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LA FORMA DEL AGUA crítica: Amélie y el monstruo

Cuentecito de Guillermo Del Toro uniendo Amélie y La mujer del monstruo en La forma del agua

RAY ZETA

A Guillermo Del Toro le ponen los monstruos, eso ya lo sabemos, y basta una mirada rápida a su filmografía para demostrarlo: dejando de banda los vampiros y fantasmitos de Cronos, El espinazo del diablo y Blade II, tenemos al cucaracho de Mimic, al fauno de “El laberinto del ídem”, a Hellboy y sus amiguetes, y a los kaijus de Pacific Rim. Y si a alguien le queda alguna duda al respecto, que revise su discurso de agradecimiento por ganar el Globo de Oro a Mejor director, precisamente por La forma del agua, en el que se cascó un discursito que fue toda una declaración de amor a los monstruos. En definitiva, Guillermo Del Toro no tiene una muñeca hinchable convencional, sino una con la forma de la novia de Frankenstein.

Porque su otra pasión cinematográfica es el terror clásico, que va de la manita con sus amiguitos los monstruos, en recuerdo a las películas que marcaron su infancia. Y eso es precisamente lo que ha hecho con La forma del agua, un homenaje al cine clásico de terror gótico con monstruo, pero en forma de cuento de hadas actualizado a modo de declaración de amor. Y lo ha hecho utilizando mil y una referencias nostálgicas como La bella y la bestia, los tebeos pulp sobre la Guerra Fría, y La mujer y el monstruo, claro, pues yendo a cara y pecho descubierto, Del Toro homenajea a las criaturas de Hollywood haciendo que la suya, el monstruo de La forma del agua, sea primo hermano de la criatura de la laguna negra.

 

La forma del agua

"Eres el único que me queda por probar de todo el laboratorio"

 

Y se atreve a llevar esta declaración de amor hasta el final, en el sentido más bíblico de la expresión (ya me entienden), desafiando la puritana moral norteamericana, con el personaje femenino protagonista (por algo el monstruo en cuestión es un anfibio humanoide de pene retráctil, tal como explican en la peli…). Un personaje que si del monstruo hemos dicho que es pariente de la criatura del clásico de Jack Arnold, este femenino es la prima yanki de la Amélie de Jean-Pierre Jeunet. Vean sino su ritual mañanero de despertarse, masturbarse en la bañera (sí, han leído bien, ¿qué pasa?, ¿acaso Kevin Spacey no lo hacía en la ducha en American Beauty?), y hervir huevos, a ritmo de la banda sonora de Alexandre Desplat.

"La forma del agua es un homenaje al cine clásico de terror gótico con monstruo, pero en forma de cuento de hadas actualizado a modo de declaración de amor"

La forma del agua actualiza así La bella y la bestia con una bella que no es una princesa Disney y una bestia que no se transforma en príncipe, y con estos ingredientes Guillermo Del Toro orquestra un popurrí de lugares comunes en forma de tebeo sito en la Guerra Fría, con laboratorios gubernamentales, agentes americanos y espías rusos, y con el amor de fondo, que en más de una ocasión se le va de las manos por su afán de conmover imprimiendo un tono de fábula romántica demasiado forzado (los buenos son muy buenos, los malos son muy malos, y los personajes secundarios, como los interpretados por Richard Jenkins y Octavia Spencer, demasiado perfectos), utilizando el agua como elemento poético.

 

La forma del agua

"Que sea la última vez que confundís la criatura de la laguna negra con Abe Sapien"

 

Por eso la pregunta del millón es: ¿merece La forma del agua ser la película más nominada a los Oscars de este año con 13 nominaciones? Y la respuesta es un rotundo NO. La forma del agua es una peliculita bonita de visión agradable, pero que en ningún caso se puede comparar con otras de más enjundia como Dunkerque, Tres anuncios en las afueras o Los archivos del Pentágono. A tanta nominación no es ajeno que Guillermo Del Toro haya sido lo suficiente zorruno a pesar de que se le vea el plumero, de incluir personajes de todos los colectivos para facturar un producto al gusto de todos: una protagonista disminuida física latina, un vecino gay, y una mejor amiga negra, a la cabeza.

Probablemente gane el Oscar a Mejor director como ya ha hecho con el Globo de Oro, pero no creo que gane el de Mejor película, lo que sería más justo que si ganara ambos. Porque por mucho que nos guste el imaginario de Guillermo Del Toro, a diferencia de otros dires coetáneos como Peter Jackson, Alfonso Cuarón o Christopher Nolan ( y el inmortal Steven Spielberg, por supuesto), no hay ni una sola película en la filmografía del mexicano merecedora de ganar el Oscar. Ni siquiera La forma del agua, por muchos monstruos que presente, y por mucho que se declare fiel a ellos desde la infancia, oh santos patronos de nuestra dichosa imperfección, salvado y absuelto por ellos, en sus discursos de agradecimiento.

 

INFORME VENUSVILLE

Venusentencia: Copas de yate

INF VNV 4

Recomendada por Kuato a: quien siempre quiso ver a Julie Adams en un cuarto oscuro con el monstruo de la laguna negra.

No recomendada por Kuato a: quien para criaturas anfibias que salen del agua y se enamoran de un humano, tenga suficiente con La sirenita y Un, dos, tres... splash

Ego-Tour de luxe por: que romances entre bellas y bestias hemos visto muchas en el cine... ¡¿Pero que follen?!

Atmósfera turbínea por: el patillero elemento de guión de relacionar de manera misteriosa el pasado de la protagonista con el agua. No cuela Guillermo, la próxima vez cúrratelo más.

 

LA FORMA DEL AGUA. "The Shape Of Water" (E.U.A., 2017). Dirección: Guillermo Del Toro. Guión: Guillermo del Toro y Vanessa Taylor. Reparto: Sally Hawkins, Octavia Spencer, Michael Stuhlbarg, Richard Jenkins, Michael Shannon y Doug Jones. Estreno en Venusville: 16/02/2018.

 

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1 Respuesta

  1. totalmente de acuerdo en que no se merece 13 nominaciones. o en todo caso se merece el óscar honorífico a la tontunada del año. personajes planos. historia ñoña y aburrida. y una historia de amor de risa. por no hablar del pene retráctil (todavía me estoy partiendo la caja). sólo de pensar copular con alguien (o algo) que huele a pescado semi encharcado tira todo el romanticismo por el retrete. del toro se tenía que haber quedado dentro del laberinto del fauno y no haber salido nunca.

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