga).

   Sparrow es, además, un personaje curioso para el cine de hoy, lleno de héroes juveniles puros de espíritu (sin dilemas morales) y limpios como una patena (con cada rizo del pelo en su sitio): tiene un look y una higiene personal nada edificantes, una moral bastante dispersa (aunque al final los remordimientos siempre le acaben llevando de vuelta al redil de los buenos para hacer “lo correcto”), un comportamiento cobarde y chacal (miente, engaña incluso a sus mejores amigos, y procura evitar afrontar sus problemas salvo cuando se ve acorralado), y hasta cierto componente de ambigüedad sexual que lo acerca a la órbita glam (sus ojos llevan más rimmel que los de Liz Taylor).

 

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Campaña publicitaria Margaret Astor primavera 2011

 

   Para un espectador de quince años, el capitán Jack Sparrow representa la quintaesencia de lo punk: un individualista que no respeta las normas ni la autoridad de nadie, un hedonista al que sólo le preocupan los placeres inmediatos. Y por si fuera poco, casi siempre se acaba saliendo con la suya gracias al esfuerzo de los demás. Por eso, no es de extrañar que resulte tan atractivo. Así, puede decirse que la verdadera fuerza creativa tras la saga Piratas del Caribe no es Verbinski o Rob Marshall, ni siquiera Jerry Bruckheimer o la Disney. Todo depende de Johnny Depp (algo que el actor habrá tenido muy en cuenta a la hora de negociar su contrato). Depp parece tan insustituible en Piratas del Caribe como Michael Jordan lo era en los Chicago Bulls.

   En resumen, Piratas del Caribe triunfa porque, en una sociedad acostumbrada al exceso (hoy día todo tiene que ser gigante, desde los coches de lujo o las televisiones de plasma a los menús de McDonalds) te ofrece dos raciones de tarta por el precio de una. Y claro, a todo el mundo le gusta la tarta. Además, casi sin darse cuenta, Piratas del Caribe ha sabido resumir perfectamente hacia dónde se dirige la sociedad del ocio del Siglo XXI: los modelos narrativos a seguir ya no son un libro, una obra de teatro, un cómic, ni siquiera un videojuego (al final, acabaremos añorando los tiempos en los que las películas de acción estaban basadas en videojuegos). El modelo narrativo a seguir es una atracción de parque temático. Ése es nuestro listón actual. Así vamos, y así nos va./>

 

 

 

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