Categorías

GRINDHOUSE artículo: Cine de barrio

Entérense de una vez que ni Machete es el tío de los Spy Kids, ni "grindhouse" donde vive el Grinch

CHEMA PAMUNDI (2007)

Tarantino, el filántropo

Hay unas cuantas cosas que mucha gente ignora acerca de Quentin Tarantino. Una de ellas (que serviría para explicar su extraña manera de comportarse en público) es que desde niño sufre un trastorno por déficit de atención con hiperactividad. Otra, que su madre tiene sangre cherokee. Y otra (la que a mí particularmente más me interesa), es que posee una de las colecciones de películas de serie B más importantes del mundo. No las tiene todas, pero casi (la joya de su corona es una rara copia en 35mm de Manos: The Hands of Fate; considerada por muchos entre las peores películas de la historia del cine, y a la que Tarantino suele referirse jocosamente como “mi comedia favorita”).

Las guarda en una habitación abovedada de su casa, en estanterías por orden alfabético y con un termostato que las mantiene a la temperatura ideal para que el celuloide no se degrade. No hace mucho, una sala de Los Ángeles organizó un ciclo de cine de serie B, y todas las películas que se emitieron pertenecían a la colección privada de Mr. Tarantino. Hace tres veranos, Quentin acudió como invitado al Cinemanila International Film Festival en las Filipinas, y dejó patidifusos a los propios organizadores al anunciar que el proyecto que ahora mismo le tiene enfrascado es un libro que está escribiendo, titulado "Bamboo Gods, Iron Men and Wonder Women", en el que repasa la historia del cine filipino alternativo (“no es simplemente que el cine filipino me interese, es que me fascina; todas esas películas bélicas y de vampiros de Gerry de Leon y Eddie Romero no tienen parangón en ninguna otra cinematografía del mundo”). O sea, que cuando el bueno de Tarantino dice que ama las películas de serie B, y que está decidido a preservar su legado para las generaciones venideras, ni exagera ni habla por hablar.

 

GRINDHOUSE_art_1

Robert Rodriguez y Quentin Tarantino, los nuevos papis del grindhouse

 

Quentin Tarantino caerá mejor o peor, su cine podrá gustar más o menos (a mí me parece un gigante; a mucha gente le resulta cargante y vacuo), pero hay que reconocer que, si el tipo no existiera, tendríamos que inventarlo. Con su apoyo a directores noveles o semidesconocidos como Eli Roth o Miike Takashi, su cruzada para editar en DVD los clásicos de Shinichi “Sonny” Chiba (la saga setentera de The Street Fighter, amén de una auténtica legión de películas de samuráis y ninjas cabreados) o Gordon Liu (El mono borracho en el ojo del tigre, Las 36 cámaras del Shaolin...), y sus constantes homenajes cinéfagos en obras maestras propias como Kill Bill o Pulp Fiction, el director de Knoxville ha insuflado nueva vida a toda una corriente cultural irrepetible (la riqueza referencial de la subcultura de los setenta no ha tenido parangón, ni antes ni después) que parecía tristemente condenada a desaparecer en un panorama audiovisual que cada vez va más deprisa, y en el que las nuevas tecnologías arrasan con todo. Y puede que a muchos espectadores morosos o poco atentos esto se la traiga al pairo, pero a los frikis que nos hemos criado mamando este tipo de cultura (desde filmes mondo de Gualterio Jacopetti hasta comics como "Creepy", o series de TV como El prisionero o Kung Fu), nos hubiese tocado la breva que todos nuestros iconos simplemente desapareciesen sin dejar ningún poso.

Ahora, sin embargo, las estanterías de DVDs de las grandes superficies bullen con la edición de oscuros clásicos del cine fantástico y de acción de los 60 y 70 (el otro día, se me saltaron los ojos de las cuencas al toparme de bruces con El carnaval de las almas, una bizarra película de terror de 1962 que pensaba que jamás vería ni en pintura). O sea, que no me jodan: a Tarantino, como mínimo, una estatua en la plaza del pueblo.

 

Rodriguez, el hermano

Quentin Tarantino y Robert Rodríguez se vieron por primera vez el pelo a primeros de los 90 en un festival de cine de Argentina al que ambos acudían a presentar sus respectivas óperas primas (Tarantino Reservoir Dogs y Rodríguez El mariachi). Eran dos pipiolos que se sentían bastante descolocados entre tanto director “de verdad”, y ambos tiraban de las mismas filias y similar actitud frente al hecho creativo (aunque cualitativamente Reservoir Dogs está a años luz de El mariachi, no se puede negar que ambas comparten una cierta visión lúdica y gamberra, un cierto esteticismo “peckimpahkiano”, a la hora de tratar la violencia).

Así pues, la conexión fue inmediata. A partir de ahí, amigos para siempre (los dos se refieren al otro como “mi hermano”) y un constante flujo de colaboraciones y proyectos en común. Entre los más llamativos: Four Rooms (película de sketches en la que cada uno de ellos dirigió un capítulo), Abierto hasta el amanecer (guión de Tarantino, que además se reservó uno de los papeles principales, y dirección de Rodríguez), Pulp Fiction (aunque no figura en los créditos, Rodríguez dirigió las escenas en las que Tarantino estaba frente a la cámara interpretando a Jimmie), Kill Bill vol. 2 (Rodríguez compuso parte de la banda sonora, cobrándole a Tarantino la simbólica cantidad de un dólar), y Sin City (Tarantino devolvió el favor a Rodríguez dirigiendo una escena de la película, también a cambio de un dólar).

Y así, hasta Grindhouse, donde la simbiosis Rodríguez-Tarantino, Tarantino-Rodríguez alcanza cotas nunca vistas; a ratos, es imposible discernir dónde acaba la labor de uno y dónde empieza la del otro.

 

Grindhouse, el término

Llegados a este punto, conviene hacer un alto en el camino para explicar de qué cuernos estamos hablando. “Grindhouse” es un palabro que carece de traducción literal al castellano, y que hace referencia tanto a las dobles sesiones de películas de serie B (cuando no de serie Z), como a las destartaladas salas (auténticos cines de barrio, con un ambientillo directamente heredado de los drive-ins sesenteros) donde se proyectaban dichas maravillas. Por estos lares, lo más parecido que podemos haber vivido a este fenómeno son algunas sesiones dobles de cines de reestreno como el Texas, el Maldá o el llorado Cinestudio Spring (ahí fue donde muchos cinéfagos descubrimos en pantalla grande los clásicos de John Carpenter, Roger Corman, Russ Meyer, Tobe Hooper o David Lynch).

Sin embargo, nada es comparable con la psicotrónica programación de un auténtico cine grindhouse yanqui de “pata negra”. Eso era otro mundo, y es muy difícil imaginarse la experiencia sin haberla vivido. En una de aquellas sesiones dobles te podías encontrar de todo: cintas de artes marciales aberrantes como El luchador manco o The Crippled Masters (por alguna razón, en los 70 había predilección por los karatekas tullidos), genuinas bazofias como Night of the Lepus (una de conejos gigantes asesinos que es para no creérsela) o Bela Lugosi Meets a Brooklyn Gorilla (sin comentarios), vehículos sexploitation como Women in Cages o Ilsa la loba de las SS, spaghetti westerns de línea dura como Django o Navajo Joe (si caía alguna de Sergio Leone te podías dar con un canto en los dientes), pseudo-documentales mondo como Hombres salvajes, bestias salvajes o Este perro mundo, y de vez en cuando verdaderas joyas soterradas como Punto límite cero, Vinieron de dentro de…, Black Christmas (la película que realmente inventó el moderno cine de psicokillers, cuatro años antes que La noche de Halloween), Pink Flamingos, o El pájaro de las plumas de cristal (el giallo era otro subgénero afín a estas sesiones).

 

GRINDHOUSE_art_4

Programa doble grindhouse proyectado en sesión matinal infantil

 

Por si esto no fuera suficiente terapia, las películas grindhouse solían presentar una calidad de imagen y sonido nefebunda. Ahora, en plena era digital, puede costar de entender, pero hay que situarse en el contexto de la época. En aquel entonces, de una película de serie B se podían perfectamente hacer apenas media docena de copias, que se paseaban de ciudad en ciudad exhibiéndose una y otra vez durante meses y meses en proyectores absolutamente atrotinados, que rayaban y se comían la película.

Los colores se degradaban por completo, los diálogos se hacían inaudibles, se quemaban fotogramas (a veces escenas enteras), y el propio operador de la sala tenía que cortar y pegar de nuevo la película como buenamente podía, desaparecían bobinas que eran reemplazadas por otras en las que no cuadraba bien el empalme, o que tenían una trama de color o un formato de imagen diferente (eso en el mejor de los casos; a veces, la bobina simplemente no podía reemplazarse por problemas logísticos o monetarios, y la película se emitía tal como estaba, a saco, con 15 o 20 minutos menos de metraje).

Evidentemente el resultado final de tanto despropósito era surrealista, aunque lejos de echar para atrás al público, conseguía aumentar el estatus de culto de aquellas películas (similar al culto actual de algunos coleccionistas por los discos de vinilo, con sus chisporroteos y sus saltos de aguja). En algunos casos, incluso, todas estas manipulaciones y degradaciones llegaban a dotar a las películas grindhouse de un encanto adicional y una personalidad completamente nueva: por su narrativa caótica, su cualidad perecedera y su completa falta de pretensiones era fácil emparentarlas con movimientos underground de vanguardia relacionados con el anti-arte, como el dadaismo, el fluxus o el arte aleatorio. Al fin y al cabo aquello eran los 70, la década en la que los intelectuales abrazaban cualquier corriente nueva que pusiera en tela de juicio el orden establecido. Aunque, como en el caso que nos ocupa, fuese por accidente.

 

Grindhouse, el proyecto

Vale. Tras este paréntesis tan pedante como imprescindible, retomemos el hilo y volvamos al presente. Concretamente, al año 2003. Tarantino ha invitado a su casa a Rodríguez para cenar y meterse entre pecho y espalda un par (o las que hagan falta) de B-Movies en su sala de proyección privada. En éstas que Rodríguez repara en un genuino póster de sesión grindhouse que decora la pared de la sala, y que anuncia las películas Dragstrip Girl y Rock All Night. El comentario inmediato de Rodríguez viene a ser algo así como “¡Joder, tío, yo tengo ese mismo puto póster en la pared de mi despacho!”. Aquello da lugar a una animada conversación sobre las añoradas sesiones dobles de cine bizarro a las que ambos asistieron en su adolescencia. Al poco rato, la conversación se ha convertido en un improvisado brainstorming: “Y a ti qué película de aquéllas te gustaría rodar? ¿Y a qué actriz pondrías para tal o cual papel? ¿Y qué tema musical de Morricone le pegaría mejor a ésta o aquella escena?…”

En la mayoría de casos, una conversación tal se quedaría en el esponjoso e inocuo terreno de las pajas mentales, sin embargo, estamos hablando de Tarantino y Rodríguez, dos frikis con dinero, talento y poder suficiente en Hollywood como para hacer realidad sus pajas mentales. Así que apenas unas horas después, el asunto había dejado de ser una broma para convertirse en un proyecto en firme. Los hermanos Weinstein (productores habituales de Tarantino) ya han aprendido desde hace tiempo a dejar que el chaval trabaje a su aire, así que se limitaron a darle luz verde y empezaron a frotarse las manos ante lo que prometía ser un nuevo taquillazo: Grindhouse, una sesión doble de películas de terror y acción al viejo estilo, dirigidas por los dos “ex-enfants terribles” más populares del negocio. “Pennies from heaven”, debieron de pensar los Weinstein (ay, qué equivocados estaban, como veremos enseguida…).

 

GRINDHOUSE_art_5

"En nuestro próximo grindhouse incluiremos un tráiler sobre un gondolero asesino"

 

A partir de ahí, el resto ya lo conocemos: un tiempo de rodaje y de montaje récord para ser fieles al espíritu del proyecto, imagen y sonido dañados expresamente para conseguir “el auténtico look grindhouse”, un puñado de tráilers falsos para calentar el ambiente entre ambas películas (dirigidos, algunos de ellos, por colegas como Eli Roth o Rob Zombie), un casting plagado a partes iguales de amiguetes y viejas glorias como Bruce Willis, Kurt Russell, Michael Biehn, Eli Roth, Tom Savini, Michael Parks, Josh Brolin, o la “stunt woman” Zoe Bell, que en el colmo de la auto-referencia se interpreta a sí misma (antes de Grindhouse sólo se la conocía por haber sido la doble de Uma Thurman en Kill Bill), y como ya hemos dicho, una labor total de equipo a la hora de dirigir (tanto Tarantino como Rodríguez tomaron decisiones e hicieron trabajo de cámara en la peli del otro).

Obviamente, lejos de ceñirse estrictamente a rodar dos muestras de cine de serie B vintage, los dos amigos decidieron saltarse todas las reglas y limitaciones autoimpuestas cuando les viniese en gana (si no, la cosa sería una mera fotocopia y tanto ellos como nosotros nos aburriríamos). Aparte del anacronismo consciente de los teléfonos móviles, que aparecen en ambas películas, Rodríguez opta por construir constantes “gags involuntarios” que ridiculizan la acción y destrozan cualquier pretensión de tensión dramática (el mejor con diferencia, el de la mini-moto; lagrimones de risa), mientras que Tarantino prefiere valerse de su habitual dominio del metalenguaje y la narrativa postmoderna, con constantes auto-homenajes a Kill Bill (el traje de cheerleader de una de las protas con la palabra “Viper” bordada en referencia al Escuadrón Víbora Letal, la música “Twisted Nerve” de Bernard Herrman que suena en el móvil de otra de las chicas, Michael Parks y James Parks interpretando de nuevo al sheriff McGraw y a su “hijo número 1”, etc). Tarantino, incluso, llega al extremo de romper la cuarta pared, cuando el psicópata encarnado por Kurt Russell se detiene brevemente para mirar y sonreír directamente al público. Todo vale.

 

Planet Terror

Para la ocasión, Robert Rodríguez decidió aprovechar un viejo guión suyo para una película de zombis que hacía años que intentaba poner en marcha, pero que siempre acababa aparcando en favor de proyectos más fáciles de financiar como Spy Kids o Sin City. Rodríguez llevaba desde la época de The Faculty (1998) anunciando que las películas de muertos vivientes acabarían volviendo a ponerse de moda, y temía que alguien se le adelantase. Y desde luego el amigo no iba desencaminado, pues pelotazos recientes en ese momento fueron Amanecer de los muertos, 28 días después (y secuela), La tierra de los muertos vivientes o Zombies Party.

Planet Terror es, pues, una ida de olla que mezcla y revuelve todas las películas de zombis habidas y por haber (no vale la pena citar ejemplos; repito que están TODAS), con un ojo puesto en Carpenter (para las escenas de acción y el humor burro) y el otro en Cronenberg (que en sus inicios hubiese firmado sin problemas toda la parte del hospital y la propagación del virus mutante).

 

Death Proof

Tarantino, por su parte, se inclinó por una película-homenaje a la época dorada de los dobles para escenas de riesgo, esos héroes anónimos que solían poner sus vidas en peligro tanto en laborables como en festivos para llevar a la pantalla las animaladas más espectaculares jamás filmadas, en una época en la que no podía simplemente rodarse sobre fondo azul y añadir luego las explosiones a base de ordenador. Era una época en la que, para hacer cine de acción, había que echarle cojones a la cosa, y cruzar los dedos (igual alucino mucho, pero la persecución final entre los dos automóviles de Death Proof, ambos dos viejos modelos de los setenta, adelantando y golpeando a todos esos modernos y lentos monovolúmenes que se les cruzan torpemente, me pareció una reflexión sobre lo aburrido y previsible que es el tecnificado Hollywood de hoy en día, en comparación con el de los setenta, en el que las cosas eran “de verdad”: los coches eran rápidos y no tenían airbag, los villanos eran jodidamente despiadados y estaban jodidamente locos, y las chicas follaban más, bebían más y disparaban mejor que los tíos).

 

GRINDHOUSE_art_7

Y también movían mejor el culo...

 

El guión que escribió Tarantino para Death Proof mezclaba sin complejos las películas de psicópatas y las road-movies de persecuciones automovilísticas, dos subgéneros que aparentemente ligan tan mal como el agua y el aceite. En especial, sus principales referentes son El diablo sobre ruedas y sobre todo la metafísica Punto límite cero (Vanishing Point, Richard C. Sarafian, 1971), la película de persecuciones de coches más mítica de la historia del cine, que ha dado lugar a una miriada de imitaciones y homenajes en todo el espectro de la contra-cultura (desde ensayos filosóficos hasta un álbum conceptual a cargo de la banda escocesa de rock alternativo Primal Scream). Tarantino lo adereza todo con un toque de falso sexploitation (muy soft, por supuesto; aquí no se escapa ni una teta), que en realidad es una forma de camuflar su típica filia por las tiparracas de ovarios bien puestos.

Death Proof se beneficia, principalmente, del concurso de un Kurt Russell que literalmente se sale de la pantalla, pariendo la composición más completa de su carrera. Russell (que ocupa un especial lugar en el panteón de héroes de Tarantino, por su trabajo  a las órdenes de John Carpenter en peliculones como 1997 rescate en Nueva York, La cosa o Golpe en la pequeña China) se hizo con el papel tras la negativa de Sylvester Stallone y la espantada de Mickey Rourke (que dejó inexplicablemente tirado a Tarantino a poco de empezar el rodaje). Y nosotros sólo podemos congratularnos por ello (a veces, simplemente los astros se alinean en la posición correcta), porque ninguna de las dos alternativas hubiese dotado al villano “Stuntman” Mike (un perdedor con muy mal saber perder) de la fuerza y la riqueza de matices que logra Russell con un simple arqueo de cejas.

 

Los tráilers

Quizás lo más conseguido, lo más genuinamente retro, cutre y divertido de Grindhouse sean los “fake trailers” que adornan a las dos películas principales de la función. “Machete” (del propio Rodríguez: versión ultracafre del cine de acción fronterizo a lo Bronson, con un Danny Trejo inconmensurable), “Werewolf Women of the SS” (de Rob Zombie: licántropas-nazis-cachondas y Nicolas Cage haciendo de Fu Manchu. ¿Se puede pedir más?), “Don’t” (de Edgar Wright: a medio camino entre los clásicos de casas encantadas de la Hammer y el gore cutre-bizarro de Jorge Grau o Jesus franco), y “Thanksgiving” (de Eli Roth: que parodia las copias chungas de Halloween que surgieron como churros en los 80, como El día de la madre o San Valentín sangriento). Los tráilers de Grindhouse son un complemento ideal para el conjunto y además consiguen, en dos minutos, concentrar toda la locura y la genialidad involuntaria del cine más chapucero. Pequeñas obras de orfebre.

 

El resultado final

Sorprendentemente para todo el mundo, el experimento Grindhouse resultó ser mimético a sus modelos originales hasta en el único aspecto en el que nadie quería que lo fuese: en los lamentables resultados de taquilla. Pese a la excelente acogida por parte de la crítica, y a las previsiones optimistas que vaticinaban que iba a ser uno de los bombazos del 2007, el público no respondió a la llamada. Grindhouse abrió el primer fin de semana recaudando menos de la mitad de lo que se esperaba de ella; y cuando se estrenó en los U.S.A., todavía no había vendido las suficientes entradas como para ser rentable.

¿Una pena? Sí, pero también ley de vida. No es que Grindhouse fracasara; es, sencillamente, que sólo logró despertar la atención de su público natural (al parecer, somos menos de los que nos pensábamos). Quizás el error de cálculo de Tarantino & Rodríguez estuvo en creer que la misma gente que acudió en masa a ver Kill Bill (que al fin y al cabo era una especie de “serie B de lujo” estilizada al máximo) aceptaría sin rechistar dos nuevas cucharadas del mismo jarabe, pero esta vez a palo seco, sin zumo de naranja para matar el amargor (es decir, sin Uma Thurman y Lucy Liu, sin los decorados espectaculares, sin las peleas a katana con docenas de extras, y sin el resto de cosas que hacían de Kill Bill una gran superproducción). Quizás Tarantino & Rodríguez se pasaron de rosca con su actitud de “estamos jugando a hacer películas malas, feas y cutres”. Quizás la gente se lo ha acabado creyendo, y ha preferido quedarse en casa.

 

GRINDHOUSE_art_2

Grindhouse hizo llufa comercialmente

 

Sea como sea, el traspiés económico de Grindhouse tuvo una consecuencia directa bien conocida que afectó al conjunto de la obra: la decisión de los Weinstein de estrenar ambas películas por separado fuera de los U.S.A., como “largometrajes normales”. Esto nos permitió ver versiones más largas tanto de Planet Terror como especialmente de Death Proof (que ganó unos 27 minutos adicionales que no le sientan especialmente bien), amén de perdernos todos los tráilers de acompañamiento a excepción de “Machete” (y esto sí que es un drama).

En todo caso, la única conclusión que cabe tener en cuenta es que Grindhouse es una orgía de buen/mal cine como no se veía en años. Y como ya he dicho antes, a la mayoría de la gente todo esto de “dignificar la serie B” puede parecerle una milonga y un gasto de energía innecesario, pero como experimento cinematográfico, como obra de arte culturalmente significativa, no cabe duda de que se merece el mismo respeto y atención que otros movimientos con coartada intelectual como el cine Dogma 95 (que tampoco es tan revolucionario ni tan “guays”, como sabrá cualquiera que haya visto alguna vez una película de John Cassavettes). Y desde luego, el grindhouse es infinítamente más divertido que el Dogma 95. ¿Un grupo de daneses en pelotas haciendo el subnormal, o Danny Trejo volando en una moto con una ametralladora Gatling montada en el manillar? Buah, no hay debate posible...

 

■ DIARIO DE VENUSVILLE núm. 25, septiembre-octubre 2007.

 

Facebooktwittermail

No hay comentarios

Agregar comentario