UNO DE NOSOTROS crítica: Manco, pero no cojo

**Kevin Costner regresa con Uno de nosotros al western, demostrando que aún tiene puntería**

En la sala oscura empieza la película Uno de nosotros. Por un momento he creído ver aparecer la jeta socarrona de Joe Pesci en la pantalla con Uno de los nuestros y una agradable sensación me ha recorrido el espinazo. Rápidamente he vuelto a la realidad del momento cuando, tras el título original de “Let Him Go”, ha aparecido el pasmado de Kevin Costner en un rancho de la américa profunda siguiendo el trote de un caballo con su mirada triste. ¿Gatillazo y adiós a las expectativas creadas? No del todo. Uno de nosotros es básicamente un western tan crepuscular que el coche ya ha tomado totalmente el relevo de la diligencia y los indios pasan por la vida de puntillas. Sin embargo, algo es inmutable y permanece: la vileza de algunos seres humanos. ¿Porque qué sería del cine sin esa vileza?

Uno de nosotros narra las peripecias de una pareja de abuelos de Montana, Diana Lane y Kevin Costner, por recuperar a su nieto. La madre del niño es la viuda del hijo de la pareja. Su segundo marido la ha forzado a dejar Montana para vivir en el dominio familiar en Dakota del Norte. Los localizan, pero lo que se encuentran es todo lo contrario a un ambiente idílico para criar al chaval. Enfrentarse al clan Weboy, a quien nadie le tose en el territorio, dirigido por una matriarca dominante y desquiciada, no parece ser una buena idea. Claro que cualquier buen guion cinematográfico está plagado de protagonistas que tienen malas ideas.

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En los tiempos que corren, toda película con pretensiones debe tener algo de denuncia social, aunque esté metida con calzador. En el caso de Uno de nosotros aparece un joven indio que vive de manera solitaria, en medio de la nada, tras escaparse de una de esas escuelas de reeducación indígena que proliferaron en Norteamérica en los siglos XIX y XX. Ese joven presta un mínimo, pero valioso, apoyo a la pareja en su lucha desigual. En coherencia con los tiempos que se describen, tras el desenlace, el joven indio seguirá condenado a seguir con su existencia invisible de siempre.

“Uno de nosotros es básicamente un western tan crepuscular que el coche ya ha tomado totalmente el relevo de la diligencia y los indios pasan por la vida de puntillas”

A pesar de que los personajes transitan bastante entre clichés, la dirección y la interpretación de los actores es sólida. Incluso Costner supera las expectativas, aunque el papel le va como anillo al dedo: retraído, circunspecto y poco expresivo. En cambio, Diane Lane está excelente como madre y abuela coraje. El resto de los secundarios cumple muy bien, aunque Lesley Manville como la matriarca del clan sobreactúa bastante y, quizás, como compensación, la actuación de la nuera viuda peca de poca enjundia.

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En cambio, la fotografía es fantástica. Esos parajes naturales agrestes del oeste americano siempre forman un decorado que no falla. La recreación del ambiente rural de los años 50 está muy lograda. Una sociedad muy encerrada en sí misma, individualismo rampante y maltrato en el seno del matrimonio. Además, no hay nada como una buena colección de vehículos antiguos, como salidos del Monkey Garage, y un par de melodías de rockabilly para verse transportado a un pasado de película. Se siente un cierto perfume de Horizontes de grandeza de William Wyler en la descripción de espacios y comportamientos.

Pero el mayor acierto de la película es su evolución de melodrama a thriller, tan sutil que la truculencia de la acción le coge a uno desprevenido. Otro aspecto interesante es que, si bien la iniciativa en la lucha siempre la lleva Diane Lane, en el momento final es Kevin Costner el que se da cuenta de que llega un punto en que no caben sino decisiones drásticas. Marear la perdiz sólo conduce a la frustración y al fracaso. Por eso, cual Gary Cooper en Solo ante el peligro, Costner se ve abocado a cortar el clan Weboy por lo sano si quiere que su nieto vuelva a casa y así honrar la memoria de su difunto hijo.

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